Durante todo el 2017, la inflación mensual anualizada se ha ubicado por encima del rango objetivo del Banco de México de 2 por ciento a 4 por ciento. En junio, el cambio en el nivel de precios en relación al mismo mes de 2016 fue de 6.31 por ciento.
Si bien, la cifra fue menor a lo esperado por el consenso de analistas, ésta refleja una presión inflacionaria creciente que ha llegado a su mayor nivel desde diciembre del 2008, cuando el país enfrentó una disrupción macroeconómica derivada de la Gran Recesión.
Sin embargo, el Banco de México mantiene la calma. El discurso del banco central insiste en que las expectativas inflacionarias están bien ancladas y que los altos niveles de inflación obedecen en gran medida a los efectos transitorios del traspaso de la depreciación del tipo de cambio al nivel de precios y del cambio en la metodología para calcular el precio de la gasolina.
En junio, el componente inflacionario que presentó el mayor crecimiento fue el de los energéticos y las tarifas autorizadas por el gobierno, el cual se expandió a una tasa anualizada de 12.86 por ciento.
Además, la minuta de la más reciente reunión de política monetaria de la Junta de Gobierno de Banco de México deja ver que la estabilización del tipo de cambio ha sido un factor determinante en la relajación de la postura monetaria del banco central. Este mes, el peso recuperó todo el terreno perdido frente al dólar por la disrupción generada por el “efecto Trump”.
El argumento de Banco de México está respaldado en el último dato anualizado de inflación subyacente (que excluye el precio de los energéticos y los alimentos), que fue de 4.8 por ciento, no muy lejos del rango objetivo de las autoridades monetarias.
¿Fenómeno temporal?
No obstante, el crecimiento inflacionario ha generado una disonancia cognoscitiva para el Banco de México, una institución que se ha convertido en un referente de estabilidad de precios para las economías emergentes en la última década.
Para las voces más ortodoxas de la comunidad financiera, el Banco de México ha sido demasiado benevolente con el escenario de inflación actual.
Brasil, que en enero de 2016 presentaba una inflación anualizada de dos dígitos y que enfrenta la peor recesión en su historia, logró bajar la tasa de inflación anualizada a 4.08 por ciento en menos de 18 meses. En los últimos años, el banco central brasileño adoptó una postura monetaria laxa que contrastó con la política de Banco de México a nivel regional.
En ese sentido, el cambio de expectativas para las dos mayores economías de América Latina pone de relieve una pregunta de alta relevancia para el Banco de México: ¿la dinámica inflacionaria de 2017 representa un fenómeno coyuntural o un fenómeno que se ha enraizado al modelo económico de apertura financiera?
A juzgar por su comunicación, el Banco de México privilegia la primera opción. El 22 de junio realizó un incremento de 25 puntos base a su tasa de interés de referencia, un incremento que, de acuerdo al consenso de los analistas consultados por Citibanamex, es el último de un ciclo de contracción monetaria que inició hace un año y medio.
Desde diciembre del 2015, el banco central ha elevado su tasa de interés de referencia en 400 puntos base.
El consenso de analistas argumenta que el siguiente movimiento de Banco de México será un recorte de los tipos de interés que tendrá lugar hasta junio del 2018.
La aceptación del status quo de la política monetaria como escenario base es consistente con lo expresado por el banco central. En la minuta publicada la semana pasada, se refiere que “el nivel alcanzado (7 por ciento) es congruente con el proceso de convergencia eficiente de la inflación al objetivo de 3 por ciento”.