Todo lo que sube tiene que bajar. Este adagio no ha probado ser cierto para uno de los mercados alcistas más largos en la historia moderna del índice bursátil estadounidense S&P 500.
Sin embargo, para Martin Feldstein, profesor emérito de economía de la Universidad de Harvard, un colapso abrupto en el precio de las acciones representa el mayor riesgo para la economía estadounidense.
Ni las firmas de administración de activos más importantes del mercado, ni los bancos, ni las agencias reguladoras han expresado de manera coincidente que existen señales evidentes de que el mercado de valores se aproxima a una corrección.
El 8 de marzo, el S&P 500, el índice que reúne a las 500 empresas públicas más importantes de Estados Unidos, ligó su octavo año consecutivo al alza.
Desde que concluyó el proceso electoral estadounidense, el ritmo alcista de los principales índices bursátiles se ha acelerado. En este periodo, el S&P 500 acumula un rendimiento de 8.79 por ciento.
De acuerdo al consenso de analistas, el mercado basa parte de este optimismo en la expectativa de que la administración de Donald Trump podrá implementar una agenda con medidas a favor del crecimiento: desregulación, recorte de impuestos y un programa de gasto en infraestructura. La otra parte del optimismo está depositada en la salud económica del país.
A pesar de que la economía de Estados Unidos se encuentra en su mejor momento del periodo posterior a la crisis global, Feldstein advierte que hay razones para que las autoridades de política económica se mantengan en alerta.
Según sus estimaciones, la relación entre el precio de la acción y la ganancia por acción de las compañías del S&P 500 se encuentra en un nivel 70 por ciento mayor al del promedio histórico.
Feldstein calcula que un regreso a este nivel promedio histórico propiciaría una caída de al menos 40 por ciento en el precio de las acciones, lo que significaría una pérdida de valor de mercado de nueve billones de dólares.
¿Soporte artificial?
El mercado de valores ha sido uno de los mayores beneficiarios de la política monetaria laxa que fungió como la principal respuesta a la crisis global. El vehículo de la recuperación en la última década descansó en mayor medida en programas de compra de activos del banco central (expansión de la oferta monetaria) y en el hecho de que las tasa de interés de referencia de la Reserva Federal se mantuvo en niveles cercanos a cero durante gran parte de este periodo.
En el 2014, año en el que el banco central puso fin a su programa de expansión monetaria, denominado relajamiento cuantitativo (quantitive easing, en inglés), las compañías estadounidenses gastaron 700 mil millones de dólares para recomprar sus acciones y elevar el precio de las mismas. El monto equivale al cuatro por ciento del producto interno bruto del país.
Esta política corporativa se volvió una constante en los años posteriores a la crisis.
Ahora, la Reserva Federal ha comenzado a “normalizar” su tasa de interés de referencia. Desde diciembre del 2015, la tasa de fondos federales se ha incrementado en 75 puntos base.
Tal como sucedió en el 2008, el sistema financiero vuelve a ser el corazón de la principal amenaza para una economía que tardó casi 10 años en consolidar un escenario de pleno empleo e inflación saludable (en línea con el objetivo del banco central).
Paradójicamente, el índice Michigan de confianza del consumidor nacional se encuentra en su mayor nivel de los últimos 17 años. Cualquier disrupción a la salud económica de Estados Unidos será pagada con creces en México. “Un catarrito”, en palabras del gobernador de Banco de México, Agustín Carstens.