El año pasado significó una ola de problemas para Rusia, los cuales iniciaron con su intervención en el conflicto de Ucrania.
Además de anexarse la península de Crimea, las potencias occidentales acusaron al gobierno del presidente ruso, Vladimir Putin, de enviar tropas a Ucrania para desestabilizar el nuevo régimen revolucionario.
En consecuencia, Estados Unidos y sus aliados europeos impusieron una serie de sanciones económicas que la mayoría de los analistas afirmaron dejaría el crecimiento por los suelos.
Por si fuera poco, las sanciones coincidieron con el desplome del precio del petróleo, lo que afectó todavía más las finanzas del país. Actualmente, gas y petróleo representan alrededor del 70 por ciento de las exportaciones rusas y el 52 por ciento de su presupuesto público.
No obstante, desde que inició el año Rusia ha conseguido una ligera recuperación. En los últimos tres meses el rublo, la moneda rusa, se ha apreciado un 30 por ciento frente al dólar (después de haber perdido dos terceras partes de su valor en los últimos seis meses del 2014).
El banco central de Rusia recortó también su tasa de interés a 14 por ciento del 17 por ciento en el que se encontraba anteriormente, mientras que la tasa de inflación se encuentra en 17 por ciento.
De acuerdo a The Economist, la economía rusa experimentará una contracción este año de 3 por ciento que, aunque es un pobre desempeño, es mucho mejor que la contracción de 5 por ciento que se esperaba en un principio.
El tiro por la culata
Si la intención de las potencias occidentales era debilitar el gobierno de Vladimir Putin, las sanciones fueron un fracaso rotundo.
No sólo no han tenido el impacto deseado, sino que han fortalecido el discurso anti occidental y conseguido más apoyo popular para Putin.
The Economist argumenta que la población rusa percibe la actual situación como una debilidad de las potencias occidentales y no de su país. En la guerra que luchan contra el status quo, el último capítulo es percibido como una victoria rusa.
En lugar de centrarse en el conflicto con Ucrania, el Kremlin ha utilizado una narrativa en contra de todo occidente. Hoy en día el 81 por ciento de la población de Rusia piensa que los estadounidenses son una amenaza para su país, la proporción más alta desde que la Unión Soviética desapareció.
En contraste, el más afectado por la situación ha sido Ucrania que no importa cuánta ayuda reciba de occidente, sus problemas económicos no parecen tener fin. Los inversionistas todavía no tienen confianza en este país y la grivna, su moneda oficial, se ha depreciado 30 por ciento frente al dólar desde enero a la fecha.
Sin embargo, la resistencia rusa no puede durar para siempre, su economía necesita implementar reformas estructurales si quiere conseguir un crecimiento sostenido.