La famosa frase atribuida a Porfirio Díaz, “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, ha quedado obsoleta. Norteamérica está en proceso de convertirse en la región más competitiva del mundo y México es el país que más puede crecer gracias a ello.
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) tiene más de veinte años activo y la integración de México con sus socios Estados Unidos y Canadá ha probado ser la variable que ha transformado la vida económica de los tres países, particularmente la de México.
Antes del TLCAN, México contaba con una economía cerrada con una industria local poco competitiva y un sector externo cuya única exportación significativa era el petróleo. Ahora el país depende de un modelo de apertura comercial, lo que lo ha vuelto un exportador de manufacturas y la base de la cadena de suministro de industrias como la automotriz y la aeronáutica.
George Friedman, analista geopolítico de la Universidad de Cornell y fundador de la firma de inteligencia Stratfor, argumenta que el centro de gravedad político se trasladó de Europa hacia América del Norte después del colapso de la Unión Soviética.
Dos décadas después, parece ser que también el centro de gravedad económico está virando hacia América del Norte. La región representa una isla de estabilidad y crecimiento en contraste con los riesgos que enfrenta el resto del mundo.
Europa vive uno de sus momentos más críticos: el funcionamiento de la eurozona se ha puesto en tela de juicio por el estancamiento económico y la deflación, además de que los flujos migratorios y la potencial salida de Gran Bretaña de la Unión Europea abonan a la incertidumbre.
China presenta su menor tasa de crecimiento en un cuarto de siglo y aún no es claro hasta dónde puede llegar el costo de la transición hacia un nuevo modelo económico basado en el consumo y el mercado interno. Además, toda la región asiática se encuentra en vilo debido a tensiones geopolíticas en el Mar del Sur de China.
En Medio Oriente, la guerra civil en Siria y los enfrentamientos indirectos entre Irán y Arabia Saudita prolongan la inestabilidad que ha caracterizado a la región desde la posguerra.
La situación tampoco es afortunada para Rusia, cuyos pronósticos de contracción económica son explicados por su fuerte dependencia petrolera en un momento en que los precios del crudo cotizan a un precio 70 por ciento menor que el de hace año y medio.
Esto ocurre en un contexto en el que el consenso de economistas apunta hacia una nueva normalidad de bajo crecimiento y debilidad en la actividad del comercio global.
Fundamentos para crecer
El cambio en la coyuntura política, la complicación del entorno financiero y la caída del precio del petróleo pusieron fin al efímero Mexican Moment.
Sin embargo, los fundamentos que dieron origen al interés de inversionistas globales en México prevalecen: las reformas estructurales ya se encuentran en un proceso de implementación, México ha consolidado su posición como un país abierto al comercio y a la inversión mediante su incorporación al Acuerdo de Asociación Transpacífico y a la Alianza del Pacífico, además de que la estabilidad macroeconómica continúa siendo una prioridad de política económica.
La desigualdad regional, la dependencia de las finanzas públicas de los ingresos petroleros y el bajo crecimiento estructural aún representan el talón de Aquiles del desarrollo mexicano.
No obstante, la integración con Estados Unidos y el hecho de que el 80 por ciento de las exportaciones mexicanas se destinan a ese país deben verse como un activo para México. Ésa es la posición de George Friedman, quién dijo en la reciente convención bancaria celebrada en Acapulco que México podría convertirse en la siguiente gran potencia.
El argumento de Friedman se basa en el hecho de que un país cuya economía es la décimo primera más grande del mundo, según estimaciones medidas en paridad de poder de compra del Fondo Monetario Internacional, puede alcanzar una nueva etapa de desarrollo si aprovecha el proceso de integración y crecimiento de América del Norte.
En más de una ocasión, George Friedman se ha referido a México como “la envidia de Latinoamérica”.
Dependencia mutua
La dependencia de México respecto a Estados Unidos es enorme: las exportaciones destinadas a ese país representan el 23 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Pero, tras la firma del TLCAN, la dependencia se ha vuelto bidireccional y los intereses de los países se han alineado.
La inclusión de contenido estadounidense (40 por ciento) en las exportaciones manufactureras mexicanas ofrece una perspectiva respecto a la creación de cadenas de valor que se extiende a lo largo de toda la región, particularmente en el caso de la industria automotriz.
El volumen comercial que cruza la frontera de los tres socios del TLCAN cada minuto alcanza los 2.7 millones de dólares. En ese sentido, la consultora McKinsey estima que el PIB regional podría incrementarse en 8 billones de dólares para 2040 si se profundiza la integración.
La tendencia ya está en curso, patente en el hecho de que México y Canadá ya representan el destino de un tercio de las exportaciones estadounidenses y que la actividad comercial de Estados Unidos con estos países ha crecido más que con el resto de sus socios comerciales desde la crisis.
No es casual que tres exembajadores de estos países hayan firmado recientemente un editorial conjunto en el diario The Globe and Mail haciendo un llamado a la política exterior de sus respectivos países a hacer de América del Norte su primera prioridad.