Revolución fiscal
Donald Trump aún no toma protesta como presidente de Estados Unidos, pero existe una percepción generalizada de que las expectativas generadas por su equipo de transición han inducido un cambio psicológico en el mercado.
La sensación de que el nuevo gobierno romperá con el status quo de una política económica ortodoxa se ha asentado entre los inversionistas y entre los gobiernos que han sido objeto de una retórica adversa por parte del presidente electo.
Rodrigo CarbajalDonald Trump aún no toma protesta como presidente de Estados Unidos, pero existe una percepción generalizada de que las expectativas generadas por su equipo de transición han inducido un cambio psicológico en el mercado.
La sensación de que el nuevo gobierno romperá con el status quo de una política económica ortodoxa se ha asentado entre los inversionistas y entre los gobiernos que han sido objeto de una retórica adversa por parte del presidente electo.
Esta sensación se explica en gran medida por la promesa de un cambio de fondo en la política fiscal. El consenso de analistas coincide en que, de implementar su plataforma económica a cabalidad, se rea lizaría el cambio más drástico en el código fiscal desde la presidencia de Ronald Reagan, cuyo gobierno es un referente para gran parte del equipo cercano de Trump.
En campaña, Donald Trump reiteró que una prioridad de su administración sería la de reducir la tasa de impuesto al ingreso corporativo de 35 por ciento a un rango del 15 por ciento al 20 por ciento.
Por otra parte, el equipo del presidente electo ha enviado señales de que se utilizará la política fiscal como un incentivo para cumplir el mayor objetivo de política económica de su campaña, aquél que es mencionado como el artífice de su victoria electoral: retener los empleos del sector de manufactura en Estados Unidos.
A pesar de que aún no existen documentos o propuestas detalladas, reportes de prensa indican que la imposición de gravámenes a bienes importados será una parte central de la reforma fiscal de la administración de Trump.
En una de sus intervenciones públicas, Reince Priebus, quien fungirá como jefe de gabinete en el gobierno de Trump y quien es uno de los pocos representantes del “establishment republicano” en el equipo de transición, dejó en claro la postura del gobierno que tomará el poder el 20 de enero de 2017: “Nuestra meta debe ser la de tratar de producir todo lo posible en Estados Unidos para que ese dinero regrese al bolsillo de los estadounidenses”.
Golpe al crecimiento
Ambas decisiones de política fiscal repercuten directamente en las perspectivas de inversión extranjera directa de México.
Esto abre un frente adicional para las anémicas expectativas de crecimiento económico del país.
En primera instancia, la promesa de Trump de renegociar o derogar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) pone en riesgo a uno de los principales motores de crecimiento de México: las exportaciones a Estados Unidos, cuyo valor representa alrededor de un cuarto del producto interno bruto (PIB) mexicano.
En segunda instancia, la inauguración de un ciclo alcista de política monetaria por parte de la Reserva Federal obliga al Banco de México a reaccionar con alzas en su tasa de interés de referencia. Esta postura de política económica pretende evitar una salida masiva de capitales en un entorno marcado por la incertidumbre y la alta liquidez de los activos denominados en pesos, pero opera en detrimento del crecimiento económico.
Por ello, la revolución fiscal de Trump significaría el tiro de gracia para la economía mexicana, cuyas proyecciones de ex pansión se encuentran debajo de la mediocre tasa de crecimiento anual promedio de 2.3 por ciento de las últimas tres décadas.
El pronóstico promedio de la encuesta de expectativas de los especialistas en economía del sector priva do consultados por Banco de México considera que el PIB del país crecerá 1.72 por ciento en el 2017.
De octubre a noviembre, este pronóstico fue revisado a la baja en 0.54 puntos porcentuales. Pérdida de competitividad Estados Unidos cuenta con el impuesto al ingreso corporativo más oneroso entre los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Una reducción de este gravamen a una tasa de 20 por ciento se ubicaría debajo del promedio del grupo y debajo de la tasa de 30 por ciento vigente para México.
La principal ventaja competitiva de México como destino de inversión extranjera directa reside en el bajo costo de su mano de obra, en su cercanía geográfica con el mayor mercado global y en las sinergias que ha generado el TLCAN a lo largo de cadenas productivas íntimamente relacionadas de la región.
Sin embargo, la pérdida de competitividad derivada de una posición fiscal relativa menos favorable se magnifica en un momento en el queel equipo de transición de Trump ejerce fuertes presiones políticas, para evitar que compañías trasladen su producción a México.
Si a esto se agrega que dichas compañías deberán pagar un impuesto adicional por el gravamen de importaciones, los incentivos de las firmas estadounidenses para llevar su base productiva al sur de la frontera disminuirían de manera considerable.
De acuerdo a la Secretaría de Economía, en 2015, el 57.7 por ciento de la inversión extranjera directa que llegó al país fue aportada por firmas esta dounidenses.
En las últimas dos décadas, México ha hecho de la apertura comercial el centro de su modelo de crecimiento y desarrollo. La inversión extranjera directa, particularmente la que proviene de Estados Unidos, juega un papel primordial enesta ecuación. Eso es lo que está en juego.