Se asoma el rostro de la tragedia

En Juchitán, Oaxaca, familias enteras duermen a la intemperie por el temor de que una réplica termine de derrumbar sus casas, que resultaron con severos daños por el sismo registrado la madrugada del 8 de septiembre.
J. Jesús Lemus J. Jesús Lemus Publicado el
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Conforme avanzan las horas, en Juchitán, Oaxaca, la magnitud del desastre dejado por el sismo de la noche del pasado jueves, cobra su verdadera dimensión: la cifra oficial de decesos sólo en esta localidad ya se ubica en 31 víctimas, y se presume que por lo menos otras diez personas se encuentran en calidad de desaparecidas.

Aun no se termina con la integración del censo oficial de viviendas colapsadas, pero sólo en el centro de la ciudad de Juchitán, según los cálculos de protección civil, se estima que son más de 170 las viviendas que se vinieron abajo, y al menos unas 230 que tendrán que ser demolidas a causa de daño en sus estructuras.

En esta parte del sur oriente del estado de Oaxaca, la de Juchitán no es la única población afectada, también se suman los habitantes de los municipios de Unión Hidalgo e Ixtaltepec, así como los de la comunidad de Xhadani, en donde el número de viviendas colapsadas ya alcanza a más de 210, y se estiman que otras 380 resultaron con daños severos en sus estructuras.

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Pero la principal huella del sismo se refleja en el miedo de la gente: decenas de familias completas ya llevan dos noches durmiendo a la intemperie. Tiene miedo de que alguna de las réplicas, de las que se han contabilizado 161 en menos de 32 horas, termine por derribar sus viviendas, resentidas por el movimiento telúrico.

Otras familias, un total de 347 personas, han decidido dejar sus viviendas y se han refugiado en el albergue temporal que estableció el gobierno municipal en el Instituto Tecnológico del Istmo, donde elementos del Ejército y La Marina cuidan y alimentan a los desplazados, mientras que brigadas del IMSS Progresa ha desplegado un programa de asistencia medida inmediata.

“En Juchitán es como si hubiera caído una bomba”, explica mientras mira a su alrededor Guillermina Saínes Morales, una mujer que duerme en la banqueta de su casa, al lado de sus hijos, su cuñada y su madre. No quiere entrar a su domicilio, porque tiene temor de que una réplica la atrape dentro. Pero tampoco quiere dejar su casa por temor a la delincuencia.

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El temor de Guillermina Saínes es fundado. Desde que se registró el colapso de las cientos de viviendas que dan cuenta de la magnitud del sismo, la rapiña ha hecho presa a varias colonias del centro de Juchitán, donde al menos unas 45 de ellas han sido saqueadas, según reconocen elementos de la policía estatal y municipal.

El temor al saqueo que se registra en algunas de las colonias de los sectores II, IV, V y VII y en la colonia Chenguigo, en la zona urbana de Juchitán, es lo que ha hecho que se comiencen a integrar grupos de vecinos para vigilar lo que ha quedado de sus viviendas.

La labor de vigilancia vecinal se realiza de la mano con elementos del ejército que patrullan la zona urbana y entregan algunos suministros necesarios a la población, principalmente alimentos y agua embotellada, a fin de abatir la escasez que ya se comienza a asomar en esta región, a donde no ha llegado aún la ayuda humanitaria de la sociedad civil.

Todo comienza a escasear. El suministro de agua potable se ha suspendido. No hay energía eléctrica en la mayor parte de la zona urbana. El servicio de telefonía es restringido y los insumos alimenticios básicos ya comienzan a escasear y a subir de precio: un kilogramo de huevo cuesta hasta 87 pesos en algunas tiendas que todavía lo pueden ofertar.

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