El 27 de septiembre de 2020, en ese silencio de incertidumbre de semáforo naranja, caminaba junto a Lizbeth en las inmediaciones del Monumento a la Revolución. Un grupo de hombres en situación de calle me habló a unos metros, preguntándome cuál era la leyenda de lo que decía mi playera en la espalda.
“The future was now” (el futuro era ahora), es la frase, pero erróneamente les dije “El futuro es ahora”, ellos rieron desparpajados, como si no hubiese un mañana, y siguieron inmutables en su realidad.
La camiseta al frente dice algo que ahora me impacta aún más “Los Angeles November, 2019” el inicio de cómo comienza Blade Runner (1982), porque involuntariamente, en ese futuro (ahora pasado) distópico, inicia el coronavirus en el mundo.
Philip K. Dick no solo lo pronosticó con su libro de 1968 ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, mismo que inspiró la cinta del 82, sino que también lo reflejó en The minority report, novela de 1956 que Spielberg convirtió en película en 2002 y que retrata cómo es que la justicia monitorea a través de presagios las probables acciones criminales que cometamos, despojándonos de nuestro libre albedrío completamente.
Y es que acaso, ¿en verdad somos libres o todo es una simulación? Anoche veía The Karate Kid Part II (1986) y era infinitamente bella una frase que dice el agonizante padre de Miyagi cuando su hijo va a visitarlo a la villa Tomi en Okinawa, Japón:
“Si estoy soñando, no dejes que me despierte nunca. Si estoy despierto, nunca me dejes dormir”.
Qué horror es darnos cuenta que este presente es una pesadilla de la que no podemos despertar, no solo por el COVID-19, sino por toda la crisis que sigue caminando de manera irrefrenable.
Este planeta, que cada vez vapuleamos, sobre poblamos y mancillamos más, se está convirtiendo en un horror a pasos agigantados. La persecutoria situación de nuestra vulnerabilidad en torno a cómo se tratan nuestros datos personales nos llevan al peor escenario de The Matrix (1999), pertenecemos a un sistema sin siquiera darnos cuenta, sin que nadie nos haya pedido permiso, y nosotros lo estamos permitiendo, que es lo peor de todo.
Atrás quedaron los hombres de la vagancia, subimos a la parte media del mausoleo revolucionario, desde ahí se observaba un cielo dividido, como un ojo de huracán, por un lado la tempestiva borrasca que sigue sin tregua, y por otro, un brillante atardecer prácticamente inalcanzable, que agonizaba con el ocaso.
Así mismo creo que estamos ahora, en la ambivalencia de un tiempo sin destino, como lo tallara a cuchillo Sarah Connor en Terminator 2: el día del juicio final (1991), “No fate” (Sin destino). Lo que ahora falta es la frase que ella le dice a su hijo, el próximo mesías contra las máquinas: “El futuro no está escrito. No hay destino, solo existe lo que nosotros hacemos”.