Un debate sí cambia la historia
En sólo unos segundos de confrontación, cara a cara, con millones de ciudadanos como testigos frente a sus pantallas de televisión, lo mismo se puede ganar o perder una elección presidencial.
Este domingo 6 de mayo se enfrentarán por primera vez frente a las cámaras de televisión Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador, Josefina Vázquez Mota y Gabriel Quadri de la Torre.
Félix Arredondo
En sólo unos segundos de confrontación, cara a cara, con millones de ciudadanos como testigos frente a sus pantallas de televisión, lo mismo se puede ganar o perder una elección presidencial.
Este domingo 6 de mayo se enfrentarán por primera vez frente a las cámaras de televisión Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador, Josefina Vázquez Mota y Gabriel Quadri de la Torre.
De acuerdo con las encuestas, el alto riesgo es para Peña Nieto, mientras que la gran oportunidad es cualquiera de los otros tres. Y aparecen entonces las interrogantes.
¿Podría suceder que las preferencias electorales den un vuelco insospechado a causa del debate?
¿Habrá sorpresas, resbalones o incluso escándalo para alguno de los candidatos? ¿Cambiarán las preferencias electorales después del debate?
Puede ser que sí. De eso no hay ninguna duda. Y es que en la breve historia de los debates en México existen claros ejemplos.
Como el precedente de un candidato que pudo hacer crecer en más de 16 puntos las preferencias electorales a su favor por su extraordinario desempeño ante las cámaras de televisión. Más aún. El exitoso candidato, con ese sólo debate, asumió desde ese mismo momento el liderazgo en la elección.
O el del candidato terco que forzó a las televisoras entonces cerradas a abrirse al debate y terminó exhibiendo las frivolidades de un oponente que terminó sepultando 70 años de dominio de su partido.
Y ni qué decir del error de un candidato puntero que decidió por estrategia no acudir al primer debate y que en un segundo encuentro puso contra la pared a su rival con revelaciones peligrosas.
¿Qué hace que los debates televisivos impliquen al mismo tiempo grandes riesgos y grandes oportunidades?
¿Qué tan determinantes han sido los debates en los resultados de las elecciones mexicanas? Analicemos.
Mayo de 1994
1. Cuando Diego saltó y luego se escondió
“Que nadie me malinterprete, sobre Diego conservo una opinión excelente. En el debate de mayo de ese año (1994) quedaron evidenciadas todas sus virtudes, ya que de 16% de la preferencia electoral (cifra previa al debate) brincó a 32%, asumiendo desde ese momento el liderazgo de la lucha electoral.
“Para mí fue inexplicable lo que sucedió después, el por qué no apretó el paso y conservó la delantera…”.
Esto lo escribió cinco años después el entonces candidato Vicente Fox en su recuento autobiográfico titulado “A Los Pinos”.
Y es que el desempeño del Jefe Diego en aquel primer debate televisivo en México fue impecable y hasta soberbio. Cautivó a las masas, minimizó a sus oponentes.
No sabemos si el jefe Diego habría sido mejor presidente que Ernesto Zedillo. Pero lo que no hay duda es que en aquel debate, el panista fue el mejor.
Aunque los candidatos a la presidencia de la República eran nueve, en el debate del 12 de mayo de 1994 sólo participaron tres.
El priista Ernesto Zedillo, el perredista Cuauhtémoc Cárdenas, y el panista Diego Fernández de Cevallos.
El ambiente político mexicano estaba crispado, enrarecido. Apenas habían pasado 50 días del asesinato de Luis Donaldo Colosio y se vivía la zozobra de la insurgencia zapatista en Chiapas.
Las especulaciones, las sospechas y las dudas sobre quién o quiénes habían sido los autores intelectuales del magnicidio corrían de boca en boca todos los días.
Ernesto Zedillo lucía atribulado cuando apareció a cuadro en las pantallas de televisión. Era lógico. Su designación como candidato nunca estuvo considerada por Carlos Salinas de Gortari.
Fue una decisión obligada por las circunstancias. El ex secretario de Educación fue casi obligado a ser el candidato sustituto del presidente Carlos Salinas.
Los que estuvieron cerca del priista en aquellos días cuentan que Zedillo aborrecía aparecer frente a las cámaras de televisión, así fuera para grabar un spot para su campaña.
