Prostitución, damas de compañía (escorts) o bailarinas exóticas, son negocios arraigados en Monterrey que ya están ligados al crimen organizado, pero a pesar de eso, son promovidos hasta en hoteles de cinco estrellas.
Y es que aquí la red dedicada a la trata de personas pareciera ser un rubro que todavía no está plenamente identificado con el crimen organizado, aunque es una realidad que los grupos de la delincuencia operan con estos giros.
Estableciendo así una complicidad implícita, pero nuca aceptada, con empresarios y políticos.
Monterrey es uno de los principales polos territoriales de explotación sexual a nivel nacional junto con Cancún, Acapulco, Ciudad de México, Tijuana y Ciudad Juárez, que conforman toda una ruta de prostitución forzada.
Según el Dr. Arun Kumar Acharya, investigador especialista en la materia, alrededor de 300 y 400 mujeres entre el 2009 y el 2010 llegaron a Monterrey como resultado de la trata de personas.
Esta cifra incluye tanto a las mujeres que fueron cooptadas recientemente, como a las que trasladan de una ciudad a otra en el circuito del negocio de la prostitución.
La mayoría de ellas son enganchadas en los estados del sur y el centro de México para luego ser explotadas por las mafias en el norte del país.
Y una vez dentro de la red, las hacen trabajar de una ciudad a otra, con el objetivo de evitar que las mujeres creen arraigo con gente conocida.
Son chicas que fueron engañadas con la ilusión de obtener algún empleo o recibir capacitación de modelo profesional.
Después son secuestradas y amenazadas con violencia física, sexual y emocional.
“No existe una cifra certera”, dice el investigador de origen indio Arun Kumar, para referirse a las cantidad precisa de jóvenes que son víctimas de la trata de persona en Monterrey.
Se trata de una población fluctuante, cuya cantidad se desconoce por lo hermético del fenómeno al que sólo la mafia y sus negociadores tienen acceso.
Las privan de sus papeles, su libertad y de su propio cuerpo, agrega el investigador.
En las casas donde alojan a las víctimas, los tratantes se esfuerzan por crear una cultura de aceptación y convencimiento de que pueden ser estrellas porno.
De tal manera que les ponen pornografía y películas eróticas para que tengan un mejor conocimiento de lo que abarca su trabajo, así lo menciona en su libro “Esclavas del Poder”, la reconocida periodista Lydia Cacho, al referirse a una de las Casas que existen en San Pedro Garza García.