Un castillo para los inexistentes
Samantha Flores, una activista transexual de 87 años, se ha convertido en la primera persona en construir un espacio en donde los adultos mayores que forman parte de la comunidad LGBTTTI pueden acceder a una existencia feliz mediante apoyo psicológico, espiritual y tecnológico
Mariana Recamier[kaltura-widget uiconfid=”39952882″ entryid=”1_r0ojb7jz” responsive=”true” hoveringControls=”false” width=”100%” height=”75%” /]
Samantha Flores está cansada. Molesta parece el adjetivo correcto para describir lo que siente ante el acoso de los medios de comunicación. Después de 80 entrevistas, la activista transexual de 87 años ya no quiere contestar las mismas preguntas de siempre ni sonreír ante las cámaras.
La razón es que hasta ahora los más de cien textos y videos que se enfocan en ella no hacen efecto en el proyecto más importante de su vida: Laetus Vitae, una casa de día para adultos mayores que tienen preferencias, identidades y expresiones que no se acotan a categorías como cisgénero o heterosexual.
El objetivo principal del espacio inaugurado en marzo de 2018 radica en su nombre. Laetus vitae es la expresión en latín para decir vida alegre. Este lugar ubicado en la colonia Álamos de la Ciudad de México ofrece actividades para que los adultos mayores LGBTTTI puedan tener una existencia feliz.
Sin embargo, desde la apertura del espacio, los reporteros se aglutinan en la puerta para pedir entrevistas acerca de la vida de la activista trans sin preguntar detalles sobre el espacio.
Las publicaciones no se traducen en apoyo económico para el lugar que vive del trabajo de voluntarios y del dinero obtenido mediante una campaña de financiamiento colectivo.
Es por eso que Samantha se molesta cuando ve a periodistas rondar su proyecto, pero sabe mantener la calma. Cuando los reporteros se acercan a la casa que está ubicada enfrente de la estación de Metrobús Xola dice que los puede atender si le dan un momento.
En el interior del lugar, Samantha pinta sus labios de color naranja y se prepara para hablar. Acomoda su cabello y toma en sus manos un micrófono que pasa por debajo de su blusa, pero algo sucede en su cabeza y decide no ceder más.
Dice que sabe tratar con los medios de comunicación, que este año le hicieron 80 entrevistas y que nadie depositó un peso en la cuenta de Laetus Vitae. Ni siquiera le regalaron un ejemplar de los periódicos en los que se publicó su historia.
Samantha ya no quiere hablar. Entrega el micrófono y le pide a Arturo Arcos Soto, psicogerontólogo voluntario, que él conteste las preguntas. El joven acepta.
“Mucha gente viene para conocer a la mujer trans de 87 años y Samantha no quiere eso. El objetivo no es que ella se haga famosa, es que el espacio llegue a la población que tenemos que beneficiar”, dice Arturo.
El psicogerontólogo comparte que muchas personas visitan la casa con la intención de grabar a los adultos mayores y no respetan su derecho a la privacidad.
“La población con la que trabajamos son seres humanos que muchas veces no desean que su identidad se haga pública porque afuera tienen que utilizar un disfraz para llevar cierto estilo de vida”, comenta el voluntario.
Arturo añade que otra gente se acerca a la casa con la intención de ayudar, pero no es suficiente sólo platicar con los adultos mayores.
“A veces ayudar bien implica dar dinero, porque eso es lo que necesitamos para adquirir los recursos que benefician de verdad a la población”.
Por eso razón en Laetus Vitae reciben donaciones desde 20 pesos en su cuenta de banco y PayPal.
La casa
El espacio con nombre en latín ofrece servicios durante la tarde y desde marzo es el escenario de actividades gratuitas para que los asistentes se relacionen con otras personas como ellos y estén en un entorno seguro.
Los servicios que otorga son apoyo psicológico, médico y espiritual. Tiene un grupo de meditación y otro tanatológico, así como una biblioteca, un cine club y apoyo con el uso de computadoras y celulares.
Una de las columnas que sostiene a la casa de día es que ofrece ayuda psicológica. Arturo es psicogerontólogo. Estudió una licenciatura en psicología y tiene especialidad en gerontología social y atención de adultos mayores. Es la persona ideal para escuchar a quienes quieren hablar sobre sus problemas.
El psicogerontólogo menciona que él ayuda a los adultos mayores para que puedan reconciliarse con su identidad o preferencias y así logren encontrar paz y libertad, sin embargo, también comprende que muchos no se expresan como quisieran por los prejuicios sociales.
No toda la ayuda en Laetus Vitae es psicológica. Los jueves es el día de la espiritualidad. Casi al cierre de la semana, el sacerdote Vicente Schwahn se encarga de brindar alivio a lo que algunos llaman alma, sin importar si las personas son religiosas o no.
Otra tarea de la casa es la asesoría tecnológica. Los voluntarios enseñan a los adultos mayores a utilizar dispositivos para estar en contacto con su familia que vive lejos. Aprenden a usar Facebook, Skype, WhatsApp, entre otras aplicaciones. En un pequeño salón del lugar hay computadoras que cualquiera puede aprovechar para sus necesidades e intereses.
La cereza del pastel es que los sábados proyectan películas sobre diversidad sexual y toda la semana los visitantes pueden consultar una biblioteca con libros sobre manejo de emociones, autoestima y aprendizaje de idiomas, entre otros temas.
El sueño
El sueño de los voluntarios y Samantha es más grande que la casa ubicada en la colonia Álamos. Es por eso que el dinero es indispensable para pensar más allá de un lugar que sólo puede atender durante el día.
Dice que se necesitan de 5 a 7 millones de pesos para una casa adecuada y contratar los servicios indispensables.
Samantha Flores se molesta con los medios porque se enfocan en ella, no en sus sueño de un espacio donde los adultos mayores LGBTTTI puedan ser alegres. Cuando le preguntan cómo quiere que sea el albergue no titubea en su respuesta.
“Como el castillo de Walt Disney de Cenicienta, pero es muy difícil. Nunca pensé que iba a comenzar con un lugar tan pequeño y aunque consiguiera el espacio para el albergue, esta casa no la quiero perder porque es el esfuerzo de todos nosotros”, describe la activista que prefiere hablar de sus sueños.