Renacer cada mañana

La historia de Pepe Wicho es un ejemplo de sobrevivencia ante la compleja realidad citadina y los desafíos laborales a los que se enfrentan las personas con discapacidad

Todas las mañanas, sobre el cruce de Reforma e Insurgentes, José Luis Vargas, también conocido como Pepe Wicho espera paciente junto a la ciclovía a que lleguen personas que necesiten de ayuda para reparar sus bicicletas.

Sin faltar un solo día, de lunes a domingo, con el casco bien puesto y un cartel sobre el pecho con la leyenda: “soy bicimecánico, te ofrezco reparación para tu bici, silla de ruedas y más… apóyame”, Pepe Wicho lucha por sobrevivir en la ciudad y hacerle frente a los obstáculos que trae consigo el tener una discapacidad física.

Desde su nacimiento en 1974, la vida comenzó a tornarse complicada, su destino estuvo marcado por la adversidad y al mismo tiempo, un fuerte sentido de resiliencia, nacer sin un ojo y con labio leporino fue el comienzo de toda una travesía que lo impulsó a salir adelante y le enseñó a tomar desde otra perspectiva las malas noticias que ha ido acumulando durante toda su vida.

“Me dedico a diversas actividades, lo que más me gusta es el ciclismo, pero a veces sale y a veces no. Ser bicimecánico fue iniciativa propia, como no tenía dinero para tomar un curso junte dinero me compré una bici y comencé a repararla por mi cuenta, poco después me surgió la idea de sobrevivir haciendo esto y así es como he salido adelante en los últimos cuatro años”.

Hace 20 años que Pepe Wicho vive en la Ciudad de México, llegó con la esperanza de tener una mejor calidad de vida, pues en Puebla sentía que solo acumulaba malas experiencias, y no había muchas oportunidades para él, pues en distintas ocasiones se enfrentó a la falta de trabajo y discriminación a causa de la limitación física que padece.

“Yo pensé que al llegar a la ciudad sería diferente, que al menos tendría más posibilidades de trabajar, sin embargo no fue así, ha sido muy difícil sobrevivir, vivo al día, después de tanto tiempo aún no tengo un lugar estable donde pasar la noche, cuando saco suficiente dinero puedo quedarme en un hotel o dentro de un café internet que me prestan, cuando no, me toca buscar un lugar en la calle”.

A pesar de las adversidades, Pepe Wicho mira con optimismo la vida y asegura que la calle ha sido una gran escuela. “Me gusta ayudar a las personas, platicar con ellas mientras arreglo sus bicicletas, muchos de aquí ya me conocen, algunos ya me llaman cuando necesitan que les repare algo, lo que no me gusta es que algunos se acercan, me piden mi número, quedan conmigo y no vienen, mientras yo me quedo esperando”.

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