La victoria pírrica de Anaya
Hace un año la alianza entre la derecha y la izquierda tenía más detractores que creyentes. Anaya hoy es el triunfador de la coalición y también el candidato presidencial de la alianza Por México al Frente, pero el precio que pagó fue muy alto para Acción Nacional
Rubén ZermeñoEntre rivales, colores, traiciones y retrasos, Ricardo Anaya logró ayer registrarse como candidato a la Presidencia de la República postulado por la coalición Por México al Frente.
En el Auditorio Nacional de la Ciudad de México estuvieron presentes los aliados, los amigos, los ciudadanos, los de derecha y los amarillos. Después de más de cinco meses de negociación en la coalición se quedaron quienes sí apoyaron durante su carrera presidencial a Ricardo Anaya.
En el camino, quedaron los opositores, los rebeldes y los inconformes como Margarita Zavala, quien buscará la presidencia como independiente.
Afuera del recinto de Reforma había ánimo, banderas, porras y algunas caras largas. Los del PAN, ya fueran del norte con sombrero o del centro con gorra, se sabían ganadores y líderes del Frente, sonrientes se tomaban selfies y repartían abrazos antes de entrar.
Los de Movimiento Ciudadano eran los dueños del ritmo, todos bailaban, aplaudían y tarareaban el “na na nana, na na nana” de Yuawi, sin importar el color, los azules, los naranjas y los amarillos se unificaban con el jingle del Movimiento Naranja.
Los perredistas estaban en su ciudad pero no figuraban, sentados en las escalinatas del Auditorio Nacional veían la fiesta a la que no habían sido del todo invitados, se tapaban del sol y esperaban a que el tiempo pasara más rápido.
Adentro, al igual que afuera, los colores y los partidos solo se mezclaron en la primera fila, las porras de las tres fuerzas competían para ver de cuál lado había más músculo.
Tras más de una hora de retraso salió Anaya. Agradeció a los presentes, a su familia, a sus aliados, a Dante Delgado, a Damián Zepeda y a Alejandra Barrales, a sus contendientes por la candidatura del Frente: Mancera y Moreno Valle; y a todos los gobernadores presentes, ya fueran afines o disidentes.
Los perredistas despertaron del hastío y vivieron su momento: “Mancera, Mancera, Mancera”, gritaban incluso más fuerte que los gritos de “presidente, presidente, presidente” que le regalaban a Anaya.
“Hay mucho ánimo, sí muchas gracias a Mancera”, respondió el panista con cara de un profesor desesperado que quiere que el alumnado guarde silencio para comenzar su clase.
El discurso de Ricardo Anaya estuvo más cerca de una conferencia de coaching o una Ted Talk que de un mitin político tradicional.
El albiazul abrió el micrófono contando una anécdota personal para ocasionar empatía y derretir los corazones de los asistentes, habló del camino difícil que tuvieron que vivir su abuela y su madre para ser arquitectas, de lo mucho que le debía a las mujeres y de lo infinito que amaba a su esposa y a su familia.
Después, el joven amoroso y comprensivo se convirtió en un soldado de primera ofensiva, criticó duramente a la actual administración priista con la sentencia “la corrupción mata” y “el PRI ya se va”.
Para hablar del cambio que él representaba, Anaya habló de Netflix, de los automóviles Tesla, de los eléctricos y de drones, del futuro y criticó a quienes prefieren el pasado “como ya saben quien”, a quien acusó de ser “un mesías con ínfulas de perdonavidas”.
Rodeado de amigos, su familia, compañeros, críticos y rivales, Anaya se convirtió oficialmente en el candidato de la coalición Por México al Frente.
“Yo no tengo duda, el primero de julio vamos a ganar la Presidencia. A mí no me van a doblar, a nosotros no nos van a vencer”, dijo Anaya con la seguridad de un candidato que ya había dejado a muchos en el camino.
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