Peor imposible

Los resultados que obtuvo el PRI en los comicios del 1 de julio son los menos favorables que ha tenido en su historia, dejándoles únicamente 12 gubernaturas y relegándolos a la tercera fuerza política del país junto a sus aliados, hecho que los obliga a replantear su situación como partido
Carlos Salazar Carlos Salazar Publicado el
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[kaltura-widget uiconfid=”38728022″ entryid=”1_rctt9wil” responsive=”true” hoveringControls=”false” width=”100%” height=”75%” /] El Partido Revolucionario Institucional fue el gran perdedor de las elecciones del 1 de julio con una derrota sin precedente.

El PRI vive su peor momento desde la fundación del partido: nunca en su historia había gobernado menos gente que la que gobernará después del 1 de julio.

Quizá el signo más evidente de la debacle no sea la derrota en la elección, sino la forma en que se produce con un estimado de preferencias de 16 por ciento en favor de José Antonio Meade, cifra que representa aproximadamente 9 millones de votos.

Número que incluso está por debajo de los 9.3 millones que obtuvo Roberto Madrazo en 2006, aunque en ese entonces el número total de votantes fue mucho menor.

Además el candidato del tricolor no ganó la elección en ninguna de las 32 entidades ni tampoco logró conseguir ni uno solo de los 300 distritos electorales en el país. Y por si no fuera suficiente, el cinco veces Secretario de Estado, no triunfó ni siquiera en su casilla.

Hace 6 años, con Enrique Peña Nieto como candidato presidencial, el PRI resultó triunfador en 21 de los estados del país y obtuvo más del doble de votos que Meade Kuribreña en esta ocasión.

Las derrotas del PRI, esperadas o no, se extienden a todo lo largo y ancho del territorio nacional. Ni siquiera en su bastión por excelencia como el Estado de México o en enclaves históricamente fuertes para el priismo como en Coahuila o Hidalgo el tricolor obtuvo buenos resultados tras los comicios.

Esta derrota es un duro golpe que impacta directamente los cimientos del PRI: su cúpula, sus estructuras y sus liderazgos históricos. Nadie sabe cuál es el PRI que queda tras estas elecciones.

José Antonio Meade es el candidato presidencial del PRI que menos votos ha recibido en la historia del partido

La debacle del PRI en estos comicios supera ya por mucho el cisma que vivió el partido en el 2006, donde no solamente perdió por segunda ocasión consecutiva la elección presidencial (también en tercer lugar), sino que obtuvo lo que fue, hasta antes de este proceso electoral, su peor balance en las urnas.

En ese entonces el PRI pudo regresar del abismo, pero en esta ocasión, el otrora partido hegemónico del sistema político mexicano se enfrenta a un escenario más complicado, el cual difícilmente podría provocar su desaparición, pero que sí lo obliga a replantearse como institución.

Ni siquiera hace 18 años cuando le entregó la Presidencia por primera vez en su historia a la oposición, o 6 años después cuando se convirtió en tercera fuerza política (y volvió a perder la Presidencia), el PRI se encontraba en una situación tan delicada.

Un primer análisis confirma que en realidad, a pesar del optimismo desbordado y de las señales de confianza, el PRI -junto con sus aliados- nunca tuvo posibilidad reales de mantener la Presidencia de la República.

Tampoco es fácil determinar si los ajustes en las etapas tempranas de la campaña evitaron una derrota aún peor, ya no en la elección Presidencial, sino en las otras elecciones en juego.

Radiografía de la debacle

En términos reales, en el mejor de los casos, el PRI y sus aliados lograrían alrededor de 20 curules en el Senado y aproximadamente 60 escaños en la Cámara de Diputados (sumando el estimado de legisladores de mayoría relativa y por la vía de representación proporcional).

En la última elección legislativa en 2015, el PRI junto con el Partido Verde y Nueva Alianza obtuvieron en conjunto 256 diputaciones federales. En la actual legislatura, el tricolor y sus aliados cuentan con 61 Senadores.

Habría que remontarse al 2006 para encontrar un símil a la situación que vive el PRI en el Congreso. Tras las elecciones de ese año, el tricolor y sus aliados del PVEM sólo lograron 123 escaños en San Lázaro y 39 en el Senado en conjunto. Fueron las horas más bajas del priismo hasta hoy. De confirmarse los resultados tendrían la mitad de legisladores que en 2006.

Superado en votos nacionales por partidos como el PT e incluso el PES, pasó de tener la mayoría en la Cámara de Diputados, de ser la primera minoría en el Senado y la fuerza política preponderante en ambas Cámaras a convertirse en una muy disminuida tercera fuerza (en caso de que se mantengan las coaliciones legislativas). Por números, ni siquiera podría optar a ser la oposición.

El partido que más veces ha ocupado la Presidencia está obligado a replantearse como institución política, ya que nunca antes los resultados de una elección lo habían dejado tan disminuido

Para entender esta sacudida, basta revisar los números oficiales del INE. Según los resultados del PREP, el PRI habría ganado sólo en una entidad (Yucatán) la contienda por el Senado.

