La Ciudad de México superó las primeras 12 horas de terror, sus ciudadanos hicieron a un lado sus miedos y salieron a las calles dispuestos a ayudar y estaban conscientes de que cada minuto era vital para poder rescatar a los sobrevivientes.
Cayó la noche y el ambiente cubierto de polvo, escombros y oscuridad se hacía cada vez más denso. Las calles y avenidas de la capital fueron tomadas por brigadistas anónimos, militares, policías, cocineras de banqueta y médicos de calle. Estaban conscientes de que estar en casa no resolvería nada, tenían que hacer algo para superar el miedo.
“¿Para qué está uno en su casa?, nomás va a estar uno polveándose y asustándose más, hay que salir y ayudar, no importa la hora, yo por eso le dije a mi hijo ‘me hago unos sándwiches y me llevas aunque sea en la moto a donde hayas visto más destruido’, y total, el dinero después se lo anda gastando uno en cualquier chuchería, el tiempo se malgasta igual”, comentó una de las tantas cocineras anónimas que acudieron a la Avenida Ámsterdam, en la Colonia Condesa, a llevar víveres.
Minutos antes de comenzar el día de ayer el centro de acopio del lugar estaba más surtido que nunca, manos dispuestas a ayudar sobraban, había palas, picos, guantes, cubrebocas y buenos ánimos acumulados en cada esquina.
“Aquí ya estamos cubiertos, vayan a Medellín 153, allá están ocupando más ayuda, o regresen más tarde”, gritó uno de los tantos hombres de megáfono.
Una comitiva de más de 50 personas que ya tenía más de una hora formada para relevar a los cansados decidió emprender el viaje.
“¿Alguien sabe dónde queda la dirección?”, dijo un hombre que fungió como guía “no, pero ahorita lo averiguamos”, contestó otro.
La brigada improvisada caminó por más de 15 minutos hasta llegar al lugar del derrumbe, para encontrarse con un “no hay paso” de los policías, quienes sin dar motivos y sin importarles las ganas de ayudar de las personas los despreciaron. Intentando entrar por la misma calle, había tres camiones de volteo.
“¿A dónde va jefe?, ¿me puedo subir?”, dijo un joven de no más de 20 años al conductor, “pues súbete, pero nomás con cuidado”, le dijeron.
Después, decenas de hombres jóvenes y viejos se subieron a los camiones de volteo. Debajo, los recolectores y las personas equiparon a su nuevo batallón con botellas de agua, picos, palas y cubrebocas.
A Medellín entraron tres camiones de volteo llenos de fuerza de trabajo y salieron repletos de escombro.
Después de trabajar en la calle de Medellín hubo quien regresó de nuevo a Ámsterdam y Laredo, en la Condesa, sabían que conforme la noche avanzara se iban a necesitar más personas para seguir removiendo escombros.
A su paso por calles de la Colonia Roma y la Colonia Condesa encontraron decenas de hoteles de cuatro ruedas, los inquilinos rechazaban la idea de volver a sus hogares, los pórticos y mezzanines de varios edificios se convirtieron en hostales improvisados.
“Está bien padre nuestro campamento, ¿verdad que sí?”, dijo una mujer a dos niñas que intentaban conciliar el sueño en una tienda de campaña.
Al llegar a las cercanías del Plaza Condesa se percataron de que cada eslabón de la cadena humana era más endeble, tenían que relevar.
“¡Va piedra!, ¡bote!, ¡cuidado, varilla!”, se escuchaba en el lugar como mantra.
Detrás de la cadena, mujeres y niños alentaban con alimentos y bebidas: “¿no quiere un cafecito?, ándele, cómase una tortita”, decían.
Al caer la mañana se pidió silencio en Laredo esquina con Ámsterdam. “Silencio, guarden silencio”, pidieron desde arriba, después los aplausos, un sobreviviente más había sido encontrado.
La esperanza de que aún había vida en el lugar cargó la batería de los voluntarios, quienes aceleraron el ritmo.
Tras 22 horas de trabajos arduos, Sergio Ruiz fue rescatado.