En México, el género sí influye en las oportunidades. Las mujeres que nacen en pobreza tienen menos posibilidades de salir de ella que los hombres con condiciones de origen similares.
Así lo indican los resultados de movilidad social obtenidos del análisis de la ESRU-EMOVI 2017, elaborados por el Centro de Estudios Espinosa Yglesias y publicados en el Informe “Movilidad Social en México 2019: hacia la igualdad regional de oportunidades”.
“Si una mujer nació en la base de la escalera social, tendrá menos probabilidades que un hombre de escapar de la pobreza: 75 de cada 100 mujeres que nacen en dicha posición no logran superar la condición de pobreza, además que lo mismo sucede con 71 de cada 100 hombres que provienen de la misma condición”, señala el reporte.
Además, el estudio explica que en el caso de México, el que las mujeres se inserten o no en el mercado laboral se relaciona de manera directa con el nivel educativo de sus padres, ya que entre más educación hayan tenido estos, más probabilidades hay de que ellas tengan un empleo formal.
“A partir del entorno y de las características de las familias de las familias es que las desigualdades se harán más profundas entre hombres y mujeres”.
El documento también revela que si los padres tienen bajos niveles educativos, una mujer tendrá más posibilidades de quedarse con baja educación que un hombre.
Otro de los puntos que se señalan es que, de entre quienes nacen en hogares del grupo de riqueza más alto, 50 mujeres en comparación con 57 hombres se mantienen ahí el resto de su vida.
Educación limitada
Las mujeres también suelen tener menos oportunidades académicas que los hombres cuando ambos provienen de hogares en desventaja, menciona el informe.
“Cuando los padres no tienen estudios, los hombres experimentan mayor movilidad ascendente hacia los niveles de preparatoria y profesional: 16 por ciento de las mujeres en contraste con el 21 por ciento de los hombres”, se lee.
Además, este documento detalla que hay menos participación de mujeres en las áreas enfocadas en la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas y esta misma segregación se repite en la participación económica de ciertas ocupaciones.
Debido a que las mujeres realizan más trabajo no remunerado, eso les afecta en su productividad laboral. Mientras que su trayectoria también se ve condicionada por la intermitencia laboral que ocasiona la maternidad.
“Lo anterior hace que la movilidad social a lo largo del ciclo de vida se vea interrumpida, y el trabajo remunerado no necesariamente sea el principal recurso de las mujeres”, se explica.
Otro de los obstáculos que enfrentan las mujeres a lo largo del ciclo de su vida es el llamado “techo de cristal”, que se define como la barrera invisible que impide a las mujeres avanzar en su carrera laboral.
La condición de invisibilidad del techo se debe a que no existen reglas escritas ni mecanismos sociales formalmente establecidos que impongan dicha limitación a las mujeres, se acota.
Es decir, aunque las mujeres cuenten con niveles y capacidades similares a las de los hombres, el “techo de cristal” les impide alcanzar puestos más altos, lo que ocasiona que haya una subrepresentación del sexo femenino en los cargos de alta dirección dentro de las organizaciones públicas y privadas.
“De acuerdo con ONU Mujeres (2015), en la actualidad, las mujeres solo ocupan 33 por ciento de los puestos directivos en el mundo”.
Pero las trabas no se limitan al ámbito educativo ni laboral. Las mujeres también tienen menos probabilidades de escapar de la pobreza que sus pares hombres.
“Esto se debe, en parte, a que participan menos en el mercado laboral, cuentan con menos ingresos propios y otros recursos personales para lograrlo. Ejemplo de lo anterior —y que constituye una barrera— es el tener menos acceso al crédito y a productos financieros en general”, se explica.
Un dato que se menciona es que las mujeres de clase media tienen más posibilidades de descender que de ascender en comparación con los hombres.
Desigualdades, el problema de las oportunidades
El informe explica que la acumulación de desigualdades da como consecuencia estas limitaciones en la movilidad social de las mujeres, es decir, a los cambios que experimentan las personas en su condición socioeconómica.
“Los principales elementos son, a su vez, causa y consecuencia de las desigualdades de género e incluyen las diferencias en los roles de mujeres y hombres, entre otros, en lo que se refiere a la distribución del trabajo remunerado y no remunerado, la violencia de género y la discriminación”, menciona.
Estas desigualdades repercuten en la participación social y económica que tienen las mujeres y en buena manera como consecuencia de la división de las tareas de proveería económica y cuidado del hogar y sus integrantes, lo que se conoce como trabajo no remunerado, y que suele ser enseñado desde la infancia.
“La misma distribución del trabajo no remunerado, aunada a la fecundidad temprana y la formación de los propios hogares, incide sobre las características de la participación social femenina en la juventud y la edad adulta”.