Además en la votación para Diputados, el tricolor sólo habría resultado vencedor en 15 de los 300 distritos electorales. Todo un golpe de realidad y reflejo del rechazo de un país que hace apenas 6 años le dio un nuevo voto de confianza.

La tendencia de la elección al Congreso Federal se estaría replicando también en los Congresos locales en donde hubo renovación, un claro retroceso para el tricolor. Incluso en entidades donde despacha un gobernador priista y donde el tricolor ha sido históricamente fuerte como en el Estado de México e Hidalgo, los mandatarios tendrán que enfrentarse a un Congreso de mayoría opositora.

Nunca antes el PRI había tenido menos gubernaturas. Si antes de estos comicios el tricolor ya estaba en sus mínimos históricos con ‘apenas’ 14 mandatarios estatales emanados de sus filas (más Chiapas gobernado por el Partido Verde), ahora sólo gobernará en 12 entidades.

El PRI no pudo mantener la gubernatura de Jalisco en donde perdió por un amplio margen a manos del candidato de Movimiento Ciudadano Enrique Alfaro; tampoco pudo triunfar en Yucatán: la elección en la que fue más competitivo y en donde más posibilidades de ganar tenía.

Tampoco hay que pasar por alto que apenas hace un año triunfaron de forma muy reñida y controvertida en dos de sus bastiones (Estado de México y Coahuila). La pérdida de gubernaturas ha sido lenta pero constante en los últimos años.

El tricolor también cosechó derrotas en algunos de los municipios más importantes del país que eligieron a sus alcaldes como en Mérida, Yucatán; Guadalajara, Jalisco; Puebla, Puebla; Monterrey, Nuevo León; Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; y Oaxaca, Oaxaca.

En el Estado de México, a falta de la confirmación de resultados oficiales, el PRI apenas habría obtenido el triunfo en 23 de las 125 elecciones a alcalde, perdiendo no sólo importantes municipios como Toluca o Ecatepec, sino incluso el municipio que vio nacer al Presidente de la República: Atlacomulco.

En Ecatepec de Morelos, el municipio más grande de la entidad, el PRI también perdió.

El tricolor fue sin duda el gran damnificado del reacomodo de fuerzas políticas tras los comicios, pero las consecuencias reales de esta debacle ni siquiera han comenzado.

Paralelo a que el priismo tendrá que aprender a vivir su nuevo papel como fuerza política, también enfrentará una recomposición interna cuyos alcances son inéditos.

En los próximos días podrían salir a relucir antiguas rencillas internas, el cruce de acusaciones y endose de responsabilidades por la debacle y la lucha por el reacomodo interno.

Quizá en el mediano plazo, una vez que se hayan calmado los ánimos, vendrá un análisis más serio y desapasionado. El tema no es menor, en las próximas semanas el tricolor tendrá que definir qué tipo de fuerza política será en los próximos años, y sobre todo, su nuevo papel en la vida política del país.

Cuando el PRI rescató al PT

Resulta paradójico que hoy el Partido del Trabajo pueda superar al PRI en número de diputados y senadores para la próxima legislatura tomando en cuenta que el PT estuvo a punto de perder su registro en 2015, y si pudo conservarlo fue en gran parte gracias al tricolor.

El Partido del Trabajo fue un aliado fundamental para concretar la victoria de la coalición ‘Juntos Haremos Historia’ en los comicios del domingo pasado, un hecho que fue posible gracias a que el PRI los salvó de perder su registro como partido en el 2015

En las elecciones federales de hace tres años, el PT no había alcanzado el mínimo requerido de apoyos a nivel nacional, el cual por ley debe ser del 3 por ciento, por lo que la autoridad electoral le quitó su registro. 

Sin embargo, una posterior resolución del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en la que ordenó una reposición de la elección en un distrito de Aguascalientes, le permitió en los comicios extraordinarios alcanzar  ‘in extremis’  el porcentaje necesario para conservar el registro.

En esa elección extraordinaria el PRI operó políticamente para que el PT alcanzara los votos requeridos y así pudiera obtener el 3 por ciento nacional. El gobernador de la entidad en ese entonces era el priista Carlos Lozano.

En la reposición de la elección a gobernador en Colima del 2016, el PT se alió con el PRI y fue de la mano del tricolor y del Verde en los estados de Chihuahua y Aguascalientes; una forma de pagar el favor del priismo.

Para que un partido político pueda conservar su registro requiere del 3 por ciento de apoyos a nivel nacional

Dos años después, el PT apoyó la coalición encabezada por Andrés Manuel López Obrador, ignorando la ayuda del tricolor en 2015 y convirtiéndose en parte fundamental de la caída priista en los comicios del 1 de julio.

¿Volver?

