La polarización política de Estados Unidos está permeando en la economía. La percepción que tienen los demócratas de las condiciones coyunturales de la economía es diametralmente opuesta a la de sus contrapartes republicanos.
Donde los demócratas ven fragilidad económica, los republicanos ven fortaleza y solidez. La brecha de expectativas ha llegado a niveles sin precedentes.
El índice de confianza del consumidor de la Universidad de Michigan, un indicador de referencia, pone de relieve este fenómeno. Entre octubre del 2016 y marzo de 2017 el índice registró un alza de 50.5 puntos entre los encuestados que se reconocen a sí mismos como “republicanos”. En cambio, en el mismo periodo, el índice presentó una baja de 24.1 puntos entre los encuestados que se autodenominan “demócratas”.
Esta diferencia de 74.6 puntos es, por mucho, la más amplia para cualquier transición presidencial con alternancia en la historia reciente de Estados Unidos. Cuando Ronald Reagan y Barack Obama fueron elegidos en 1980 y 2008, respectivamente, la brecha del cambio de expectativas no superó los 17 puntos.
Independientemente de si éstas se forman a partir de procesos meramente subjetivos o responden a causas relativamente estructuradas, las expectativas son directrices fundamentales de la economía. El término “profecía autocumplida” se ha convertido en una constante de la historia económica.
Richard Curtin, quien es el responsable de la elaboración mensual de la encuesta de sentimiento del consumidor de la Universidad de Michigan, dijo al diario The New York Times que “la división partidista nunca había tenido un impacto tan grande en la formación de expectativas de los consumidores”.
Lectura política
Tradicionalmente, la narrativa económica ha estado marcada por estadísticas objetivas y una lectura prácticamente uniforme de los datos duros. Ahora, la divergencia partidista en la interpretación económica abre la puerta a una nueva fuente de incertidumbre.
La subjetividad de esta percepción queda de manifiesto en el súbito cambio de expectativas al interior de los diferentes grupos políticos de Estados Unidos. Antes de las elecciones, cuando la candidata del Partido Demócrata lucía, de acuerdo a la mayoría de las encuestas y modelos de predicción, como la favorita para llegar a la Casa Blanca, los papeles estaban invertidos. Los consumidores demócratas eran ampliamente optimistas y los consumidores republicanos ampliamente pesimistas.
El consenso de analistas sugiere que el cierre de esta brecha responde a factores eminentemente políticos. La gran interrogante del futuro económico de Estados Unidos yace en si la administración de Donald Trump logrará implementar una agenda pro crecimiento, que es la base de la expectativa que sostiene la tendencia alcista actual del mercado de valores.
Sin embargo, en un país en el que la polarización política ha llegado a un nivel sin precedentes, la formación de expectativas promete continuar la tendencia actual de divergencia.
Es improbable que la narrativa económica de CNN o The New York Times sea igual a la de Fox News o Breitbart News.
México: ¿Dónde está la crisis?
En México, la diferencia ideológica no es tan evidente como en Estados Unidos. Prueba de ello es que los indicadores de confianza del consumidor no segmentan a sus encuestados en función de sus preferencias políticas.
No obstante, el estado de la economía ha sido fuente de un debate de percepción. El ascenso político de Donald Trump, la tendencia de depreciación del peso frente al dólar de los últimos dos años, la persistencia de un bajo crecimiento (por debajo de su nivel anual promedio de las últimas tres décadas) y el deterioro macroeconómico patente el alza de la inflación y los niveles de deuda pública retratan una tormenta perfecta para la economía mexicana.
La palabra crisis se convirtió en un elemento recurrente en la discusión pública. En una de sus intervenciones públicas, el presidente Enrique Peña Nieto dijo que la crisis únicamente existía en la mente de algunos mexicanos.
En términos estrictamente económicos, el presidente tiene la razón. Como lo argumenta el periodista Enrique Cárdenas, el país no está en crisis por la sencilla razón de que el consenso de analistas espera que el país crezca 1.49 por ciento este año. Además, indicadores coyunturales del sector externo y de confianza empresarial y del consumidor sugieren una mejora significativa en las condiciones económicas inmediatas de México.
Sin embargo, el economista Rolando Cordera sostiene que este enfoque puede llevar al país a la autocomplacencia. En efecto, la economía mexicana no está en crisis, pero sufre de fallas estructurales graves como altos niveles de desigualdad, debilidad crónica del mercado interno, altos niveles de informalidad, bajos salarios y un estancamiento crónico del crecimiento.
Cordera coordina el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo de la UNAM, que reúne al que es, probablemente, el grupo de economistas más críticos con la política económica actual.
En un momento en el que la coyuntura política ha obligado al país a replantear la vigencia de su modelo económico, la designación de Paloma Merodio a la vicepresidencia de la Junta de Gobierno del INEGI promete exacerbar esta guerra de narrativas. La preocupación es tal, que la firma Nomura advirtió en un reporte para clientes que con este nombramiento la credibilidad estadística del país quedaba en riesgo y con ello se ponía en duda la calificación crediticia de la deuda soberana de México.