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En la calle por voluntad

El inhalar “la mona” se detona la euforia, luego viene la excitación, se desinhibe la conciencia y llega el sueño.

El químico que se consigue por 8 pesos en una ferretería tarda en llegar al cerebro entre dos y cinco minutos, y su efecto puede durar entre 45 y 50 minutos.

Cuando pasa “el viaje” viene la desorientación, los daños serios, y a veces irreversibles. Las víctimas: corazón, hígado, riñones, pulmones y cerebro.

La segunda vez que salió de prisión, asegura, fue cuando sintió que ya había tocado fondo y decidió cambiar su vida
https://youtu.be/ErKjVG9Q8Mg

El inhalar “la mona” se detona la euforia, luego viene la excitación, se desinhibe la conciencia y llega el sueño.

El químico que se consigue por 8 pesos en una ferretería tarda en llegar al cerebro entre dos y cinco minutos, y su efecto puede durar entre 45 y 50 minutos.

Cuando pasa “el viaje” viene la desorientación, los daños serios, y a veces irreversibles. Las víctimas: corazón, hígado, riñones, pulmones y cerebro.

Con la frecuencia del uso viene el deterioro de la memoria, la disminución de la inteligencia y, en el peor de los casos, una muerte por insuficiencia cardíaca o asfixia.

Muchos amigos de Francisco han muerto así.

Él llegó a ser parte de la población de la calle porque no había de otra. A él ya no le quedaba nada qué perder y esa fue su única opción.

“A la gente de la calle no hay que verla como ‘pobrecitos no han comido, no tienen ropa’.

“Si te das cuenta, el indigente mexicano trae sus Nike, sus Adidas, sus Jordan, trae su chamarra chida: la población de calle no representa la pobreza en México, porque el indigente lo es porque decide serlo”, asegura Francisco que durante más de 15 años estuvo en situación de calle.

“Mucho indigente lo es por ser dado a alterar la sociedad, porque quiere alejarse del sistema. Por la comodidad de que estando ahí ya no está obligado a creer en nada, en respetar nada, mas que en romper las reglas.

“Viven en la anarquía, por eso se dejan caer en la calle, ya no hay necesidad de ponerse la corbata o vestirse a la moda. Se renuncia a lo establecido”.

Madre calle

Francisco fue criado en el Estado de México, pero llegó a la capital del país cuando rondaba los 28 años. La primera vez en la urbe de concreto se quedó en la Glorieta de Insurgentes. Y ahí se juntó con la banda de la calle, nada más porque cuando llegó, fueron los primeros en darle la bienvenida. Se sintió integrado.

En las calles las drogas son el pan de cada día y no está mal visto comprarlas en la ferretería. El solvente es lo más común y lo más fácil de usar. Hoy, con 8 pesos Francisco se compra una botellita y con eso se avienta su viaje de medio día.

Con otros 12 pesos se puede comprar una charanda de a litro, que la combina con otra de alcohol que adquiere en alguna farmacia, y ya tiene una peda para todo el día.

“En Tacubaya te compras unas botellitas de 8 pesos de solvente, para hacerte unas buenas cinco monas, lo inhalas y ya te da para todo el día. Te vas a un lugar en donde nadie te vea, como un parque, y te pones bien chachalaco. Cuando te aturdes, te agarra el sueño y te vas a buscar la comida, te comes lo primero que encuentras en la calle”.

Francisco ya pasó por todas las drogas: la mota, la piedra, el solvente y el alcohol. Y no le ha dado por la heroína solo porque es vicio caro. Según dice, cada jeringazo cuesta entre 80 o 90 pesos, y para él, que no tiene dinero, la mota o el alcohol es siempre lo más asequible.

Cuando tiene hambre, levanta cosas de la calle, o se alimenta de lo que le regalen los polis.

Y en el mejor de los escenarios hace una comida diaria.

Ha estado dos veces en la cárcel por problemas de adicción, pues al caer en el vicio, se puso inconsciente, y empezó a robar algunas cosas.

En ambas ocasiones sobrevivió lo que desde adentro se entiende como la ley del más fuerte: es decir, que cuando eres el nuevo te tienes que madrear con el más grandote, porque si no, toda la cárcel se mete contigo.

“Tienes que hacer cosas para defender tu integridad, porque ahí te quieren violar, te quieren robar, te quieran traer de su gato, y hasta te matan.

“Y yo, de que me violen, a que me den en la madre, pues prefiero que me den en la madre o me maten”.

En el fondo del fondo

Fue la segunda vez que salió de la cárcel que asegura haber tocado fondo.

Al salir de prisión, de tanto acariciar con manos y pies las calles, empezó a conocer el circuito de los albergues, hasta que llegó a La Coruña, el Centro de Asistencia e Integración Social más grande de la Ciudad de México, ubicado en la delegación Iztacalco.

