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María sube una roca sosteniéndose apenas con las yemas de los dedos y las puntas de los pies.
Avanza concentrada, despacio, midiendo su respiración, llevando a cabo cada movimiento con la mayor precisión posible.
Los agarres que se dibujan sobre la superficie miden apenas un par de centímetros y su filo simula el de una navaja.
Los antebrazos se hinchan, se acalambran; cerrar las manos para sostenerse se vuelve cada vez más difícil.
Entonces la verdadera batalla comienza. El cansancio es compensado por la determinación. La mente comienza a luchar contra el cuerpo.
Mientras las manos buscan soltarse, el cerebro les exige mantenerse cerradas. A las piernas que tiemblan se les reclama control, a los brazos que empiezan a ceder se les pide resistencia.
La cima, apenas a unos metros, aparenta estar a kilómetros de distancia. Moverse de la posición en la que se encuentra requiere decenas de ajustes de pies y manos: pasar de una regleta a una pinza, de ahí a una fisura en la pared, atorar un talón que permite alcanzar un agujero en la roca…
Finalmente el vacío se interpone entre el éxito y el fracaso. Entre el impacto con el colchón y el balanceo en el extremo de una cuerda.
Los brazos cedieron, la concentración se rompió, la respiración se detuvo mientras un grito ahogado en la garganta anuncia la caída.
Y entonces de regreso a la realidad.
A nivel de piso todo cambia. La gravedad parece tener menos efecto sobre el cuerpo. La visión se vuelve panorámica. Respirar otra vez se convierte en un acto inconsciente.
María observa sus manos manchadas de magnesia y tierra. Pareciera que han adoptado las mismas características de la roca. La piel es gruesa, fuerte. Sus dedos se han vuelto anchos: aparentan estar musculosos. Sus huellas digitales están completamente desfiguradas.
Adaptar su cuerpo para poder moverse con comodidad en las paredes de piedra caliza, granito, roca volcánica o arenisca es una tarea que le ha llevado años.
“Para mí es como bailar. Primero debes buscar una coreografía, una serie de movimientos que te permitan llegar a la cima. Una vez que los encuentras el siguiente paso es poder llevarlos todos a la perfección sin caer.
“La secuencia, por lo general, suele ser diferente para cada escalador, pues cada quien explota sus habilidades. Yo, por ejemplo, soy pequeña pero soy muy elástica, tengo mucha fuerza y técnica. Lo que me ha dado un estilo muy particular a la hora de escalar”, dice.
Buena parte de las fortalezas que ahora explota sobre la roca las adquirió como gimnasta, un deporte que practicó durante años y que además de fuerza y elasticidad le dio disciplina a la hora de entrenar, confiesa.
Para poder escalar a un nivel elevado de forma constante el entrenamiento es fundamental. Escalar implica aprender a realizar una serie de movimientos corporales a los que normalmente no estamos acostumbrados.
“Una de las cosas más importantes es conocer tu cuerpo, entender cómo funciona y sus limitaciones”, confiesa María mientras se toca un tobillo esguinzado, lesión que sufrió en su viaje más reciente a Sudáfrica, donde además del daño sufrido, regresó como la única mujer mexicana que ha escalado el grado de V11.
“En la modalidad de bloque, tipo de escalada en la que me enfoqué todo este año, el grado más bajo es V0 y el más elevado es V16”, explica. Sin embargo, para ella el nivel es un tema extremadamente subjetivo y personal.
María mide menos de un metro sesenta. Su baja estatura se ha convertido en un sello para ella.
“Tengo que hacer más movimientos, lo que muchas veces implica usar agarres que nadie más usa o pisar piedras que son prácticamente invisibles”.
Otro factor que no se debe pasar por alto es que cada tipo de roca tiene un estilo único de escalada y eso es algo que sólo se aprende con la experiencia.
Escalar por el mundo
Después de ascender la roca que ahora la ha colocado como la única mujer mexicana en lograr ese grado, María cuenta que ella ni siquiera estaba consciente de lo que había alcanzado.
“El grado es muy subjetivo, a mí me tuvieron que avisar que lo que había hecho era algo único, me enteré hasta que regresé del viaje. Yo no me acerqué para escalar esa roca por el grado, es algo que va mucho más allá.
“Por supuesto que existen personas que en lo único que se enfocan es en escalar números más altos; para mí la experiencia gira en torno a otro tipo de ideas: la estética de la línea que voy a subir, que me gusten los movimientos y que me rete tanto física como mentalmente”, asevera.
María relata que para ella subir el bloque que la colocó como una de las escaladoras más fuertes del país no fue tan complicado, pues le costó apenas unos cuantos intentos.
“No estoy diciendo que no haya sido difícil, simplemente los movimientos que se requerían para poder ascender ese bloque en particular se adaptaron perfectamente a mi estilo y a mi tamaño. Durante el mismo viaje, hubieron boulders (bloques) hasta tres grados más fáciles que no pude hacer; así de subjetivo es el grado en este deporte”.
“Viajar y poder estar en contacto con la naturaleza es uno de los elementos más gratificantes de practicar este deporte. Es impresionante en todos los lugares donde se puede practicar. Desde el desierto, la selva o el bosque hasta en el mar; donde en lugar de caer sobre una cuerda o a un colchón caes al agua”, cuenta.
Su familia siempre ha sido de gran apoyo, pues nunca le han puesto obstáculos para practicar ninguna de las disciplinas que le apasionan.
María cuenta que cuando se recupere de su más reciente lesión piensa enfocarse a la escalada deportiva, es decir, subir paredes de hasta 30 metros sostenida por una cuerda y un arnés, estilo que es la mejor forma de cuidar la lesión en su tobillo, pues nunca se cae al piso, siempre quedas colgando de una cuerda.