Siembran esperanza

En una de las zonas más agrestes de la ciudad de Tijuana, Baja California, la frontera más transitada del mundo, un joven emprendedor intenta sacar del limbo a los migrantes más desamparados, los que no han logrado cruzar “al otro lado”, que fueron deportados, o que viven atrapados en las garras de la drogadicción, con un futuro incierto y evadiendo su realidad.

Imelda García Imelda García Publicado el
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“Llegué aquí la verdad queriendo intentar regresar (a Estados Unidos), pero me uní a este proyecto y veo que es algo bueno, algo de lo que yo puedo vivir aquí en México”
Jesús González Líder de los BordoFarmers
Los deportados son víctimas de un sistema que los desecha, a pesar de que cuando trabajaron en Estados Unidos enviaron remesas millonarias a México
https://www.youtube.com/watch?v=vDDFHBXWP-U
“Tijuana es la ciudad más dura del mundo. Y si este es el lugar más duro de Tijuana, entonces el bordo es el lugar más duro del mundo”
Miguel MarshallEmprendedor
http://youtu.be/KShgeBotPYM

En una de las zonas más agrestes de la ciudad de Tijuana, Baja California, la frontera más transitada del mundo, un joven emprendedor intenta sacar del limbo a los migrantes más desamparados, los que no han logrado cruzar “al otro lado”, que fueron deportados, o que viven atrapados en las garras de la drogadicción, con un futuro incierto y evadiendo su realidad.

En la canalización del Río Tijuana, un arroyo cubierto de cemento que cruza la ciudad y la divide en dos, Miguel Marshall y sus colaboradores arrancaron con el proyecto de BordoFarms o “Granjas del Bordo”, si se traduce al español, en el que se habilitaron pequeñas parcelas para la siembra de vegetales y hortalizas.

Ahí, trabajan algunos migrantes atrapados en el río. Hoy se hacen llamar los “BordoFarmers”.

Con su huerto urbano, que tiene apenas unas cuantas parcelas, Marshall y los suyos desafiaron no solo al destino de estos hombres, sino también a las autoridades.

Sin permisos para realizar obra alguna en ese lugar, de jurisdicción federal, Marshall y un grupo de jóvenes líderes comenzaron con la instalación de los pequeños huertos.

Fueron amenazados por las autoridades de que sería demolida la instalación. Sin embargo, los propios migrantes cuidan, con guardias las 24 horas del día, que las parcelas no sean destruidas.

Los BordoFarmers ya levantaron su primer cosecha. Con orgullo hablan sobre sus cualidades para hacer crecer los frutos en una caja con tierra fértil.

Con su primer levantamiento, los migrantes deportados prepararon una ensalada que comieron en medio de un festín, por el objetivo cumplido.

La meta es que las BordoFarms crezcan y se conviertan en una verdadera opción para más de los 10 hombres que actualmente laboran en el proyecto.

El motivo de fondo, sin embargo, es sacar a los migrantes del bordo de su condición y brindarles una nueva oportunidad de vida. Construir un huerto vertical de grandes dimensiones que dé trabajo a quienes se encuentran en la canalización del río.

Apenas a unas semanas de que comenzó sus actividades, ya dos personas han abandonado el bordo. Se fueron listos para iniciar una nueva vida. Eso, para Marshall, ya es un logro. Pero falta multiplicarlo por cientos.

El Río Tijuana, una herida abierta

Caminar por la orilla del Río Tijuana puede ser devastador. En él, miles de migrantes deportados y personas sin hogar deambulan en espera de conseguir un trabajo o poder cruzar a Estados Unidos.

Quienes no tienen a donde ir, duermen debajo de los puentes vehiculares que atraviesan este río encementado que es, más bien, una herida abierta que atraviesa la ciudad de lado a lado, de este a oeste.

Cientos de personas han convertido a este río en su hogar. Desde adentro, el panorama asemeja un escenario digno de una película de ciencia ficción. No se observa nada más que las paredes y el piso de cemento gris, que se pierde en el horizonte con el azul del cielo.

La canalización del Río Tijuana está dividida por un muro invisible. En la parte más cercana a la frontera con Estados Unidos viven cientos de migrantes en condiciones de indigencia; muchos de ellos, adictos a la heroína y otras drogas, viven en un mundo paralelo, ajenos a lo que les rodea y a sí mismos.

