Adiós a Kirchner… ¿y a Rousseff?

Argentina y Brasil, dos de las mayores economías latinoamericanas, marcharon juntos durante más de una década de políticas intervencionistas y de bonanza por los altos precios de las materias primas que constituyen sus principales productos de exportación.

Pero ahora una divergencia se está abriendo entre las políticas económicas de estos gigantes sudamericanos. 

Rolando Hinojosa Rolando Hinojosa Publicado el
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la contracción que la economía brasileña sufrirá este año, según pronostica el Fondo Monetario Internacional
"Los mercados reaccionarán negativamente debido a la buena reputación del ministro saliente, y también por miedo a que el reemplazo de Levy será una señal del regreso al populismo fiscal”
Alberto RamoEconomista en jefe para Latinoamérica en Goldman Sachs
"Levantar los controles monetarios significa levantar las trabas que han restringido a la economía durante años”
Alfonso Prat-GayMinistro de Hacienda
y Finanzas Públicas
de Argentina

Argentina y Brasil, dos de las mayores economías latinoamericanas, marcharon juntos durante más de una década de políticas intervencionistas y de bonanza por los altos precios de las materias primas que constituyen sus principales productos de exportación.

Pero ahora una divergencia se está abriendo entre las políticas económicas de estos gigantes sudamericanos. 

El nuevo gobierno argentino se ha dado a la tarea de desmantelar algunas de las medidas implementadas por los expresidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, liberalizando el peso y eliminando impuestos a la exportación de trigo, maíz y carne de res.

Pero mientras que las reformas argentinas han sido bien recibidas por los mercados financieros, en Brasil el apegamiento por parte de la presidenta Dilma Rousseff a las políticas intervencionistas en un escenario de crisis económica y severa presión fiscal despierta desconfianza en los inversionistas.

La inquietud que rodea a Brasil se intensificó la semana pasada tras la renuncia de su ministro de Finanzas, Joaquim Levy, quien era visto como una voz reformista en el gobierno brasileño. En su lugar entra Nelson Barbosa, un ministro que no se percibe con el mismo grado de disciplina.

‘Buenos Aires’ de cambio

El gobierno del nuevo presidente argentino, Mauricio Macri, no ha perdido tiempo para cumplir con su objetivo de desmantelar algunas de las medidas intervencionistas emprendidas por sus predecesores.

A menos de una semana de su toma de protesta, Macri anunció la eliminación de impuestos a la exportación de productos agrícolas como el trigo, el maíz y la carne de res, junto con una reducción de cinco puntos porcentuales al arancel impuesto a la exportación de soya.

Días después Alfonso Prat-Gay, su nuevo ministro de Hacienda y Finanzas Públicas, anunció que se abandonarían los controles monetarios que el anterior gobierno impuso desde el 2011. El resultado fue una devaluación de 27 por ciento en el valor del peso argentino contra el dólar.

El gobierno espera que en conjunto esto resulte en la exportación de 8 mil millones de dólares de producción agrícola almacenada, según reporta Bloomberg. Esto contribuiría a cumplir el objetivo oficial de entre 15 y 25 mil millones de dólares en entradas de capital durante el próximo mes.

Las reformas de Macri han sido bien recibidas por los mercados financieros internacionales, a los cuales Argentina espera recuperar acceso tras la resolución de las disputas por su incumplimiento de pagos.

“Éste es un paso significativo y audaz hacia una corrección de la principal distorsión de precios que actualmente afecta a la economía, y más importantemente hacia la implementación de un marco de política sostenible y creíble”, escribió Mauro Roca, economista en el banco Goldman Sachs, posterior a la devaluación.

El gigante enfermo

Brasil, la mayor economía de Latinoamérica, se enfrenta a una tóxica combinación de contracción económica, alta inflación, fuerte depreciación cambiaria, altas tasas de interés, y parálisis política.

El país está viviendo su peor recesión desde 1930, además de registrar una tasa de inflación anualizada superior al 10 por ciento que se ve impulsada por la fuerte depreciación del real brasileño.

Este escenario ha presionado severamente las finanzas públicas brasileñas, restando capacidad de estímulo al gobierno de la presidenta Dilma Rousseff cuando su economía más lo necesita.

En parte el gobierno se ve maniatado por escándalos de corrupción que rodean a su paraestatal petrolera Petrobras y a su generadora eléctrica paraestatal Eletrobras, los cuales incluso han resultado en la apertura de un juicio político contra Rousseff.

La urgencia de los problemas fiscales de Brasil se ve subrayada por la pérdida del grado de inversión de su deuda soberana, recortada a territorio “basura” por la calificadora crediticia Standard & Poor’s en septiembre y por Fitch la semana pasada.

Por si fuera poco, parece que Rousseff tendrá aún más problemas para convencer a los mercados que su gobierno será capaz de sortear estas dificultades, ya que la renuncia de su ministro de Finanzas, Joaquim Levy, y el nombramiento de Nelson Barbosa al puesto ha levantado temores de un abandono del programa de austeridad de Levy.

Barbosa ha asegurado que mantendrá la disciplina fiscal dando continuidad a las políticas de Levy, pero su previo apoyo de menores superávits fiscales y de subsidios a empresas pesan en su contra en la confianza de los mercados.

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