Nieves y el monstruo
Esta es la historia de Nieves Rodríguez Hernández, originaria de San Salvador Atenco, quien vive en medio de una pista que colinda con las obras del nuevo aeropuerto. Su voz es parte de la resistencia de cientos de personas que se oponen a que el proyecto continúe y les arranque las tierras que heredaron de sus antepasados
Nayeli Meza Orozco[kaltura-widget uiconfid=”39952882″ entryid=”1_nfz2vfo2″ responsive=”true” hoveringControls=”false” width=”100%” height=”75%” /]
En San Salvador Atenco amanece antes. Los primeros rayos del sol se cuelan por una pequeña grieta en la pared de una casa construida con ladrillo rojo y láminas. Pareciera que la mañana tiene prisa por alejar a la noche que no dio tregua por el frío que cobijó al oriente del Valle de México.
Al fondo, cerca de la cocina, se escuchan tres voces que se mezclan con el ruido que hace una olla con agua al golpear levemente el metal de la estufa. En breve se pintará de negro.
Silencio. La conversación se detiene por un momento. Poco a poco, las voces se convierten en rostros. Uno de ellos es el de Nieves Rodríguez Hernández, quien respira hondo al saber que los emisarios del monstruo no regresaron esa mañana que recién comienza. Aunque está segura de que no tardarán, pues los últimos tres años han estado puntuales para su cita de intimidación.
“Para ellos es muy fácil correrme; a mí no me gustan las injusticias ni los que se aprovechan de los que no se saben defender. Aquí somos gente dedicada a la tierra y no me da pena decir que soy humilde, al contrario, qué bonito es serlo”, expresa.
Durante todo este tiempo, la ‘güera’, como le llaman sus cercanos, ha resistido la violencia y las amenazas porque se construyó la autopista Ecatepec-Peñón en un camino que atraviesa su casa.
Hoy, esa obra está sin terminar y acerca a quien la recorre a los límites del territorio del monstruo de Texcoco: el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM).
La casa que Nieves habita con Gabriela, su hija menor que estudia la universidad, es el recuerdo que le queda de Jesús Peña, su segundo esposo, quien murió hace más de 10 años a causa de pancreatitis.
La mujer respaldada por el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) recuerda que hace dos décadas, cuando adquirieron el terreno, pagaron aproximadamente 30 pesos por metro cuadrado.
Tiempo después de que se comenzó a erigir el gigante metálico tocaron a su puerta abogados y representantes de la empresa encargada de la pista, quienes le ofrecieron dinero para que abandonara el predio que abarca alrededor de 800 metros. La respuesta de la atenquense de 59 años fue una negativa, decisión que la ha llevado a vivir amenazada.
Relata que al inicio del conflicto le cortaron los servicios básicos como agua y luz, pero gracias al apoyo de los integrantes del FPDT ha logrado salir adelante, además de que un accidente ocasionado por la obra le ocasionó un daño irreparable en su pierna izquierda. Por tal motivo, su única forma de obtener ingresos es mediante la venta de zapatos por catálogo y pan de elote.
Con el propósito de proteger su integridad y la de su hija, diariamente integrantes del FPDT y otros amigos se dan cita en la vivienda de Nieves. Aunque reconoce que esto no ha impedido que las incómodas visitas disminuyan.
“Es muy desgastante. He tenido que pasar por muchas cosas y en todos los años aquí nunca me había sucedido nada. No es justo lo que nos están haciendo sólo porque no nos agachamos, no se vale que el gobierno nos tenga con un pie en el cuello”, dice.
Unión de esfuerzos
El mote del monstruo al NAIM fue dado por los pobladores de la zona desde 2001, cuando el Gobierno federal seleccionó el sitio texcocano para construir el proyecto.
Sin embargo, la idea no prosperó y se canceló un año después gracias a las inconformidades de los ejidatarios de la región, quienes rechazaron un decreto expropiatorio.
Trece años los habitantes vivieron tranquilos porque el monstruo permaneció dormido, hasta que en 2014 la necesidad de aumentar de manera considerable la capacidad aeroportuaria de las terminales del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) hizo que despertara nuevamente.
La diferencia es que esta vez fue de manera silenciosa y sus brazos se extendieron hasta conseguir infiltrarse por las calles. Nieves fue una de las personas que desconocía lo que estaba ocurriendo, ella estuvo al tanto de la construcción de la pista y del proyecto hasta la llegada de los camiones de carga que transportaban de la noche a la mañana materiales pétreos para alimentar al gigante de metal.
Hace cuatro años, Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México (GACM), responsable del desarrollo de infraestructura, aseguró que el costo ascendería a 169 mil millones de pesos (mdp), pero durante este 2018 la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) detalló que la cifra sería de 195 mil mdp por los ajustes acorde a la inflación.
Estimaciones de la Academia de Ingeniería de México ubican la cifra en al menos 440 mil mdp.
Símbolo de resistencia
Nieves conoce muy bien la definición de resistencia. Nació en las tierras de Atenco el 5 de agosto de 1959, un municipio ubicado en el Estado de México, que se ha caracterizado por no ceder a la represión.
Es la mayor de 12 hijos y conoce en carne propia lo que es convertirse en madre de sus hermanos a temprana edad debido a que su madre Margarita le pedía que la apoyara con las labores del hogar.
La figura que más admira es su abuela Socorro Ramos, y sonríe al mencionar que la mayor herencia que recibió de ella fue aprender a amar la tierra y cultivarla.
La voz de Nieves se ha convertido en el estandarte de una lucha que tiene un sólo propósito, y aunque la segunda cancelación del nuevo aeropuerto los llena de esperanza, sabe que no puede bajar la guardia porque la amenaza de que el monstruo regrese es latente.
“Lo único que quiero es que nos tomen en cuenta y que respeten nuestras raíces. No me voy a salir de mi casa, voy a seguir resistiendo porque ya no tengo miedo. No estoy sola y aquí los espero”.