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A 214 días de la elección presidencial, las piezas del tablero político van tomando su lugar.
Hoy, el principal adversario de Andrés Manuel López Obrador ya tiene rostro; sus ataques contra el sistema estarán dirigidos no sólo contra el presidente Enrique Peña Nieto, sino contra José Antonio Meade, quien será el candidato tricolor.
Ya con dos adversarios bien definidos, la clase política comienza la batalla rumbo a la elección del 1 de julio del 2018.
En la tercera esquina, mientras avanza el tiempo y los dos adversarios declarados trabajan ya en pos de sus candidaturas, el Frente Ciudadano se va quedando rezagado.
Los conflictos al interior del PAN y el PRD por la forma en que se elegirá al candidato presidencial han prendido chispas entre los tres partidos del Frente, lo que puede debilitar y retrasar aún más la definición del tercer adversario de la contienda presidencial.
La elección del 2018 será sui generis no sólo por la complejidad, el tamaño o las nuevas figuras que se aplicarán en este proceso; también por las características de los candidatos presidenciales.
El PRI competirá con un externo, no militante; Morena irá con su candidato de siempre, que fue priista; y el Frente de partidos de izquierda y derecha que buscan ocultar sus posturas extremas postulará a un tercer adversario –si no deciden antes separarse en la elección presidencial-.
Además, aún falta conocer cómo se compondrán las alianzas entre diferentes partidos; ahí todavía puede haber sorpresas escondidas.
Dos rostros encontrados
Los dos candidatos ya definidos que contenderán en la elección presidencial del 2018 representan dos polos ideológicos y políticos radicalmente distintos.
Mientras José Antonio Meade ha dicho que pretende mantener un rumbo de continuidad de las políticas del actual gobierno, Andrés Manuel López Obrador ha pregonado la necesidad de un cambio radical en la forma de gobernar.
Esto, a pesar de que en su Proyecto de Nación 2018-2024 retoma varias políticas que fueron aplicadas por los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Mientras Meade se ha declarado defensor de las reformas estructurales aprobadas en el presente sexenio, López Obrador ha declarado su intención de echar abajo algunas de ellas… aunque esto no figura en su Proyecto de Nación.
De ambos lados, la mesa está servida para el inicio no sólo de la batalla política, sino de la guerra sucia y los ataques rumbo al día de la elección.
López Obrador es un político experimentado con una carrera de más de cuatro décadas que comenzó en los años 70 en el PRI; y continuó en el Frente Democrático Nacional de Cuauhtémoc Cárdenas, que lo postuló como candidato a la gubernatura de Tabasco en 1988, misma que perdió y en la que acusó fraude electoral.
A partir de entonces comenzó su lucha contra el sistema dominado por el tricolor, acusando irregularidades en las elecciones en Tabasco, en las que vuelve a participar en 1994. Organizó marchas a la capital del país en contra de los fraudes electorales, que fueron bautizadas como “éxodos por la democracia”.
Conquistó después la presidencia nacional del Partido de la Revolución Democrática en 1996; y en el año 2000 llegó a la Jefatura de Gobierno. El resto es historia; en los años 2006 y 2012 fue candidato a la Presidencia por los partidos de izquierda. Ahora, en el 2018, Andrés Manuel López Obrador dirige su partido, Morena, del que será candidato.
Mientras eso ocurría, José Antonio Meade hacía avanzar su carrera como servidor público dentro del Gobierno.
En una actividad que transcurría alejada de las multitudes y las negociaciones político electorales, Meade hizo su carrera en el sector hacendario del país. Mientras López Obrador ya marchaba desde Tabasco a la capital, Meade comenzaba como funcionario en la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas.
Declarado enemigo del gobierno de Felipe Calderón, López Obrador repudiaba la Administración federal conformando su propio “gobierno legítimo”; en tanto, Meade subía niveles en el servicio público y pasó de ser coordinador de asesores de la SHCP en el 2006 a secretario de Energía y después de Hacienda, hacia el final del calderonismo.
Al mismo tiempo que Meade ocupaba las secretarías de Relaciones Exteriores, Desarrollo Social y Hacienda en este sexenio, desde 2012 López Obrador se dedicó a consolidar la formación, registro y crecimiento de su propio partido, Morena, que ha ido ganando espacios en las elecciones del 2016 y 2017.
Se trata de dos personajes completamente distintos que ahora se enfrentarán en la contienda electoral más complicada en la historia del país.
Meade parece el blanco ideal de los ataques de López Obrador por ser parte del gobierno que ha aprobado las reformas estructurales, miembro de lo que llama la “mafia del poder” y por haber callado ante los actos de corrupción que se cometían cerca de él.
De vuelta, López Obrador también ha sido cuestionado por Meade, aún antes de que se conociera su intención de ser candidato del PRI. Lo ha acusado de proponer debates interesantes, más no soluciones a los problemas de México.
Será un choque de trenes entre dos visiones de país.
Se agota el tiempo
Mientras el PRI y Morena ya avanzan en la contienda hacia el 1 de julio, los partidos del Frente Ciudadano por México continúan en la pugna interna por la candidatura presidencial.
Y no sólo eso. El jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, ha expresado su rechazo a una eventual designación cupular del candidato presidencial del Frente; ha hablado, incluso, de que el PRD podría abandonar la coalición y competir solo en las próximas elecciones.
Mientras tanto, la cúpula del PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano han planteado varios escenarios para definir su candidatura.
Uno es que cada partido postule a su posible abanderado y se escoja también a dos ciudadanos que puedan competir con los políticos; la decisión estaría en manos de un consejo.
Otro es que se trate de una designación directa, hecha por las cúpulas de los tres partidos, y en la que –se dice- el elegido sería Ricardo Anaya.
Mientras los perredistas piden que sea una elección lo más abierta posible, los panistas buscan evitar esa apertura; argumentan que el PRI podría influir en los resultados de la elección interna si se abre a la sociedad en general.
Si la elección fuera entre los militantes de los tres partidos, también habría el peligro de desvirtuar el resultado, pues mientras el PRD tiene alrededor de 5.2 millones de militantes registrados ante el INE, el PAN sólo tiene 378 mil y Movimiento Ciudadano 468 mil. Es obvio lo que ocurriría si se postula un candidato del sol azteca.
Los partidos tienen hasta el 13 de diciembre para definir el método para elegir a su candidato y todo indica que el Frente agotará el tiempo hasta el límite, en la construcción de consensos para mantener la unidad. Una vez que se conozca el método, se podrá inferir quién será el abanderado.
El tiempo hacia el día de la elección continúa su marcha inexorable y mientras más tiempo pase para que los partidos del Frente Ciudadano alcancen un acuerdo y definan a su candidato, el PRI y Morena se posicionarán en el debate nacional y será difícil para el PAN, el PRD y MC remontar la desventaja.
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