Entre mayo de 2013 y febrero de 2016, los países emergentes enfrentaron una tormenta perfecta: el fin del programa de estímulo del banco central de Estados Unidos, una caída en los precios de las materias primas, la desaceleración del comercio internacional, así como el surgimiento de alertas de inestabilidad política a lo largo del globo.
Los inversionistas se apegaron a un enfoque conservador de aversión al riesgo. El resultado fue la repatriación de miles de millones de dólares desde la periferia emergente hacia activos de resguardo como los bonos del Tesoro de Estados Unidos. El año pasado, impulsado en gran medida por la debacle de agosto del mercado bursátil chino, los países emergentes sufrieron una salida neta de capitales de 735 mil millones de dólares, de acuerdo al Instituto de Finanzas Internacionales.
Esto se tradujo en pérdidas generalizadas en el valor de las divisas emergentes frente al dólar. Las monedas de países en desarrollo presentaron depreciaciones que fueron desde niveles cercanos al 20 por ciento a niveles de casi 60 por ciento. El peso mexicano, la divisa emergente más operada a nivel global, cayó 41.6 por ciento durante ese periodo.
Sin embargo, desde febrero del 2016, la tendencia de depreciación de las monedas emergentes se ha revertido parcialmente. Pese a que algunas ganancias, como la del peso, son marginales, divisas como el real brasileño y el rublo ruso, las más golpeadas en los tres años pasados, registran el mayor avance en los últimos meses.
El problema yace en que este auge tiene fecha de expiración: las economías emergentes no cuentan con los fundamentos económicos para mantener un crecimiento sostenido, son cada vez más sensibles a una política monetaria estadounidense que es vista como inminentemente restrictiva, además de que están atrapados en un escenario de “estancamiento secular”. Este término fue acuñado por el exsecretario del Tesoro, Lawrence Summers, en referencia a la situación crónica de bajo crecimiento.
Sin crecimiento, sin salida
Después de casi ocho años de que estalló la crisis financiera global con el colapso del banco Lehman Brothers, la economía global no ha encontrado salida a una nueva realidad en la que los países avanzados ya alcanzaron el límite de su crecimiento y los países emergentes enfrentan problemas estructurales que ponen un alto a cualquier expansión sostenida.
El crecimiento global está topado y el consenso de analistas insiste en que las autoridades de política económica de todo el mundo están atrapados en una nueva normalidad que requiere de medidas drásticas. Más drásticas de las que ya se tomaron para poner fin a la crisis. La narrativa económica actual está marcada por el uso de políticas poco convencionales como la inyección de estímulos monetarios denominados relajación cuantitativa (quantitive easing en inglés) así como la implementación de tasas de interés de negativas que pretenden impulsar el consumo y la inversión.
La respuesta a estas políticas no ha sido la esperada, por lo que el debate económico ha virado hacia el dilema de si los bancos centrales deberían de expandir su rol como mariscales de la economía real mediante el uso de medidas más radicales como el llamado “dinero de helicóptero”. El nombre hace referencia a la idea de lanzar dinero desde helicópteros para que la gente lo tome libremente.
El fracaso de la política económica, tanto de países desarrollados como emergentes, para estimular el crecimiento se vuelve patente en las constantes reducciones de organismos multilaterales a las perspectivas de expansión del producto interno bruto (PIB) del mundo.
El último reporte de pronósticos de crecimiento del Fondo Monetario Internacional, titulado “Demasiado lento por demasiado tiempo”, estima que la economía mundial crecerá sólo 3.2 por ciento este año.
BRICS para el olvido
En esta coyuntura, calificada por la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, como “la nueva mediocridad”, los países emergentes cuentan con perspectivas poco alentadoras. Incluso en México, donde el discurso de política económica insiste en que el país cuenta con fundamentos macroeconómicos sólidos, el desempeño de su economía ha sido “una decepción”. Esta afirmación fue realizada por los mismos medios internacionales que impulsaron el Mexican Moment, como es el caso de la revista The Economist.
El fracaso emergente se ha vuelto evidente en la situación actual de los BRICS, el grupo de países que prometían convertirse en el principal motor de la economía mundial. Brasil y Rusia, golpeados por la baja en el precio del petróleo y las materias primas, esperan contracciones del PIB para este año; China atraviesa por su peor desaceleración en un cuarto de siglo debido a que su economía se encuentra en medio de una transición estructural; Sudáfrica es un ejemplo de inestabilidad política conjugada con estancamiento; mientras que las altas tasas de crecimiento de India son puestas en tela de juicio por la máxima autoridad del banco central de ese país.