A la guerra sin fusil
El panorama económico se ha complicado para México. Más allá de la tormenta perfecta que está enfrentando el país en el plano financiero, el gobierno se ha quedado sin armas para estimular el crecimiento económico en caso de que estalle una crisis global.
Rodrigo Carbajal
El panorama económico se ha complicado para México. Más allá de la tormenta perfecta que está enfrentando el país en el plano financiero, el gobierno se ha quedado sin armas para estimular el crecimiento económico en caso de que estalle una crisis global.
La volatilidad y la incertidumbre son las principales características del escenario económico mundial. El miedo a la falta de liquidez, la desaceleración de China, la debacle de las divisas emergentes, la caída del precio de las materias primas y el fin a una década de tasas de interés cercanas a cero en Estados Unidos han puesto en alerta a un mercado financiero que envía señales cada vez más preocupantes respecto al futuro.
A pesar de que México es reconocido a nivel internacional como uno de los países emergentes con los fundamentos macroeconómicos más sólidos, la actual coyuntura pone al país contra la pared ya que su capacidad de reacción a una contingencia se encuentra minimizada.
Las dos principales herramientas de política económica para revertir los efectos de una recesión son el incremento del gasto público y el recorte de la tasa de interés de referencia. México se encuentra atado de manos para ejecutar tanto una política fiscal como una política monetaria de corte expansivo.
En enero de este año, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público anunció que realizaría un recorte de 124 mil millones de dólares al gasto público. No obstante, en el primer semestre de 2015, el gobierno ha gastado alrededor de 100 mil millones de pesos más que lo presupuestado originalmente. Esto quiere decir que el objetivo de austeridad únicamente puede ser alcanzado si en los siguientes cuatro meses se recortan cerca de 220 mil millones de pesos del presupuesto.
Para el 2016, se ha contemplado un ajuste a la baja en el gasto público del orden de 135 mil millones de pesos.
Mantener la estabilidad macroeconómica se ha convertido en uno de los objetivos explícitos del gobierno. Pese a que la deuda se ha incrementado sustancialmente desde el 2012 y a que los ingresos petroleros, que financian un tercio del presupuesto federal, han mermado considerablemente, la Secretaría de Hacienda aún mantiene en su discurso un compromiso con la promesa de la reducción del déficit fiscal.
Después de la aprobación de la última reforma fiscal de corte recaudatorio, el gobierno señaló explícitamente que no subiría los impuestos durante el resto del sexenio. Posteriormente, extendió su compromiso de estabilidad al anunciar que no contrataría más deuda.
Los recortes al gasto se convirtieron en la única alternativa para balancear las finanzas públicas. Sin embargo, el programa de austeridad comenzó a implementarse hasta hace poco.
A pesar de que las cifras de la Secretaría de Hacienda muestran que el gobierno gastó más de lo programado en el primer semestre de 2015, la tendencia de desaceleración del gasto comenzó a sentirse en julio.
En relación al mismo mes del año pasado, el gasto neto del sector público registró una caída de 5.8 por ciento. Esto se debió a una reducción significativa del gasto de capital, que presentó una baja anualizada de 21.2 por ciento. El dato contrasta con el comportamiento del gasto corriente, que se mantuvo prácticamente sin cambios.
Banco de México sin campo de acción
Si la política fiscal no es una opción para sostener la demanda en caso de un shock negativo, la política monetaria tampoco representa una alternativa factible al estar condicionada a los movimientos de la tasa de interés en Estados Unidos. México registra poco dinamismo en su actividad económica y una tasa de inflación que se encuentra en mínimos históricos.
Sin embargo, la eventual subida de tasas por parte de la Reserva Federal obliga a Banco de México a actuar del mismo modo.
El siguiente movimiento del banco central mexicano apunta a una política restrictiva que evite una salida masiva de capitales dada la expectativa de alza en los tipos de interés en Estados Unidos derivada de su proceso de normalización monetaria.
Aún cuando este ajuste significaría un freno al frágil crecimiento mexicano, la pregunta planteada en el debate público no es si Banco de México debe subir sus tasas, si no cuándo.
Crecimiento: la gran incógnita
El efecto natural de un recorte al gasto público y de un alza en la tasa de interés es una desaceleración en la actividad económica. Los fundamentos para realizar una nueva reducción a la expectativa de crecimiento se han multiplicado.
México lleva tres décadas registrando un crecimiento anual promedio de 2.3 por ciento. Las cifras del último reporte trimestral del Producto Interno Bruto (PIB) reflejan esta tendencia: el país creció a una tasa anual de apenas 2.2 por ciento.
Ahora el entorno externo se ha deteriorado y no hay señales significativas que apunten hacia una recuperación global, a un incremento sustancial del precio del petróleo o a que termine el periodo de volatilidad financiera.
Cuando estalló la última crisis financiera global, México contaba con un amplio margen de acción fiscal y con libertad para reducir su tasa de interés. El país sufrió una reducción de 4.7 por ciento de su PIB en 2009, pero pudo componer la plana al registrar una tasa de crecimiento de 5.1 por ciento en 2010 y 4 por ciento para los siguientes dos años.