Los “Goyas” y el “¡Huélum, Huélum, glooooria! ¡A la cachi cachi porra!”, eran un clásico de los 60.
La UNAM y el Politécnico Nacional eran los eternos rivales en los juegos interuniversitarios y los amigos para las alianzas convenientes para unir su fuerza.
Pero en 1968 se olvidaron de “Goyas” y “Cachiporras” y se unieron ante lo que consideraban represión a las ideas de izquierda que invadían al mundo joven, pero que el gobierno de entonces no supo cómo manejar.
Unidos, formaron el Consejo Nacional de Huelga y pedían la liberación de presos políticos en una época represiva, incluyendo al líder de izquierda Demetrio Vallejo.
Protestaban por la violenta contención sufrida con la toma de la Ciudad Universitaria por el Ejército, el bazukazo en la Escuela Nacional Preparatoria (San Ildefonso) y la represión con gases lacrimógenos durante el enfrentamiento entre estudiantes del IPN y la Preparatoria Ochoterena de la UNAM.
Una cosa eran las rivalidades entre ellos y otra muy diferente, que interviniera el gobierno.
Su pliego petitorio era largo.
Desde agosto, los rivales deportivos se habían unido para planear manifestaciones pacíficas.
Los tiempos estaban revueltos en México y el mundo, pero el país tenía que “barrer la casa” para recibir a los miles de turistas que llegarían a ver los Juegos Olímpicos que serían inaugurados el 12 de octubre. Faltaban pocos días y no encontraban la forma de dialogar.
Para evitar dar mala impresión a los visitantes, llegaron algunos interlocutores enviados por Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación, la rectoría de la UNAM en manos de Javier Barros Sierra, y la del Poli, a cargo del intelectual Guillermo Massieu Helguera.
Les pedían prudencia, pero no les concedían nada. Les pedían no más marchas, pero no liberaban a los presos.
No pudieron dialogar con quiénes pedían, no los tomaron muy en serio y nadie intentó persuadirlos y llevarlos a la paz.
Nadie les hizo mucho caso y de pronto, cuando menos lo esperaban, los sorprendieron por la retaguardia y los atacaron a balazos en una manifestación pacífica.
Fueron solamente 29 minutos de un intenso tiroteo que empezó a las 5:55 de la tarde y que ejecutaron más de 5 mil soldados, policías, granaderos y el grupo de paramilitares llamado Batallón Olimpia.
Murieron muchos manifestantes. Aún no hay un número oficial reconocido por los gobiernos. También hubo muchos presos. También, desaparecidos que todavía no pueden ser enterrados por sus familiares.
Lo que hubiera sido una jugada maestra para calmar los ánimos de los estudiantes de la UNAM y el Poli, resultó en los 29 minutos más trascendentes para una historia del país.
Los hechos dieron la vuelta al mundo porque hubo algo que los organizadores de la matanza no calcularon: la presencia de la prensa extranjera que ya había llegado en avanzada para cubrir la Olimpiada.
Mientras la prensa nacional era silenciada y reportaba 29 bajas, un reportero enviaba a la BBC de Londres que al menos habían muerto 300 estudiantes.
Y lo que empezó como una más de las manifestaciones del CNH marcó la historia.
La unión del Poli y la UNAM continuó como un duelo compartido en algo que hubiera podido evitarse si alguien les hubiera puesto atención.
La represión violenta es un añejo reclamo y una herida por la que nadie, aún, ha pedido perdón.
Finalmente muchas visitas cancelaron.
Y los que llegaron tenían un tema y un lugar más que visitar: Tlatelolco, el lugar en donde murieron muchos jóvenes idealista, unidos sin más rivalidades: la UNAM y el Poli.