La visión de que el mundo se enfrentaba a una nueva normalidad de bajo crecimiento, señalada por la firma de inversión de bonos PIMCO en 2009, tardó casi seis años en volverse el diagnóstico más aceptado de la economía global.
Desde la crisis, las tasas de crecimiento de las economías desarrolladas han disminuido 54 por ciento, de acuerdo a los Prospectos y Situación de la Economía Global de la Organización de Naciones Unidas.
Ahora, a siete años de la crisis financiera, los economistas del sector privado y de la academia convergen hacia un nuevo consenso: las políticas monetarias poco convencionales que se implementaron como principal instrumento de reacción a la crisis han perdido su efectividad.
En cambio, comienza a emerger un nuevo consenso respecto a la postura de que la política fiscal debería de adquirir un rol más activo para estimular a la economía.
Ante el peligro de la deflación, derivada de la baja actividad económica, una serie de países desarrollados han implementado una política de tasas de interés negativas. La efectividad de la política ha sido puesta en tela de juicio y el mercado no prevé un repunte cercano en los niveles de inflación de estos países.
La teoría keynesiana supone que, en esta coyuntura de tasas de interés cercanas a cero, la política monetaria es mucho menos efectiva para estimular el crecimiento. En ese sentido, propone un incremento en el gasto público como solución al estancamiento.
Larry Summers, exsecretario del Tesoro de Estados Unidos, declaró en forma alarmista que “deberían de comenzar los preparativos respecto a una rápida aplicación de la política fiscal”.
No sólo la academia
Son ampliamente conocidas las posiciones a favor de un enfoque keynesiano de Joseph Stiglitz y Paul Krugman, ambos ganadores del Premio Nobel de Economía. Estos economistas aprovechan cualquier oportunidad para hacer pública su oposición a las políticas de austeridad y hacer un llamado para ejercer una política fiscal más expansiva a través de un mayor gasto público, particularmente en infraestructura y seguridad social.
Sin embargo, voces externas a la academia, como Ray Dalio, director del fondo de inversión Bridgewater, y Mohamed El-Erian, asesor económico en jefe de Allianz, se han sumado a posturas que convergen con la línea de las propuestas de Krugman y Stiglitz.
Dalio incluso llegó a decir que el “dinero de helicóptero” podría ayudar a estimular la economía estadounidense. El término hace referencia a la sugerencia del economista Milton Friedman de lanzar billetes a los ciudadanos desde un helicóptero con el fin de estimular el consumo y combatir la deflación.
El mes pasado, en el Foro Económico Mundial, Dalio dijo que “la habilidad de la Reserva Federal de Estados Unidos para impulsar el crecimiento a través de menores tasas de interés y de un relajamiento cuantitativo (QE, por sus siglas en inglés) es más débil que nunca”.
Asimismo, El-Erian dijo que la excesiva dependencia de la política monetaria representa un factor de desestabilización para el equilibrio de bajo crecimiento que surgió después de la crisis global: “Los prospectos de estas políticas (monetarias) para mantener encendidos los motores de crecimiento económico, incluso en bajos niveles, se han vuelto cada vez más distantes”.
La tendencia ha alcanzado a instituciones cuyo discurso converge tradicionalmente con la ortodoxia económica. El último reporte de perspectivas de crecimiento de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos incluyó un amplio argumento a favor de una política fiscal más responsiva.