Muxes, el tercer sexo
En la zona del Istmo de Tehuantepec existe esta comunidad que es el orgullo oaxaqueño; no se reconocen como gays pero sí como un sexo más que sueñan con un hombre que los ame y respete, y con formar un hogar
J. Jesús Lemus[kaltura-widget uiconfid=”39952882″ entryid=”0_oiezz2uj” responsive=”true” hoveringControls=”false” width=”100%” height=”56.25%” /] Ser muxe es distinto a ser gay. No es sólo una preferencia sexual. Es un tercer sexo. Es contener toda una carga cultural de siglos que no sólo les enorgullece a ellos, sino a las familias que se ven favorecidas cuando un hijo nace con esa condición. Es el orgullo de toda una comunidad, la oaxaqueña, que los reconoce como un sexo más y así los respeta y los valora.
Los muxes son una comunidad bien reconocida en la zona del Istmo de Tehuantepec, apreciada por lo estético y por su profundidad de pensamiento: ellos no están de acuerdo con el matrimonio gay. Ellos buscan un hombre que los ame y los respete. Ellos piensan en la formación de un hogar, pero sin adopción de hijos. Son mujeres sin serlo.
Ninguno de ellos se reconoce gay, trans, travesti, ni mucho menos ‘joto’. No se dicen mujeres, porque saben que no lo son. Son una persona nacida con genitales masculinos, pero que asume roles femeninos en su vida familiar e íntima.
Con dignidad los muxes asumen el rol social que les corresponde: engalanan las fiestas, alegran la soledad de un hombre, se visten de tehuanas para salir a pasear. En la casa son una mujer más. Con amoroso estoicismo arropan a todos. Hacen la labor de ‘mamá’ dentro del núcleo familiar. Son independientes. Pero siempre, reconocen, hace falta el amor de un hombre.
La bandera de la dignidad muxe, y la preservación de la diversidad sexual en esta parte del país es representada por la asociación “Las Verdaderas Intrépidas Buscadoras de Peligro”, organización casi gremial que sólo acepta como socios a los muxes que pueden dignificar el rol que la misma naturaleza les ha encomendado.
La sociedad fue creada en 1970 por Oscar Cazorla, quien ha luchado por hacer entender el valor cultural de los muxes. Y desde hace 47 años esa comunidad sale con sus vestidos a lucirse en la fiesta tradicional de Juchitán “La Vela de las Intrépidas”.
Cazorla dice con orgullo que los muxes es la única comunidad de diversidad sexual a la que la Iglesia Católica le oficia una misa en exclusiva. Cada noviembre un enviado de la diócesis de Tehuantepec encabeza la ceremonia religiosa con la que inicia “La Vela de las Intrépidas”.
Iglesia los ve‘con buenos ojos’
Iglesia y muxes no están peleados, considera Karla Paola, un muxe de 26 años de edad que con orgullo cuenta que ya tuvo el honor de ser la Reyna de la Vela.
“Nosotros no queremos matrimonio entre iguales. Yo no quiero casarme con otro que anda buscando lo mismo que yo”, explica Karla Paola a Reporte Indigo.
Luego suelta la risa y se serena, mientras aclara que en el aspecto sexual él quiere un hombre de verdad. A eso atribuye que la iglesia católica los vea con simpatía.
Karla Paola sueña con tener un hogar. Quiere vivir con un hombre.
“Quiero un hogar, pero no quiero hijos adoptados ¿qué ejemplo sería para ellos saber que yo no soy su madre?”, se cuestiona él mismo. Todos los muxes piensan igual. Ese es otro punto por el que los muxes no han chocado con la Iglesia Católica.
“La Iglesia Católica nos ve con buenos ojos”, explica Oscar Cazorla. “Nosotras somos un grupo que representa la cultura del pueblo zapoteco en cuanto a diversidad sexual, no vamos en contra de los principios de la Iglesia”.
De Carlos a Karla Paola
Carlos nos recibe en la puerta de su casa. Desconfiado pregunta por la intención de la entrevista. Es educado. Nos invita a pasar para observar cómo se da la transformación física en mujer. Su madre sólo sonríe.
En un gesto de confianza muestra el trabajo de bordado que hace sobre una tela que servirá para una falda de tehuana.
“Esto es lo que hago todos los días: bordo. Sólo los fines de semana me salgo a tomar una cerveza y a buscar algo de amor en compañía de algún hombre”.
Comienza contando que él supo de su diversidad sexual a los seis años de edad.
“Me gustaba jugar con las muñecas. Lo carritos que me traía mi papá para nada me llamaban la atención. Me la pasaba jugando escondido debajo de la cama”.
Carlos tenía miedo de que su padre supiera de su preferencia sexual. Su madre siempre lo apoyó y hasta dice que se sintió bendecida cuando supo que en su hogar tendría un muxe. Su padre en cuanto lo supo abandonó el hogar.
A los siete años Carlos comenzó a utilizar vestidos de niña. Y fue entonces cuando se enamoró de uno de sus primos, y su primo también lo amó. Después vinieron más encuentros y desencuentros.
La transformación es lenta. Su tono de voz también se transforma. Cuida con propiedad las palabras que dice y a cada palabra le imprime un sutil sonido que denota la mujer que va apareciendo de a poco.
El pecho llano de hombre se robustece. Un brasiere con esponjas da fuerza a la transformación. Luego viene el vestido verde de Tehuana. Se arregla cuidadosamente la peluca. El último toque, el lápiz labial y los zapatos de tacón. Carlos se levanta convertido en Karla Paola.
“Así me veo de mujer”, dice con solemnidad mientras camina de lado a lado de la sala de la casa. Se sabe bella. Se luce. Su madre no puede ocultar la emoción. “Te ves hermosa”, susurra entre labios.
“Esto es lo que somos los muxes”, dice Karla Paola. “Esta es la belleza que tanto nos admira la gente. Por eso nos buscan los hombres. Soy totalmente una mujer, porque eso se lleva dentro”.
Visión cosmogónica
Para los muxes la transformación visual en mujer no es un requisito. El ser mujer ya se tiene adentro desde que se nace, explica Marcela, un muxe de 32 años de edad que habla a condición de no transfigurarse.
Esto, dice mirándose a sí misma, es una condición natural, nadie pide ser muxe, pero los que nacen así, lo asumen con orgullo.
“Es parte de una cultura de diversidad sexual que muchos lo entienden y otros no. Pero a nosotras no nos importa, somos felices con nuestra condición porque es parte de nuestra cultura”.
Como muxe, Marcela es cabeza de familia. Está al frente de sus hermanos y los guía con sutileza como madre, pero también a veces como padre, porque dice que también hay que tener fuerza y carácter. Y esa condición sólo la puede tener un muxe, de lo que se siente orgulloso y que exalta en cada ocasión que se viste de mujer para salir a la calle.