Y como se entenderá, esta fobia pudo haber sido mayor cuando se trató de aparecer frente a las cámaras de televisión para buscar una calificación frente a las ideas de Cárdenas y de Fernández de Cevallos.
Desde los primeros momentos de su aparición en las pantallas, el priista daba la impresión que estaba ahí más a fuerza que de ganas. No parecía disfrutar el momento, y mucho menos tenía conexión con el público. Más bien parecía inseguro.
Cárdenas daba la impresión de que no creía en los debates televisivos. Cuando hablaba proyectaba que lo hacía sólo para escucharse a sí mismo y para los que ya eran sus partidarios.
Nunca dijo algo que emocionara a los que no pensaban como él. Tal vez porque creyó que la inercia de sus éxitos de 1988 lo llevaría casi en automático a ganar otra vez las elecciones, sin considerar que durante los seis años que habían pasado las circunstancias cambiaron radicalmente.
Las clases medias disfrutaban de un tipo de cambio estable. Las tasas de interés habían bajado. Se podían comprar fácilmente artículos importados. Y hasta los impuestos como el IVA habían bajado del 15 al 10%.
El IFE apenas tenía tres años de existencia. Y nadie sabía lo que resultaría de aquel innovador ejercicio democrático.
El que tenía menor trayectoria en el servicio público era Diego Fernández de Cevallos. Sólo en una ocasión había sido diputado federal.
Quizá por eso, podría haber dado la impresión de ser el único que realmente conectaba con la mayoría de la gente.
Por otra parte, la capacidad histriónica y su elocuencia para convencer casi a cualquiera, lo hicieron ver como el más auténtico y preparado de los tres, por lo menos para el debate.
En cambio Zedillo, el candidato que nunca habría querido serlo, daba la impresión de ser todo lo contrario al Jefe Diego.
Tenía una larga carrera en el servicio público, y mucho qué cuidar, quizá eso lo hacía ver cómo un burócrata de carrera.
Su doctorado en economía por la prestigiada Universidad de Yale, en lugar de darle el barniz que suelen tener los sofisticados académicos, lo hacía parecer más bien como un estudiante “nerd”, o un clásico “ratón de biblioteca”.
Y Diego se aprovechó de eso para apabullar a Zedillo en unos cuantos segundos, y sugerirle que regresara a la escuela.
De Cuauhtémoc Cárdenas ni hablar. Su apellido lo decía todo, aunque no había heredado el carisma del general, su papá.
Y el carisma en un debate frente a las cámaras de televisión es clave. La gente no sólo escucha, también ve. Y por eso los resultados pueden ser muy diferentes si el debate se realiza en una cabina de radio o en una de televisión.
Esto quedó demostrado cuando por primera vez en la historia debatieron John F. Kennedy y Richard Nixon.
Los que solamente oyeron el debate por la radio, creyeron que había ganado Nixon. Mientras que los que vieron y escucharon por la televisión estaban seguros de que había ganado Kennedy.
Seguramente los tres candidatos podrían haber querido tener un experto asesor en el tema como Alan Schroeder, para entrenarse y poner en práctica sus 10 lecciones para ganar debates televisados.
Pero seguramente sin conocer esas lecciones, el Jefe Diego las puso en práctica en el debate del 15 mayo de 1994.
Y es que mientras el panista daba la impresión de que había acudido gustosa y voluntariamente a aquel debate, sus oponentes parecían haber sido llevados a la fuerza.
Fernández de Cevallos parecía el que más se había preparado. Había estudiado cuidadosamente a sus dos adversarios y durante el debate siempre encontró el equilibrio perfecto entre la agresión de su natural ironía, y la cortesía.
Supo aprovechar sus oportunidades y el factor sorpresa. Cárdenas podría escribir un libro sobre su desconcierto cuando el Jefe Diego lo fue exhibiendo como un mentiroso de “doble cara”, con las pruebas en la mano.
Quizá por esa pirotecnia en la elocuencia del panista, además de la forma de conducirse frente a las cámaras de televisión, terminaron por cautivar y emocionar a muchos. El panista conectaba con la gente.
Al terminar aquel debate las preferencias electorales habían dado un vuelco fenomenal.
Después del encuentro, el Jefe Diego ganó más de 16 puntos en las preferencias electorales y se puso a la cabeza en las encuestas.
El efecto fue tan arrollador, que misteriosamente Diego se desapareció de la campaña política por casi tres semanas.
