Bodas de odio
Dicha producción pertenece a la época de oro de las telenovelas mexicanas, tiempo en el que la televisora del “tigre” Azcárraga era un espejo mediático del todo poderoso Partido Revolucionario Institucional.
Una señal única de televisión privada para un partido único en el poder. Ingredientes básicos y necesarios para conformar un sistema de gobierno autoritario y represivo. Mejor imposible.
Juan Carlos AltamiranoDicha producción pertenece a la época de oro de las telenovelas mexicanas, tiempo en el que la televisora del “tigre” Azcárraga era un espejo mediático del todo poderoso Partido Revolucionario Institucional.
Una señal única de televisión privada para un partido único en el poder. Ingredientes básicos y necesarios para conformar un sistema de gobierno autoritario y represivo. Mejor imposible.
Han pasado casi treinta años, a finales de los ochentas nuestro sistema de gobierno dio signos de democratización, se logró alternancia en el poder, primero en los estados luego en la presidencia. Aunque para muchos los gobiernos panistas han quedado a deber, México ha cambiado.
Sin embargo, desde aquellas “Bodas de odio” al día de hoy, la televisión abierta no ha experimentado un cambio de fondo. Las innovaciones que se le han hecho (incluyendo la privatización de Imevisión) son cosméticas, de forma, cuestiones técnicas solamente.
Basta echar un vistazo a la programación de hace treinta años y compararla con la de hoy para confirmar que quien piensa la TV de masas en México parece vivir confundido, atrapado en un tiempo remoto.
Existe un ingrediente más que no ha cambiado en la conformación del círculo de consumo de la TV comercial: el usuario. El consumidor de televisión en México, al menos la gran mayoría, sigue buscando contenidos de fácil digestión, lugares comunes que no impliquen esforzarse por decodificar nuevos mensajes.
Sólo así puede entenderse como es que el sábado pasado, la transmisión de la boda del cómico Eugenio Derbez haya alcanzado hasta 26 puntos de rating a nivel nacional. Es decir, buena parte de la gente que estaba en casa, vio, si no toda, por lo menos una parte de la ceremonia.
A pesar (o deberíamos decir a propósito) de los momentos de vacío electoral que vive nuestro país, Televisa optó por producir al sábado 7 de julio como el día en que “la gran familia mexicana” se olvidó de todos sus problemas, para inundarse de la felicidad que embargó a la nueva y feliz pareja del gremio artístico.
Un fin de semana después a la cuestionada elección del 1 de julio, más de medio día, desde las nueve de la mañana y hasta las once de la noche la señal de televisión más poderosa de habla hispana se convirtió en el canal perfecto para transmitir un enlace religioso entre “famosos”. De acuerdo a los números, el televidente promedio respondió.
Quizá lo único que ha cambiado en el paisaje televisivo en estos treinta años, y que llegó con los vientos de primavera del año en curso, es el grupo de manifestantes que aprovechó la transmisión en vivo de la boda para difundir su mensaje de descontento por la presunta imposición que la televisora busca hacer con Enrique Peña Nieto en la presidencia de México.
“Pero esos chamacos no importan, nadie los quería ver ni escuchar, eran puro revoltoso, sin nada que hacer”. “Lo único que querían era convertir una boda tan esperada, tan sentida y tan bonita en bodas de odio”.