Desde hace meses, justo antes de que iniciara la crisis sanitaria, vi anunciada en la Cineteca Nacional una película que llamaba la atención por completo desde lejos, era peculiar y en un principio, admito, la desprecié.
¿Quién en su sano juicio quisiera ver un largometraje llamado Un elefante sentado y quieto (2018) de casi cuatro horas de duración? Pues creo que solo de leer el título, le daría una tremenda hueva a cualquiera, más sus 234 minutos de longitud… En fin, comenzó la pandemia, cerraron los cines y ahí acabó el tema.
Pero reiniciadas las proyecciones del inmueble de Xoco, reapareció esta cinta de origen chino, me reí para mis adentros y, entonces, sin leer previamente ninguna sinopsis, me aventé como gorda en tobogán, y allá voy a ver al elefante.
El hecho de estar consciente de que el filme tenía esa duración sirvió de mucho para precisamente ser paciente. Lo que también llamaba la atención es que la función, con su 30 por ciento de capacidad límite, estaba casi a tope, en lo que pude observar solo fueron un puñado de desertores los que claudicaron en esta misión audiovisual.
La historia es simple: cuatro vidas en alguna provincia de China se entrelazan por sucesos desafortunados y lo único que les sacia su vida golpeada por la realidad es viajar a Manzhouli, donde, dicen, se encuentra un elefante en un circo que solamente está ahí, existiendo, sentado, esperando, sin importar si lo vapulean, le avientan basura o molesten, él sigue ahí, aguardando la nada.
Sin spoilers diré que esta es una película para amplia reflexión y que tal vez el trancazo no llega para todos en el momento de estar en la butaca. Es una ficción que es de lenta digestión y con su final seguro llegarán más pensamientos a dilucidar de lo que quiso plasmar el director, un joven llamado Hu Bo, quien la realizó a sus 29 años de edad.
Su atmósfera atrapa, es contemplativa en todos los sentidos, para quienes no hemos ido de aquel lado del mundo oriental, nos coloca en una situación inmersiva y lo que vive cada personaje es universal, simplemente la historia del chico, a mí me recuerda demasiado a Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno, de J. D. Sallinger.
Claramente es una cinta que no es para todo público, pero sí merece una oportunidad, ahora que sigue en Cineteca. Y ya que hablamos de este lugar de exhibición, solo tengo un par de observaciones al respecto de su reapertura.
La Cineteca Nacional cumple con todos los protocolos sanitarios, incluso, a la entrada tiene una cabina de sanitización con ozono, pero los puntos bajos están en sus baños, donde se nota la falta de limpieza con solo entrar, fuera de eso vale la pena visitar este recinto que ofrece lo mejor del cine internacional, como Un Elefante sentado y quieto.