Ahí, el ambiente fue de desencanto, marginación y malos tratos, donde asegura, vio morir a mucha gente cercana. Unos por enfermedades en fase terminal y otros más por asesinato en alguna calle de esta caótica ciudad: mucha banda que le gustaba meterse en problemas, como a él.

“Muchos de sobredosis y muchos otros terminaron matándolos en la calle por la vida que llevaban; es que la banda se pone bien incoherente. Y eso me marcó. Si no me ponía al tiro, a mí también me iba a tocar.

“Hasta que un día me dieron una madriza chida, ahí por la colonia Guerrero. Me dejaron todo fregado por dentro y por fuera, estuve una semana en cama. Entre que andaba solo por ese barrio de noche y la banda que andaba en drogas, me desconocieron y me dieron una santa madriza”.

Él dice que había estudiado algo en la infancia, pero solo hasta primaria así que tuvo que empezar de cero.

Tres años y medio de estar viviendo en La Coruña le bastaron para empezar a crear el proyecto de su vida: en el albergue lo apoyaron a estudiar, y en el transcurso de su estancia ahí lo canalizaron para sacar su acta de nacimiento, su CURP, su IFE. Incluso, el mismo albergue le prestó la dirección para que pudiera tramitar sus documentos de identidad.

Y es que, la gente en situación de calle no tiene papeles, dirección, identidad, y al ser invisibles tampoco tienen acceso al servicio de salud o vivienda.

Francisco dice que quiere terminar la prepa y hacer un curso o una carrera corta.

Fue así que a sus 37 años empezó a estudiar.

Acabó la primaria, luego la secundaria y ahora la prepa, que está por terminarla, nada más le hacen falta 2 mil pesos, para presentar su examen final.

La vida en las calles es difícil, dice Francisco, pero depende de uno hacérsela fácil: nadie se escapa de tener que trabajar.

“Depende de tu grado de conocimiento, y de lo que sepas hacer.

Soldar, albañilería, plomería o electricidad”.

Ganar dinero

Después de año y medio, Francisco se mantiene más o menos sobrio, en gran parte, gracias a los talleres, las dinámicas y la chamba que le dan las chicas de Mi Valedor.

Mi Valedor es una iniciativa social que trabaja con personas con realidad de calle, por medio de talleres de capacitación artística, de escritura, fotografía o música, y en donde también reciben atención médica.

El proyecto funciona así: la asociación imprime un revista. Después de una capacitación de venta, habilidades sociales, finanzas y ahorro, los “valedores” reciben su primera tanda gratuita para generar su primer ingreso.

Las siguientes veces que quieran adquirir la revista será de a 5 pesos por ejemplar, que ellos venden por 20 pesos, para ganarse el 75 por ciento de la venta, y crear un hábito de ahorro que elimine por completo la mendicidad.

A Francisco le gusta levantarse temprano, como entre 8 y 9 de la mañana. Y según el día de la semana, va o la escuela o se va a vender revistas.

Francisco ha pasado más de 15 años en las calles, pero su vida ha dado un giro luego de varios golpes.

Sobrio la mayor parte de los días Francisco se ha propuesto terminar la preparatoria para conseguir un empleo.

Todos los martes se le ve tomando clases gratuitas de música, o escritura en las oficinas de la asociación, que se ubica en la calle de Bucarelli, justo enfrente del reloj chino.

Así dice que se mantiene entretenido aprendiendo a tocar un instrumento, o interactuando con otros valedores.

De ahí se va a su punto de venta en la Colonia Roma, en el corredor de Álvaro Obregón. Y en un día de venta, Francisco se podría ganar hasta 800 pesos.

Cuando acaba su día, Francisco ya no se va ni al albergue, ni a la calle. Ahora duerme en un lugar por el metro Balderas, en donde un señor le renta, a él y a otro compañero de la calle, “un cuartito que pagan con lo que venden de la revista”.

Él dice que es un cuarto pero en realidad es un tapanco con un espacio tan reducido que nada más usa para dormir, echarse un baño y lavar su ropa.

Y como no trabaja diario, no tiene chance para generar un buen ingreso. Pero cuando tiene lana, procura pagar por adelantado su hospedaje, por lo general unos dos días de adelanto, para no gastárselo en otras cosas.

“Lo primero que me urge hacer cuando me levanto en la mañana es sacar esos 50 varos diarios para pagar mi cuarto.

Ya después de ahí, aunque no tenga para comer al menos tengo dónde dormir, y ya mañana será otro día”.

Mientras tanto, Francisco dice estar seguro de que un día, “toda la gente de La Marquesa le va a construir una estatua enorme con su nombre.”

Y no es de sorprenderse que sueñe con una estatua; calles ya tiene muchas.

Sigue leyendo “Un oficio al natural” por Julio Ramirez

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