En la antesala de la reunión del G7 en Ise-Shima, Japón, la cual reúne a los países desarrollados de mayor relevancia económica, surge la duda de si el mundo avanzado aún es lo suficientemente influyente para librar a la economía global del estancamiento crónico.
El consenso respecto a la condición de fragilidad económica es unánime.
El concepto de “estancamiento secular” del respetado exsecretario del Tesoro de Estados Unidos, Larry Summers, converge con la postura generalizada de que el mundo entró en una nueva fase estructural de bajo crecimiento después de la crisis del 2008.
Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), ofreció su propio término para este escenario: “la nueva mediocridad”.
Sin embargo, en donde no existe un consenso claro es en la mezcla de políticas públicas necesarias para que la actividad económica global retome el dinamismo de inicios de la década pasada.
La reuniones del G7 han dado lugar a conclusiones sin sustancia y compromisos vagos respecto a una agenda económica que rompa con el status quo. El acuerdo común, derivado de estas reuniones, ha sido el de refrendar el convenio de que ningún país distorsionará el comercio internacional mediante el uso de devaluaciones competitivas para impulsar sus exportaciones.
No obstante, Jeffrey Frankel, profesor de economía de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, argumenta que en vez de concentrarse en las “guerras de divisas”, los líderes de los países desarrollados deberán abocarse a discutir el uso extensivo de la política fiscal para hacer frente al estancamiento.
Los miembros del G7 (Reino Unido, Alemania, Francia, Japón, Italia, Canadá y Estados Unidos) son ejemplos patentes de la “nueva mediocridad”: el FMI estima que los países avanzados crecerán sólo 2.1 por ciento este año, en línea con lo presentado en los últimos años.
La carga del banco central
Dado que muchos de estos países atraviesan por periodos en los que la polarización ha dominado la narrativa política, la viabilidad de realizar reformas estructurales o programas fiscales de alto perfil quedan descartados.
Ante la inhabilidad de los gobiernos para incentivar el crecimiento económico, la recuperación ha corrido a cuenta de los bancos centrales de sus países.
Esto explica el uso de políticas monetarias poco convencionales, que van desde la aplicación de tasas de interés negativas hasta programas de compra de activos financieros.
Sin embargo, en la academia y en la opinión pública ha crecido la percepción de que estas políticas han alcanzado su límite para estimular el crecimiento. Voces influyentes como la de Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra; Raghuram Rajan, gobernador del Banco Central de India; y Janet Henry, economista en jefe de HSBC, insisten en que las políticas poco convencionales de los bancos centrales no podrán sostener el crecimiento en el largo plazo.
Pese a que la economía global no se encuentra en un punto crítico como en el 2008 y a que la agenda de migración, terrorismo y seguridad internacional cuenta con mayor preponderancia en las agendas domésticas de los miembros del G7, el grupo ha hecho del crecimiento y el comercio internacional los temas centrales de la reunión.
En el establecimiento de su agenda, el G7 reconoce la existencia de una “creciente incertidumbre en la economía global, impactada por un amplio rango de factores que incluyen la desaceleración de mercados emergentes, la brusca caída del precio del petróleo y el debilitamiento del comercio”.
Sin consenso
Sin embargo, al interior del G7 prevalecen las contradicciones y la falta de una dirección clara respecto al rumbo de política económica.
El portal Reuters reporta que fuentes cercanas a los gobiernos que participan en la reunión publicarán un comunicado con acciones claras de política fiscal, política monetaria y reformas estructurales destinadas a impulsar el crecimiento.
No obstante, estas mismas fuentes resaltan la divergencia entre las posiciones de los diferentes países, particularmente la postura de rigidez fiscal que prevalece en Alemania y Reino Unido.
En un momento en que organismos como el FMI y la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) viran desde posicionamientos de austeridad hacia posturas en las que se sugiere hacer un uso más extensivo de la política fiscal, aún existe reticencia entre miembros del G7 para asumir un enfoque contracíclico del gasto público.
Jeffrey Frankel, quien fungió como asesor económico del presidente Bill Clinton, considera que, dadas las condiciones económicas actuales, un enfoque contracíclico que privilegie el aumento del gasto público o la reducción de impuestos es más efectivo que la perspectiva actual de cargar todo el peso del crecimiento a los bancos centrales.
Un ejemplo de esto se ve en Japón, el anfitrión de la reunión, que ha iniciado una campaña a favor de una política fiscal expansiva entre los miembros del G7.
Sin embargo, cuando emitió un comunicado para ofrecer un preliminar de las políticas que busca promover el grupo, señaló que éste no representaba el consenso de las opiniones del G7.