Lo que dio pie a que muchos, entre otros Vicente Fox, sospecharan que entre el Presidente Carlos Salinas y el Jefe Diego se había tejido algún tipo de acuerdo… incluso alguna amenaza.
“Se han dado muchas explicaciones: una de ellas es que estaba programado un segundo debate en materia económica, el fuerte de Zedillo, por lo que Diego se retiró a prepararlo; otra es que se enfermó de repente. Ignoro qué habrá pasado, pero esa fue la primera zafada de Diego”, escribió Vicente Fox en 1999.
Ante aquellas afirmaciones de quien ese mismo año sería denominado como el nuevo candidato del PAN a la presidencia de la República, el Jefe Diego contestó furioso:
“Para Vicente Fox, el PAN siempre ha sido un hotel de paso”.
Abril y mayo del 2000
2. “Me dijo mariquita, me dijo la vestida”
Si algo le molestaba al candidato priista Francisco Labastida era que le dijeran “chaparro”. Eso lo sabían de buena fuente en el equipo de campaña de Vicente Fox.
Por eso el candidato panista había venido provocando a ciencia y paciencia al candidato tricolor con toda clase de ofensas que sabía le provocarían una reacción emocional.
Por eso el 25 de abril del año 2000, en el primer debate de los dos que organizó el IFE y al que concurrieron los seis candidatos que competían en ese entonces, Vicente Fox dio el primer golpe contundente al candidato del PRI.
Avanzado ya el debate, Labastida empezó a decir lo que siempre esperaron escuchar los asesores de Fox:
“Quiero comentar que me ha llamado la atención que hoy no me haya agredido Vicente Fox con los adjetivos que últimamente ha utilizado. En las últimas semanas me ha llamado ‘chaparro’, ‘mariquita’, me ha dicho ‘la vestida’, me ha dicho ‘mandilón’.
“Ha hecho señas obscenas en la televisión refiriéndose a mí, y a mí no es que eso me ofenda, sino que está ofendiendo a las familias mexicanas con los dichos, con los adjetivos, con las señas y con las majaderías que ha utilizado”.
El candidato panista no cabía de gusto, aunque se cuidó de no manifestarlo hasta que le tocó su turno.
Y entonces sacó de su repertorio el “arma secreta” que llevaba para la ocasión. Era una frase que le había recomendado decir una señora, común y corriente, que sin ser una experta en la comunicación, entendía bien el lenguaje de la gente.
“Estimado señor Labastida, a mí tal vez se me quite lo majadero, pero a ustedes lo mañosos, lo malos para gobernar y lo corruptos no se les va a quitar nunca.” La frase era perfecta para las circunstancias.
El antecedente
Del ‘hoy, hoy, hoy’
Casi todos los medios del país condenaron en su momento la terquedad de Fox.
Creyeron que ese día Vicente Fox había perdido la elección, al insistir una y otra vez su intención de debatir frente a las cámaras de televisión fuera de la fecha programada por el IFE.
En aquel entonces, las cosas eran un poco al revés a lo que se vive hoy.
Mientras que la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión se oponía a concretar un debate improvisado, el dueño de TV Azteca, Ricardo Salinas Pliego, fue el primero que le dio el sí a Fox.
Le dijo que sí. Que su TV Azteca le abría las puertas, por si los otros dos candidatos aceptaban el reto de Fox.
Entre tanto, la discusión entre Fox, Cárdenas y Labastida se transmitía en vivo por televisión, desde la casa de campaña del candidato perredista.
Ni el priista, ni el perredista se daban cuenta que ya estaban protagonizando un debate a nivel nacional. Y que ganaría el que mejor interpretara el sentimiento de la gente esperanzada en un cambio, que ya estaba harta de los políticos.
Y mientras los minutos transcurrían angustiosamente para el equipo cercano de Fox, en Televisa se vivía una gran tensión.
El “sí” de TV Azteca y de Salinas Pliego no daban más que dos caminos. O evidenciaban que Televisa rechazaría la propuesta cubriéndole las espaldas al candidato del PRI, o se sumaría a la opción democrática de dar el “sí”.
Emilio Azcárraga Jean tomó su decisión. Y le abrió las puertas de la televisión a la propuesta de Vicente Fox mediante el envío de un fax que oportunamente llegó a las manos de Marta Sahagún.