Del otro lado, hacia el este de la ciudad, se encuentran cientos de personas deportadas indigentes con alguna enfermedad terminal o crónica. Han sido expulsados por quienes están del otro lado del río para evitar un contagio.

“Tijuana es la ciudad más dura del mundo. Y si este es el lugar más duro de Tijuana, entonces el bordo es el lugar más duro del mundo”, dice Marshall, con un dolor clavado en la mirada.

Justo en medio de ambos mundos que conviven en el río, se encuentran las BordoFarms.

En 30 cajas de madera que ellos mismos construyeron, los BordoFarmers cuidan sus plantas de betabel, acelga, cebolla y otros frutos, con el mismo empeño que cuidarían un tesoro.

Para ellos, las plantas en las pequeñas parcelas representan no solo un fruto creciendo; significan una esperanza de que puede haber un mejor futuro.

Las pequeñas parcelas fueron colocadas en el pasillo que recorre el río Tijuana justo a espaldas de la Plaza Río, el centro comercial emblemático de la ciudad.

Un puente peatonal y una ciclovía que luce abandonada, permiten a cualquiera bajar a ver las BordoFarms.

Debajo de la rampa de la ciclovía, estos granjeros urbanos instalaron un campamento con una casa de campaña, una cama cubierta de cartón y un estante para colocar sus enseres y, desde ahí, vigilan día y noche el bienestar de sus parcelas.

Cocinan en un fuego que alimentan con palos, y un bote de chiles es su cazuela.

Como en un campo de batalla, el campamento está coronado por una bandera de México, que ondea viva con el aire que también les acaricia el rostro mientras cuidan sus huertos.

Global Shapers, impulsores mundiales

Miguel Marshall, un joven emprendedor, nacido en San Diego, California, pero con fuertes raíces en Tijuana, fue invitado por el Foro Económico Mundial para formar parte de la comunidad de Global Shapers, o Impulsores Mundiales.

A sus 28 años, Marshall llegó a esa comunidad de líderes con un proyecto en mente para ayudar a Tijuana y su gente: instalar un huerto urbano y dar una mano a la comunidad de deportados, generando empleos.

El proyecto fue avalado por los Global Shapers y ahí comenzó su camino.

Marshall se puso en contacto con Transición Tijuana, una organización que impulsa la creación de huertos urbanos, y juntos crearon el proyecto piloto.

Decidieron entrar con los huertos en la canalización del río, una zona federal bajo jurisdicción de la Comisión Nacional del Agua, y ahí comenzaron a instalar las parcelas.

 “Entramos a una zona que le pertenece al gobierno, entramos sin permiso; y lo que fue, fue como un acto de desobediencia social. Y ese acto de desobediencia social se convirtió en las BordoFarms y ahorita estamos en negociaciones con la Conagua para la permanencia del proyecto”, narra Marshall.

Al principio, comenta, las autoridades los vieron solo como activistas e intentaron desalojarlos del lugar.

Al ver que “no había nada en contra del gobierno”, dice Marshall, la resistencia fue evolucionando a apoyo, aunque ahora el reto es obtener más recursos económicos que permitan seguir con el proyecto y no ser expulsados de esos terrenos.

La apuesta de Marshall fue llevar hasta el bordo un proyecto productivo y no asistencialista, donde solo se le diera de comer a los migrantes, sin brindarles una oportunidad de salir adelante.

Desde su visión, los deportados son víctimas de un sistema que los desecha, a pesar de que cuando trabajaron en Estados Unidos enviaron remesas millonarias a México.

La acción de las BordoFarms comenzó a mediados de enero de este año. A un mes de su operación, se han invertido en ellas alrededor de 5500 dólares; de ellos, unos 1200 dólares, han venido directamente de los bolsillos de Marshall.

La continuación del proyecto depende ahora de la colaboración económica de las personas para poder ponerlo en pie.

“Al final del día no queremos vivir de donaciones, lo que queremos crear un proyecto sustentable financieramente, entonces por eso es que creamos estos huertos que al final del día, a largo plazo, se van a vender y eso va a generar dinero y ese dinero se va a poder utilizar para contratar a personas”, señala Marshall.

Quienes participan en las granjas organizan “intervenciones” en las BordoFarms para atraer apoyos de la población. En el terreno de las granjas se realizan eventos artísticos y de convivencia social para que la ciudadanía acuda y lleve apoyos.

La próxima “intervención” se realizará el 7 de marzo y lo que más se requiere es apoyo en efectivo y de voluntariado.

