El hilo de plata
Cayetano Guerrero se hizo pasar por loco para ser internado y documentar de primera mano las historias que envolvíanel manicomio de La Castañeda, la búsqueda del libro que escribió de esa experiencia ha sido una aventura que ha valido la pena
Laura Hoyos[kaltura-widget uiconfid=”38045831″ entryid=”0_2ckc4fv4″ responsive=”true” hoveringControls=”true” width=”100%” height=”75%” /]
El rock mexicano por supuesto que será para mí siempre una referencia importante, más allá de si los grupos eran o son buenos, mis favoritos fueron Santa Sabina y La Castañeda. Es de este grupo que recuerdo mucho una entrevista, donde les preguntaron sobre la inspiración para darle nombre a la banda.
Chava Moreno fue quien narró su fascinación por aquel histórico y tristemente célebre manicomio, que por muchos años se situó en Calzada de Mixcoac, La Castañeda, un lugar que al pasar de los años generaba historias de quienes la sociedad consideraba la peor escoria del país, “locos sin remedio”.
Existen muchas historias sobre las personas internadas en ese lugar que originalmente pertenecía a Ignacio Torres Adalid y donde se fundó lo que para Porfirio Díaz sería un símbolo de modernidad en materia de salud, pero al pasar los años, se convirtió en uno de los peores lastres para los gobiernos mexicanos.
Las historias sobre maltrato a los internos, muertes inexplicables, condiciones infrahumanas y otras historias escalofriantes se esparcían como rumores, leyendas urbanas que después fueron desmitificadas por el trabajo de fotógrafos, escritores e incluso artistas.
La Castañeda fue cerrada en 1968 y sus pacientes reingresados en otros centros hospitalarios o simplemente liberados. El emblemático y porfiriano edificio fue derrumbado y con ello, según Chava Moreno, se liberaron miles de espíritus que infectaron a la Ciudad de México y a todos sus habitantes, gracias a esa locura derramada, es que se convirtió en una ciudad de locos.
Durante la entrevista los integrantes de La Castañeda, presentaban El Hilo de Plata (2009), disco inspirado en el libro llamado, “El Hilo de Plata: 369 días entre locos peligrosos, la trágica vida de los dementes y su muerte de martirio” de 1965, escrito por Cayetano Guerrero, un escritor y periodista quien se hizo pasar por loco para ser internado y aprovechar la oportunidad de documentar de primera mano las historias que envolvían el manicomio de La Castañeda.
No era la primera vez que La Castañeda se inspiraba en el tema de la locura, su club de fans se hace llamar La gran Fraternidad Pelona, el disco de Servicios Generales II tiene en la portada la hermosa fachada del manicomio, sus letras retomaban algunas historias como “La fiebre de Norma”.
La locura era importante para el grupo, pero con el Hilo de Plata, la inspiración iba más allá, pues además del nombre inspirado en el libro, sus presentaciones se mezclaban con el performance de Grupo Garra, un equipo teatral que retomaba el lado más romántico del grupo y materializaba las letras.
Escucharlos describir la historia de ese hombre que se encerró voluntariamente para documentar la vida del manicomio me causó unas ganas indescriptibles de buscar el texto y devorarlo, así fue que inició una larga búsqueda de un libro que parece olvidado, salvo por algunos personajes que como yo, buscan una copia de El Hilo de Plata.
El vínculo con la realidad
Para Cayetano Alfonso Guerrero Ruiz, El Hilo de Plata fue el vínculo que lo mantuvo conectado con la realidad, un concepto que conoció en textos de metafísica y viajes astrales. El Cordón de Plata como también se le conoce, es la unión del cuerpo astral con el físico, el alma con el cuerpo, incluso existen testimonio de quienes afirman separarse de su cuerpo y ver esa unión que sólo se rompe en el momento de la muerte.
En el libro, el escritor incluyó una ilustración de ese hilo plateado, una especie de espiral que describe Max Heindel ocultista y esoterista estadounidense de origen danés y fundador de la Fraternidad Rosacruz. Mantener intacto el “Punto de ruptura” durante un año fue importante para el autor, pues de ello dependía seguir cuerdo.
