Al inicio de este sexenio, México emergió como la gran promesa económica. Después de recuperar la senda de crecimiento tras la recesión de 2009, la política económica mexicana se abocó a fortalecer sus fundamentos macroeconómicos. Ésta fue la primer condición necesaria para cumplir la promesa del gobierno de Enrique Peña Nieto de que el país podría crecer a tasas de 5 por ciento a partir de 2018.
A diferencia de otros países emergentes, México sobresalió para la prensa internacional y los participantes de los mercados financieros por sus bajos niveles de inflación, déficit, deuda y por su política de apertura comercial. Aunado a esto, el ciclo de reformas estructurales que emprendió el gobierno, incluyendo una reforma que abrió el mercado energético a la inversión privada, generó un interés sin precedentes.
México se había convertido en un referente para las economías emergentes, lo cual quedó de manifiesto a través de los constantes halagos de inversionistas de alto perfil como Larry Fink, director general de BlackRock, y de Bill Gross, entonces director general de PIMCO.
El Mexican Moment quedó asentado como la narrativa económica dominante en el país, la cual alcanzó su punto cumbre a mediados de 2014 cuando la administración de Enrique Peña Nieto promulgó la reforma energética y develó días después un ambicioso plan nacional de infraestructura.
Otra realidad
Hoy esta realidad luce distante. Mientras que el gobierno ha encontrado obstáculos, políticos y operativos, para la aplicación integral de todas las reformas promulgadas, los fundamentos macroeconómicos del país se han deteriorado gradualmente.
En lo que va de este sexenio, el riesgo país de México, medido por un índice elaborado por el banco JPMorgan-Chase, se ha incrementado 142 puntos base. La tendencia obedece en gran medida a un entorno adverso marcado por constantes episodios de volatilidad que pesan sobre los activos emergentes, una política monetaria laxa y divergente entre los principales bancos centrales del mundo, y una marcada desaceleración del comercio y la actividad económica a nivel global.
iEste escenario global se ha traducido en una política económica doméstica de corte defensivo.
Ante el riesgo inflacionario que representa la profunda depreciación del peso, el Banco de México (Banxico) ha elevado su tasa de interés de referencia en cien puntos base en lo que va del año.
Asimismo, frente a la debacle del mercado energético global y su efecto sobre las finanzas públicas de México, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) determinó que realizaría un recorte al gasto público de 307 mil millones de pesos para este año y el siguiente.
Ambas medidas representan un lastre para el crecimiento, que ha sido el nudo gordiano de la economía mexicana en los últimos veinte años. En todo este tiempo, el producto interno bruto (PIB) de México ha crecido a una tasa anual promedio de 2.3 por ciento.
La estimación oportuna del PIB que publicó el INEGI la semana pasada muestra que la economía mexicana creció apenas 1.4 por ciento en el último trimestre, frente al mismo periodo del año anterior.
Desbalance macroeconómico
Sin embargo, el crecimiento ha dejado de ser el único problema para la economía mexicana.
Otros indicadores han evolucionado a un punto en el que la solidez macroeconómica del país puede ser puesta en tela de juicio.
El Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP) publicó un estudio en el que expresa su preocupación respecto al crecimiento de la deuda en el sexenio actual: pasó de representar 39 por ciento del PIB en 2012 a 50 por ciento del PIB actualmente. La recomendación de política económica del CEESP parte de una reducción inmediata del déficit a través de recortes subsecuentes del gasto público.
Por otra parte, el déficit de cuenta corriente, que ha estado al centro de todas las crisis económicas de México de la segunda mitad del siglo XX, alcanza ya un 2.7 por ciento del PIB.
Un déficit de cuenta corriente es sostenible siempre y cuando los flujos de inversión y de cartera hacia el país se mantengan constantes. No obstante, en medio de una coyuntura de incertidumbre, marcada por la sobre exposición que genera la fuerte liquidez del peso y el proceso de normalización monetaria en Estados Unidos, el crecimiento de este déficit puede convertirse en una amenaza macroeconómica.
Esto ya se ha reflejado en las entradas de capital en México: la inversión extranjera directa se redujo en 1.3 mil millones de dólares en el primer trimestre del 2016 en relación al mismo periodo del 2015. Asimismo, tan sólo en el primer trimestre de este año, la salida de flujos extranjeros y de otros activos alcanzó los 10 mil millones de dólares.
En ese sentido, Rogelio Ramírez de la O, economista y director de la firma Ecanal, advierte que si los incrementos de tasas de Banxico no hacen la diferencia para la entrada de recursos, lo mejor que puede hacer la autoridad es dejar que el peso se ajuste por completo.
Considerando la presión acumulada del peso, que se ha depreciado 44 por ciento en los últimos dos años, esto podría generar presiones inflacionarias severas.
Además, Citigroup advierte que el tipo de cambio podría alcanzar los 22 pesos por dólar si la campaña del candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, se fortalece: “Dada la retórica antimexicana, la elección estadounidense presenta riesgos claros para el peso mexicano”.