A veces es innecesario que alguien te tape la boca con la mano para saber que lo que menos quiere es escucharte. Bueno, en un país en el que adolecemos de escuchar esto es casi lo normal en la cotidianidad. Pero más aún cuando se trata de las voces de las mujeres. No, esta no es una columna más de feminismo, sino una liberación escrita de algo que observo con frecuencia.
Indira Kempis