“Es concientizar a la ciudad, que la ciudad entienda la situación que se vive, que la apoyen, pero de una manera consciente, no de una manera asistencial, y que al final logremos reintegrar a nuestra comunidad de deportados a la ciudad, que es una ciudad que ha sido creada por gente migrante, es una ciudad de todos.

“Ahorita ya no es un proyecto mío, ni de Global Shapers, ni de Transición Tijuana. Es BordoFarms y es un proyecto de la ciudad; ahorita ya es un proyecto de los BordoFarmers que son los que están operando y están en el día a día. Entonces este ya no es un proyecto de nadie, es un proyecto de todos”, afirma Marshall.

Hasta ahora, con el apoyo de las BordoFarms, dos migrantes ya han salido de la canalización del río. 

Uno de ellos, se integró a la vida de la ciudad y ahora tiene un empleo; otro, volvió a su lugar de origen después de 19 años fuera de su hogar.

Una luz al final del camino

Entre los BordoFarmers eligieron a Jesús González como su líder. Él es el encargado de dirigir al equipo de migrantes deportados y voluntarios que se han unido al proyecto.

Originario de Aguascalientes, “Chuy”, como le dicen sus amigos, fue deportado de Lexington, Kentucky, donde trabajaba en un rancho como capataz.

La policía lo agarró sin licencia y de ahí lo mandó a la cárcel. Luego, directo a ser deportado. Así fue como llegó al río Tijuana.

“Llegué aquí la verdad queriendo intentar regresar (a Estados Unidos), pero me uní a este proyecto y veo que es algo bueno, algo de lo que yo puedo vivir aquí en México”, expresa Chuy.

Su finalidad es continuar en BordoFarms cuando sea ya autosustentable y pueda aprender un oficio para aplicarlo en Aguascalientes, su tierra, a donde le gustaría regresar.

Otro de los BordoFarmers es Juan Carlos Sánchez, un migrante originario de Tepic, Nayarit, pero que desde muy chico fue llevado por su familia a Estados Unidos, donde creció.

En la ciudad de Atlanta, Georgia, Juan Carlos hizo su vida: muy joven se casó y tuvo una hija. Tiempo después, salió voluntariamente de Estados Unidos “por un error” que cometió. Lleva nueve años esperando su “perdón” para poder intentar pasar nuevamente y reunirse con su familia.

Su esposa, una mujer norteamericana, se fue a vivir a Tijuana con él y ahí estuvo durante siete años. Sin embargo, ella tuvo que regresar a Estados Unidos por problemas con uno de sus hijos, y Juan Carlos entró en crisis: padeció alcoholismo y llegó a vivir al bordo.

Juan Carlos llegó al proyecto de BordoFarms un día que ayudaba a un amigo con problemas de heroína que vive en la canalización del río, un hombre con el que creció en las pandillas “del otro lado”.

“Vi las plantas y dije: ‘De aquí soy, Juan de aquí es’ (…) Dios me hizo ver la luz otra vez; el pasado es el pasado, ya olvídalo, fíjate en el presente y el futuro porque siempre es bueno adelantar cosas para que estés enfocado y que no se te olvide que tienes que hacer lo que tienes que hacer”, reflexiona Juan.

Su sueño es cumplir los 10 años que debe estar fuera de Estados Unidos y volver a Atlanta a retomar su vida. En su interior llevará ya varias enseñanzas que le dejó su vida como deportado.

“Yo, para mí, este país se me hace rico. Pero pues es la sociedad la que se hace rica, ¿verdad? Y al pobre, pues al pobre lo mandan al canal”, sentencia.

Junto a ellos trabaja también Rafael Rodríguez, un hombre originario de Córdoba, Veracruz, que vive en Tijuana desde hace siete años.

Aunque no llegó a las BordoFarms como migrante deportado, Rafael se unió como voluntario por su deseo de ayudar a hacer crecer el proyecto y, quizá, encontrar un trabajo estable.

“Yo me ofrecí a ayudar y también porque andaba desempleado, me quedé sin trabajo, y a la vez también vivir lo que vive esta gente, el dormir aquí, el adaptarse al clima, a compartir un plato, un café o algo con las demás personas.

 “Tenemos la esperanza de salir de aquí y de tener un trabajo; yo pienso que ese proyecto va para grande”, comenta Rafael.

Para cada uno de los BordoFarmers, el proyecto representa una esperanza para salir y retomar su vida como gente productiva, más allá de solo estirar la mano para recibir alguna caridad.

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