El Revolucionario Institucional nunca había vivido una caída como la del 1 de julio, pero sí ha recibido otros golpes que parecieron dejarlo fuera de la jugada y, sin embargo, volvió. Pero esta vez el regreso a los primeros planos de la política nacional se ve más complicado.

Después de sendas derrotas en las urnas en los años 2000 y 2006, aprendieron a convertirse en un factor de equilibrio y gobernabilidad para el presidente en turno (Vicente Fox y Felipe Calderón) y en un aliado para el partido en el poder.

En el 2000 el PRI fue oposición por primera vez. La Alianza por el Cambio (PAN y Partido Verde) se convirtió en la primera fuerza política legislativa al obtener 224 diputados y 60 senadores. El PRI obtuvo 208 y 51 respectivamente. El priismo tendría que adaptarse a su nuevo papel

Para las elecciones de 2006, después de una contienda interna que terminó con una profunda división, el Partido Revolucionario Institucional no solamente volvería a perder la Presidencia sino que cosecharía el que habría sido hasta el momento su peor balance en las urnas.

El candidato presidencial priista Roberto Madrazo quedaría relegado hasta el tercer lugar de la votación con ‘apenas’ 9 millones 300 mil votos, lejos de los 15 millones de votos con los que Felipe Calderón ganó la elección.

En el legislativo los números no fueron mejores. El PAN se convirtió en la primera fuerza tanto en la Cámara de Diputados y en el Senado con 205 y 52 legisladores respectivamente; la coalición de izquierda lograría convertirse en la segunda fuerza con 157 diputados y 36 senadores; y el PRI y sus aliados del PVEM sólo lograrían 123 escaños en San Lázaro y 39 en el Senado en conjunto.

Sin embargo, gracias al oficio de sus principales operadores políticos como Emilio Gamboa o Manlio Fabio Beltrones, el PRI se mantuvo vigente como una fuerza política fundamental en la vida del país.

Durante 12 años y con altibajos fue preparando su regreso al poder y hace 6 años ganaron la Presidencia y recuperaron terreno a nivel nacional, recuperaron gubernaturas y junto con sus aliados se convirtieron en primera fuerza en el Congreso.

No es la primera vez que el PRI se enfrenta a una situación en donde tiene todo en contra. Tras perder en el 2000 les tomó 12 años obtener otra oportunidad para dirigir al país, sin embargo no se sabe si podrían lograr la misma hazaña o quiénes serían capaces de llevarla a cabo

En 6 años, después de que México le diera una segunda oportunidad, el PRI tiró prácticamente todo su capital político. Ahora toca volver a empezar de abajo, esta vez de más abajo todavía y ni siquiera se sabe si volverán a tener una nueva oportunidad o quiénes estarán dispuestos a encabezar la operación regreso.

El llamado a la autocrítica

Desde el primer discurso de René Juárez, dirigente nacional del PRI, inmediatamente después del cierre de las casillas, se hizo un llamado a la autocrítica, un llamado a la reflexión respecto a por qué en este 2018 la ciudadanía le dio la espalda al tricolor.

Conforme los resultados de la elección confirmaron que los números no beneficiaban al PRI, los líderes del partido convocaron a sus militantes a reflexionar y cuestionarse qué los llevó a la situación en la que se encuentran ahora

“Una derrota electoral sólo se convierte en fracaso si dejamos de luchar”, señaló José Encarnación Alfaro, Secretario General Adjunto a la Presidencia priista en un video que compartió después de que comenzaran a surgir los resultados electorales.

Este tipo de expresiones han sido recurrentes en las horas posteriores a la debacle priista: llamados al optimismo y a no dejar de luchar por el partido.

La derrota también ha provocado divisiones en el tricolor, por lo que la tarea de la reconstrucción depende en gran medida de la cohesión que pueda mantener el partido

Una de las corrientes internas, Democracia Interna, liderada por el exgobernador de Oaxaca Ulises Ruiz, fue especialmente crítica con la actual administración, responsabilizando al Presidente y a su gabinete de la debacle electoral. En una carta, la corriente señala que el rechazo al Gobierno se trasladó como el rechazo al PRI.

“La percepción desde la sociedad de un Gobierno corrupto aumentó el desgaste del partido que había apenas recuperado la Presidencia; el incremento en la inseguridad y la pobreza, y reformas estructurales cuyos beneficios no sintió la gente, socavaron aún más el apoyo al PRI y su Gobierno” señala la misiva.

Asimismo, expresaron que la injerencia de los cercanos al mandatario en la vida interna del partido también resultó perjudicial y limitó la participación de la militancia. Ahora, señala la carta, la derrota debe ser tomada por el PRI como una oportunidad para “recuperarse, resurgir y reconstruirse”.

Militantes del PRI de la corriente ‘Democracia Interna’ culparon a la actual administración de los resultados

El priismo se mira al espejo, reconoce su derrota e incluso ya apunta algunas causas. Eso sólo es el primer paso. La reconstrucción y supervivencia del partido serán una tarea mucho más complicada.

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