Policía permite vandalismo

Son las 3:30 pm, en el fondo del la plaza localizada frente al parque Agua Azul, un pequeño contingente de alrededor de 300 personas preparan pancartas y banderines donde se leen inconformidades y protestas, todas dirigidas contra el PRI y Enrique Peña Nieto, quien horas antes rindió protesta como presidente de México.  

La marcha saldría desde el Tianguis Cultural hasta la FIL donde se pediría tener acceso para así leer un comunicado. Un conocido que estaría ahí dijo que Gerardo Fernández Noroña estaría al final de la procesión para apoyar a la causa. 

Víctor Fernández Víctor Fernández Publicado el
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Los organizadores intentaron contener el brote de violencia con poco éxito ya que las personas responsables de los daños seguían haciendo de las suyas

Son las 3:30 pm, en el fondo del la plaza localizada frente al parque Agua Azul, un pequeño contingente de alrededor de 300 personas preparan pancartas y banderines donde se leen inconformidades y protestas, todas dirigidas contra el PRI y Enrique Peña Nieto, quien horas antes rindió protesta como presidente de México.  

La marcha saldría desde el Tianguis Cultural hasta la FIL donde se pediría tener acceso para así leer un comunicado. Un conocido que estaría ahí dijo que Gerardo Fernández Noroña estaría al final de la procesión para apoyar a la causa. 

Se sentía tenso el ambiente, la posibilidad de un enfrentamiento era alta, los ánimos corrían fuerte y  la policía estaba alerta.  

Media hora más tarde, la marcha ya había comenzado, pancartas en alto, alguna personas con la cara tapada, teatralidad y rabia juntas caminaban en sentido contrario por avenida 16 de Septiembre. 

Primera parada, las oficinas estatales del PRI, gritos y abucheos en contra de la fachada, nadie recibía el mar de insultos.  

De la nada, un joven corre hacia la reja que protege al edificio: con patineta en mano y gritando comienza a golpear los barrotes con vehemencia. 

Otro lanza una piedra en contra de los cristales espejados del edificio, y otro y así sucesivamente hasta que se formó una lluvia de piedras, botellas y cascajos. El saldo fue de dos vidrios rotos. 

Los organizadores intentaron contener el brote de violencia con poco éxito ya que las personas responsables de los daños seguían haciendo de las suyas.  

La Policía de Guadalajara solamente se limitó a hacer sonar sus torretas varias veces, mientras familias enteras y manifestantes corrían huyendo de los focos de agresión.

Los ánimos volvieron a bajar y la  gente siguió el rumbo trazado horas antes. 

El plan era el mismo: marchar hasta la FIL, leer el comunicado y disgregarse, pero ahora ya había tres patrullas de la policía siguiéndonos.  “¡Júntense compañeros, la unidad es nuestra fuerza!” gritó un joven con la cara tapada, las patrullas que seguían a la marcha ya eran más. 

Diez minutos más tarde y con al menos el doble de  personas, el contingente se encontraba frente al cruce de las calles Enrique Díaz de León y Alemania, frente a las instalaciones de Televisa. 

Un camarógrafo y un reportero de la televisora, rodeados por una valla improvisada y cinco guardias de seguridad, grababan el recorrido de los jóvenes. 

Al principio solamente fueron gritos y chiflidos en contra de la televisora. Sin embargo, en segundos los reclamos se convirtieron en proyectiles estrellándose contra la puerta. 

Reportero, camarógrafo y guardias por igual entraron agachando la cabeza al edificio y se apuraron  a conseguir un automóvil para seguir a lo que ellos consideraron una turba iracunda. 

Una vez más, las piedras corrieron por parte de un minúsculo grupo de agitadores que accionaban desde el interior de la marcha, algunos, los más osados, salían de entre la gente y con el rostro cubierto lanzaban piedras e insultos a  los trabajadores del medio. 

Luego del paso por la televisora, a las patrullas de la policía y vialidad también se sumó el grupo motorizado de reacción inmediata, quienes impávidos, solamente prendían sus farolas.

Ni un solo policía se bajó de su unidad. 

De ese punto  en adelante, la manifestación continuó de manera pacífica, con más y más unidades de uniformados siguiéndola, autoridades vestidas de civiles grabando los rostros de todo aquel que se les atravesara y unas cuantas pintas por parte de algunos jóvenes bulliciosos, todos con la cara cubierta. 

Cinco kilómetros más adelante de donde comenzó todo ya eran alrededor de mil personas. La gente harta de la caminata, lista para entrar en la FIL, dar su comunicado e irse se encontró con una obstáculo más, el último: una valla con aproximadamente 100 elementos de la  policía municipal obstruían el paso a los manifestantes. 

No se sabe si las primeras piedras las lanzaron los manifestantes o los policías, pero una cosa ya había quedado clara, los golpes eran inminentes. 

Por kilómetros, quienes se supone deben velar por la ley, el orden y sobre todo la seguridad de los ciudadanos, dejaron que un pequeño grupo de alrededor 30 o 40 personas lanzaran piedras contra dos edificios y dañaran propiedad pública. 

No fue hasta metros antes de que el contingente llegara a su destino que la policía motorizada, junto con patrullas y elementos de la Procuraduría General de Justicia del Estado, cerraron la trampa, los inconformes estaban atrapados.

El exceso de violencia por parte de las fuerzas del orden fue el leitmotiv de la tarde del sábado. Con tres, cuatro y a veces hasta siete u ocho elementos golpeando con furia animal a toda aquella persona que se les cruzara en su camino, o a cualquiera que les reclamara por la impunidad de sus acciones.  

En total, hubo 27 arrestos y 45 ciudadanos heridos, de éstos últimos la mayoría eran mujeres, niños y ancianos.  

La golpiza no solo fue para quienes se manifestaron, también para algunos reporteros que cubrían los disturbios. Al final  quedó claro que la represión solo requiere un pretexto.

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