El “círculo rojo” nunca se dio cuenta que aquel debate sobre el debate lo había ganado Vicente Fox. Y la famosa frase de ese día, el “hoy, hoy, hoy”, se convirtió en un lema de campaña y en la promesa de que como presidente se entercaría en hacer lo que el país necesitara.
El disco que no contenía datos
Para el último debate, programado para el 26 de mayo del 2000, Fox prácticamente ya había ganado la elección. Pero no por eso se descuidó.
Uno de los grandes debates era la cuestión del Fobaproa. Labastida acusaba a la familia Fox de haberse beneficiado indebidamente del Fobaproa. Por su parte, Cuauhtémoc Cárdenas hacía lo mismo.
Cuando llegó su turno, Fox se sacó de la manga una sorpresa fenomenal y dijo:
“El Fobaproa. A mí me parece que es indispensable que el Fobaproa se aclare. Por esto, de nuestra parte, hemos decidido los diputados de Acción Nacional y los diputados del Verde Ecologista, el traer aquí, para que frente a toda la nación entreguemos aquí a Ricardo Rocha, para que si se juntan los otros 3 números claves de entrar a las listas del Fobaproa, se puedan realizar.
“Estas dos llaves de entrada al Fobaproa… no se las entrego a Cuauhtémoc porque no se las vaya a pasar a Francisco y después se nos pierdan en el camino. Entones las voy a poner aquí en depósito contigo. Son las claves para entrar a las listas del Fobaproa, que diputados de Acción Nacional y diputados del Verde Ecologista han puesto a disposición del pueblo.”
Aunque después se supo que el famoso disco no contenía ningún dato aprovechable, el golpe ya había sido dado. La mentira de Fox se diluyó entre los gritos emocionados del ¡México Ya!
Abril y junio del 2006
3. El error de López Obrador y el factor Hildebrando
Aunque ahora Andrés Manuel López Obrador dice que no decidió asistir al primer debate convocado por el IFE en el 2006, porque tenía información de que le tenían preparada una trampa, la verdad es que el perredista incurrió en un error garrafal.
Hizo caso al consejo que normalmente le dan los “prudentes expertos consejeros” a los candidatos que van arriba en las encuestas, y decidió no asistir a ese primer debate. Por “estrategia”.
¿Qué pasaría ahora, si el puntero Peña Nieto decidiera no concurrir al primer debate?
No es difícil adivinarlo. Seguramente la decisión le costaría algunos cientos de miles de votos, si no es que hasta millones.
Sin embargo, aquel primer debate sirvió al menos para algo. La acérrima enemiga de Roberto Madrazo, Elba Esther Gordillo, utilizó a Roberto Campa para exhibir al priista como un evasor de impuestos.
Obviamente, encontró el apoyo del gobierno de Vicente Fox, quien calculó muy bien la eventual transferencia del voto priista a favor de Felipe Calderón, si Madrazo se desplomaba en las encuestas, como así sucedió.
El factor sorpresa
La brecha se cerró. Los gobernadores priistas del Tucom (Todos contra Madrazo) convocados en torno a Carlos Salinas de Gortari y a Elba Esther Gordillo intensificaron su lucha para traicionar al candidato de su partido.
Eugenio Hernández, en Tamaulipas; Enrique Martínez y Martínez, en Coahuila; Natividad González Paras, en Nuevo León, y Eduardo Bours, en Sonora, entre otros, hicieron todo lo que pudieron para que el panista Felipe Calderón resultara ganador en lugar de Madrazo.
Sobre todo después de ocurrido el segundo y último de los debates de las elecciones del 2006 en las que López Obrador sacó de balance al candidato panista Felipe Calderón.
El perredista acusó al cuñado del candidato y al propio candidato de haberse beneficiado con contratos millonarios a través de la empresa Hildebrando, S.A. de C.V
En ese momento la campaña se desfondó. La familia Zavala entró en pánico. Calderón lucía noqueado a un mes de la elección.
Manuel Espino, entonces presidente del PAN, relata en uno de sus libros, que al darse cuenta de cómo se desplomaba su candidato, de inmediato contactó a algunos gobernadores priistas para llegar a un acuerdo para tratar de ganar la elección.
Después de todo, al priista Roberto Madrazo ya lo daban por “muerto” y el voto útil de los gobernadores priistas podría traducirse en grandes prerrogativas del gobierno panista para ellos y para su partido.
¿Podría suceder alguna situación como éstas el próximo seis de mayo?