La revolución del gas shale le permitió a Estados Unidos conseguir una relativa independencia energética.
Sin embargo, la explotación de este recurso se ha enfrentado a una fuerte oposición por parte de grupos ambientalistas alrededor del mundo.
Esto se debe a los altos niveles de contaminación que ocasiona el proceso para explotar este tipo de yacimientos denominado fracking.
La extracción del gas shale deja una huella ambiental en toda la región en la que se realiza el fracking, además de que es necesario utilizar grandes cantidades de agua.
Con todo y este daño colateral, el gobierno de Estados Unidos apoya las prácticas de fracking que le han conseguido revertir una caída de producción de petróleo de más de 30 años.
Este éxito es difícilmente replicable, ya que se necesita contar con un alto tipo de tecnología en regiones geográficas especiales.
Empresas estadounidenses están interesadas en exportar estos métodos de producción, pero se han topado con protestas en Europa.
Existen fuertes indicios que la ola de protestas en contra del fracking en esta región está patrocinada por Rusia. Tanto este país como sus vecinas dependen mutuamente del petróleo y gas natural ruso.
Alrededor del 40 por ciento de los ingresos públicos de Rusia provienen de la venta de crudo, por lo que la explotación de yacimientos no convencionales en los territorio de sus socios estratégicos podría significar un gran golpe para el Estado.
Tras las sanciones económicas que impuso Estados Unidos a Rusia, la cuenta de energéticos se ha convertido en la fortaleza económica del país, por lo que intentos por desestabilizar a esta nueva industria cobran credibilidad.
Acusaciones falsas
Las organizaciones que se oponen al fracking niegan que el gobierno ruso los esté apoyando con incentivos económicos. De acuerdo con ellos, estas acusaciones sólo tienen el objetivo de generar desconfianza a sus campañas.
Varios activistas entrevistados por The New York Times afirman que la asociación con Rusia las convertiría en irrelevantes, y que si de verdad recibieran apoyo, no trabajarían en condiciones de tanta escasez como lo hacen.
Aunque no se consiga comprobar la conexión entre los protestantes y Rusia, la guerra de acusaciones es una manifestación de cómo se vive la guerra fría en el siglo 21.