La versión romántica de la locura y mi amor por el periodismo y la música no pudieron tener mejor conducción que ese cordón plateado para motivarme a buscar el libro. Por supuesto que la historia de La Castañeda y sus implicaciones sociales y políticas eran material de estudio, ni hablar del rescate de la fachada por parte de Arturo Quintana Arrioja en 1969 y la reconstrucción piedra a piedra en Amecameca, Estado de México del manicomio que por años, alojó a “imbéciles”, “agitados”, “perturbados” y “toxicómanos”, pero era ese texto que desde una visión íntima y particular narraba la vida en La Castañeda de un hombre sólo sujeto por un Hilo de Plata, debía leerla.
¿Cuántos libros que contengan “Hilo de Plata” en el título pueden existir? Me pregunté. Bueno, pues están, “Los Hilos de Plata”, de Margarita Espuña; “Hilos de Plata, años de Oro”, de Walter Dresel; “Hilo De Plata”, de Lluís-anton Baulenas; “Hilo de Plata”, de Ángel García Galiano; “El Hilo de Plata”, de Luis Peña; tan sólo por mencionar algunos y excluyendo títulos con las palabras “cordón de plata” o “cordón plateado”. Esta larga coincidencia complicó la búsqueda, porque no era el hilo que buscaba.
La búsqueda
Conocer más sobre La Castañeda y sus historias, avivó más la idea de poder leer ese texto de Cayetano Ruiz, a pesar de otros títulos, materiales gráficos, testimonios e incluso de las ilustraciones de José Luis Cuevas que me recomendaban en las librerías.
No, mi obsesión se centró en conseguir ESE libro. Recorrí Donceles y Puente de Alvarado, entré a librerías, pedí información, revolví libros en el suelo de los tianguis, hice pedidos anticipados, todo sin éxito.
Y aunque no creo que se tratara de una obsesión enferma que me arrebate el sueño, invertí tiempo en buscar el libro, pero debía compartir pensamientos con otras actividades, ¡tengo aaalgo de vida! y conforme pasaban los años y llegaban las responsabilidades debí dejar de lado el tema.
Para 2010, el Internet ya se había convertido en una herramienta importante para mi trabajo, y por supuesto que no desaprovecharía la oportunidad para buscar y preguntar en foros, Amazon, Mercado Libre y cuanto sitio que aparecía en el buscador y se pudiera preguntar, pero sin éxito.
La vida se atravesó y entonces la búsqueda quedó en pausa por un tiempo más.
Este año de nuevo retomé la cacería. Un nuevo recorrido por locales de libros usados y más búsquedas en Internet.
Las primeras pistas confiables aparecieron en el catálogo del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, donde aparece con la ficha 49007 y en la clasificación RC450.M4 G84.
Pero como dije, cualquier momento libre es bueno para buscar y el 16 de junio, aprovechando el paso por la Biblioteca México, pregunté a una de sus bibliotecarias sobre el título y recibí un rotundo, no; no lo tenían y no sabían de él.
Muy amable, me ofreció regresar en una hora, pues su compañera tenía más años trabajando ahí y posiblemente me orientaría mejor. ¡Total, ya habían pasado 10 años desde que supe del libro, esperar una hora no me haría daño!
Efectivamente, me ayudaron, no sólo a buscar de nuevo en el catálogo, la mujer realizó dos llamadas telefónicas a encargados de otras bibliotecas y aunque ni ella conocía el libro y mucho menos al autor, no me fui con las manos vacías, en un cuadrito de papel de cinco centímetros anotó el registro exacto del libro de las dos bibliotecas donde tienen copia, no sin antes escuchar a la bibliotecaria decir: “Qué raro, aquí tenemos libros de todo tipo, deberíamos tener ese título”.
La siguiente parada sería en la Biblioteca Nacional, allá en Ciudad Universitaria o la Biblioteca Daniel Cosio Villegas en el Colegio de México, las ganas de visitar CU me llevaron a la primera opción.
