A más de siete años de la mayor crisis económica desde la Gran Depresión, el mundo sigue sin recuperarse por completo. Aún más preocupante es que las autoridades parecen seguir siendo incapaces, pese a repetidas advertencias y consejos, de implementar las medidas que serían necesarias para desestancar el crecimiento.
El año pasado la economía global creció 3.4 por ciento, lo cual se encuentra en línea con el promedio de los últimos 30 años y está por encima del 2.5 por ciento registrado en 2014. Sin embargo, este nivel de expansión sigue siendo demasiado bajo como para consolidar la recuperación económica global.
Lo que es peor es que los bajos rendimientos de los bonos gubernamentales de largo plazo sugieren que este panorama pesimista aún persistirá por un periodo significativo de tiempo.
En abril de este año el Fondo Monetario Internacional (FMI) indicó que “el crecimiento económico ha sido demasiado lento por demasiado tiempo”. La directora gerente de este organismo, Christine Lagarde, advirtió que “debemos evitar que esa ‘nueva mediocridad’ se transforme en la nueva ‘realidad’”.
Esta mediocre realidad ha persistido aún a pesar de que los principales bancos centrales del mundo han reducido sus tasas de interés de referencia a mínimos históricos, incluso cruzando a territorio negativo en Europa y Japón, y a que han inyectado cientos de miles de millones de dólares a sus economías.
“La política monetaria ha hecho tanto como le es posible y necesita ser complementada con política fiscal y reformas estructurales”, dijo en marzo Catherine Mann, economista en jefe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Advertencias como ésta no hacen más que seguir lo pronosticado por Lawrence H. Summers, exsecretario del Tesoro de Estados Unidos, quien en 2013 dijo que “tendremos que pensar, en los próximos años, en cómo administrar una economía en la que la tasa de interés nominal de 0 por ciento es un inhibidor crónico y sistémico de la actividad económica”.
Estancamiento secular
El diagnóstico de Summers se basa en el concepto de estancamiento secular, es decir un periodo en el cual el crecimiento se hunde de una forma persistente que no depende del ciclo de negocios.
El estancamiento secular fue descrito por primera vez durante la Gran Depresión por Alvin Hansen, un profesor de economía de la Universidad de Harvard, quien habló de “recuperaciones enfermizas que mueren en su infancia, y depresiones que se alimentan de sí mismas y dejan una forma de desempleo dura y aparentemente inamovible”.
Para Summers, los miedos de Hansen se han vuelto realidad en nuestros días, un siglo después. El estancamiento secular diagnosticado por Summers tiene su raíz en una ausencia crónica de demanda y en un exceso paralelo de ahorros.
El golpe causado por la crisis, y la pesada carga de deuda acumulada en el periodo previo y posterior a este evento, vuelve difícil para las economías volver a su potencial, lo cual reduce la inversión y la creación de empleo.
A esto se suma el que a medida que la población global envejece, sobre todo en los países desarrollados, ahorran una parte mayor de sus ingresos. Pero en lugar de que sus ahorros sean dirigidos a inversiones productivas, el bajo crecimiento hace que sean dirigidos a activos poco productivos, alimentando burbujas financieras en un dañino ciclo de bonanzas y colapsos.
Solución fiscal
Para Summers y un consenso cada vez mayor de autoridades económicas, la solución para romper el círculo vicioso del estancamiento secular es incrementar el gasto fiscal a través de la inversión en infraestructura y otros bienes públicos, sobre todo en las economías avanzadas.
Esta postura se basa en la teoría keynesiana que indica que la política monetaria pierde efectividad cuando las tasas de interés se encuentran cercanas al cero por ciento, por lo que la respuesta de política pública ante una crisis tiene que provenir del lado fiscal.
“Levantar la demanda de hecho no es tan difícil, y es mucho más fácil que levantar la capacidad de producción. Lo crucial es que las autoridades diagnostiquen correctamente el problema y hagan las reparaciones apropiadas”, escribió Summers en la revista Foreign Affairs recientemente.
Summers además aboga a favor de mayor coordinación internacional en la implementación de estas intervenciones, ya que de lo contrario los países se arriesgan a actuar de forma desordenada y competitiva entre sí, causando mayores problemas y contagiando la debilidad