¡No me pegues!
La mitad de niños sufren castigos físicos en América Latina. Este tipo de violencia provoca problemas en el desarrollo psicosocial de los infantes, mala autoestima y actitudes agresivas. Psicólogos recomiendan disciplinar a los hijos mediante el diálogo y la negociación
Mariana RecamierMuchos latinoamericanos tienen una anécdota que comienza con una travesura y termina en nalgadas. Uno de cada dos niños menores de 15 años son sometidos a castigos corporales en América Latina para que no repitan conductas o acciones incorrectas, de acuerdo con las últimas cifras de Unicef.
El doctor en psicología Emiliano Villavicencio Trejo explica que los castigos físicos son comunes en Latinoamérica porque las personas de esta región hablan poco en casa y no tienen mucha tolerancia. Esto provoca que las represiones físicas sean la respuesta cuando los menores de edad no obedecen las indicaciones de sus padres.
Sin embargo, este tipo de violencia tiene consecuencias negativas en los infantes. Los menores expuestos a castigos corporales severos tienen 2.4 veces menos probabilidades de tener un desarrollo adecuado en la primera infancia, mientras que la exposición a la disciplina violenta aumenta 1.6 veces el riesgo de que un niño muestre comportamientos agresivos hacia otros de su edad o adultos, de acuerdo con el análisis Disciplina violenta en América Latina y el Caribe realizado por Unicef con datos oficiales de 17 países.
Villavicencio Trejo comenta que los castigos como método correctivo tienen un efecto positivo de manera inmediata en los niños, es decir, el comportamiento inadecuado se corrige, sin embargo, a largo plazo tiene consecuencias negativas para el desarrollo del menor en el área emocional y psicosocial.
“En el área emocional encontramos un problema de autoestima porque las personas se comienzan a percibir como insuficientes e inadecuados, entonces el impacto en el autoconcepto es importante”, describe el también académico de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad La Salle.
“El niño se aísla y no desarrolla sus habilidades psicosociales… Son personas con poca confianza en sí mismos porque se quedan con la idea de la insuficiencia”, asegura Villavicencio Trejo.
En el mismo sentido, la Academia Estadounidense de Pediatría hizo su declaración política más fuerte en contra de los efectos dañinos del castigo corporal en el hogar en noviembre del año pasado.
El grupo, que representa a alrededor de 67 mil médicos, dijo que los padres no deberían dar nalgadas a sus hijos y recomendó que se eviten otros castigos no físicos que sean humillantes, amenazantes o que infundan miedo.
“Una de las relaciones más importantes que todos tenemos es la relación entre nosotros y nuestros padres. Tiene sentido eliminar o limitar el miedo o la violencia en esa relación afectuosa”, aseguró Robert D. Sege, pediatra en el Centro Médico Tufts y uno de los autores de la declaración.
Ante las consecuencias negativas de esta forma de violencia, Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela tienen leyes para prohibir el castigo corporal contra los niños en todos los ámbitos, entre los que se incluye: el hogar, la escuela, centros de cuidado alternativo e instituciones penales.
También en México
No obstante, el resto de países de América Latina no tienen leyes federales para evitar todo tipo de castigo físico contra los niños. Ese es el caso de México, nación en la que 6 de cada 10 menores de edad de entre 1 y 14 años ha experimentado algún método de disciplina violenta, de acuerdo con los registros de Unicef.
Ante esta situación, la senadora Nestora Salgado García presentó una iniciativa este mes con el objetivo de prohibir en México el castigo corporal como método correctivo o disciplinario para menores. Su propuesta consiste en adicionar un segundo párrafo al artículo 44 de la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.
En la exposición de motivos de la iniciativa, Nestora Salgado refirió que los códigos penales de 14 entidades incluyen excusas para lesionar a los hijos, ya sea porque el agresor estaba invadido de una emoción violenta, porque no lo hizo con dolo o porque ejerció su derecho a corregirlo.
La propuesta fue turnada a las comisiones unidades de los Derechos de la Niñez y de la Adolescencia, así como a la de Estudios Legislativos.
Evitar los golpes
Villavicencio Trejo asegura que la última palabra sobre la educación infantil la tienen los padres, no obstante, considera que es mejor no acudir a la violencia física para corregir a un niño.
El especialista recomienda que la mejor forma de lograr que los hijos no tengan comportamientos negativos es una estrategia conformada por tres columnas principales: comunicación, negociación controlada y tiempo de calidad con ellos.
El experto añade que el niño o niña debe aprender a manifestar sus necesidades mediante una comunicación amorosa, pero también tiene que tolerar que sus padres y el resto de integrantes de la sociedad no cumplan con todas sus peticiones.
“En el contexto de negociación se le debe enseñar al niño la tolerancia a la frustración y a los límites. La estrategia es la comunicación, hablar con los hijos”, describe el académico.
El doctor en psicología puntualiza que la comunicación en las familias actuales cada vez es más deficiente porque los dos padres trabajan y no pasan mucho tiempo con sus hijos. Los ciudadores como los abuelos o las niñeras a veces no tienen la educación, vocación o voluntad para hablar con los niños.
No obstante, el especialista recomienda que los padres busquen momentos para dialogar con sus hijos y generar lazos para que los momentos de corrección sean más sencillos y eficaces sin acudir a la violencia.
El doctor en psicología concluye que las consecuencias del maltrato físico contra menores no son permanentes. Las personas que acuden a un proceso psicológico como terapia o tienen redes de apoyo integradas por amigos o familiares pueden superar una historia infantil plagada de castigos, sin embargo, es mejor mantener la salud emocional y psicosocial de un niño que reparar a un adulto.