Dos días después y en complicidad con David, fuimos a la Biblioteca Nacional, y sin exagerar, tenía esa sensación de reencuentro con un viejo amigo, pero al llegar y después de llenar los formatos me dijeron que no podía sacar fotocopias… pues ya tenía 27 años la edición y después de 25, ya no se podía sacar más allá del torniquete. ¡Llegué dos años tarde a conocer ese viejo libro de papel amarillento y delicado!
Al igual que su colega de la Biblioteca México, la mujer que me entregó el ejemplar se extrañaba de encontrar un título que contenía una nota indicando la prohibición de su préstamo a domicilio. “Única Copia” decía otra tarjeta. “Es la primera vez que me pasa”, dijo.
Sin la posibilidad de fotocopiar y sin tiempo para leer ahí mismo el libro entero, la única opción que tenía era tomar fotografía de cada página. Por fin, podría leer la historia de “El Yoghi”, sólo rogaba por tener suficiente espacio en el teléfono y no pasar alguna página o que la fotografía saliera borrosa.
Al llegar a casa y descargar las fotografías, renombrar cada archivo y revisar la secuencia de las páginas, descubrí que faltaban las páginas 12 y 13. Pero siempre hay que ver el lado bueno y significaba que aprovecharía para conocer el ejemplar alojado en el Colegio de México y fotografiar las páginas faltantes.
El 4 de julio, David, mi hija y yo tomamos rumbo para el sur en el Metrobús, pidiendo llegar antes de la lluvia y con ganas de que ella conociera la biblioteca, pero en la puerta la negativa fue tajante: “No se permite la entrada a menores”.
Zoé no pudo entrar ni al patio. Molesta pero con una meta, entré a preguntar por el libro que me entregaron pasados unos minutos, de nuevo sin la posibilidad de préstamo, pero esta vez sí se podía fotocopiar, lo cual rechacé al parecerme inútil. Total sólo debía tomar dos fotografías. Además, no quiero el libro en fotocopias, sino una edición vieja y con maravilloso olor a lignia oxidada. Al salir de ahí y a pesar de todo, pensé en que el viaje valió la pena, pues el ejemplar tiene una dedicatoria del autor al poeta Carlos Pellicer.
Esa misma noche, envié una solicitud de información a la Secretaría de Educación Pública, pues fueron los encargados de la primera y única edición de 10 mil ejemplares. Alguno debía sobrar.
La respuesta a la petición 144631, fue contestada por la señorita Karenne Siguenza en un escueto correo que replicaba el oficio adjunto.
Ciudad de México, a 05 de julio de 2017.
Con relación a su escrito de fecha 04 de julio de 2017, número 144631, dirigido al Mtro. Aurelio Nuño Mayer, Secretario de Educación Pública, mediante el cual solicita información sobre el libro El Hilo de Plata, hacemos de su conocimiento que en las siguientes ligas: http: //www.inehrm.gob.mx, http: //www.inehrm.gob.mx/es/inerhrm/contacto, podrá encontrar información relacionada con su planteamiento.
Sin otro particular, reciba un cordial saludo.
Nada nuevo.
La búsqueda de “El Hilo de Plata: 369 días entre locos peligrosos, la trágica vida de los dementes y su muerte de martirio”, une a más personas, no sé cuántas y desconozco sus razones y por ello decidí compartir las fotografías alojadas en una carpeta de Google Drive.
Realmente no sé si algún día lograré tener una copia para mí, pero he podido leerlo y no pienso contar más de él, pues creo que a pesar de su redacción tan peculiar (si lo “ojean” lo entenderán), es un texto que vale la pena, recordado por muy pocos, ínfimamente conocido y que rescata la historia increíble de un hombre que aprovechó la oportunidad y fue más allá del reporteo común y corriente para vivir en carne propia las truculentas historias de La Castañeda.
La búsqueda no termina y me ilusionan los rumores de una reedición que leo en Goodreads o en páginas de Facebook.
Mientras sigue la tarea de tener una copia física pienso en ¿cuántos libros serán olvidados, desestimados? ¿Cuántos buenos textos pasarán como la noche sin que la popularidad los alcance? ¿Cuántos autores quedaron en el olvido porque simplemente no hubo presupuesto que los apoyara?
¿Estoy ya exagerando? ¿Seré demandada por compartir las fotos de un libro?