Durante su residencia en un hospital, siendo testigo y partícipe en la sala de emergencia, observando los pasillos repletos de cuerpos mancillados debido a accidentes automovilísticos, además de la muerte de tres amigos por percances similares, fue como el joven doctor George Miller se inspiró para desarrollar un guión a sus veintitantos en su natal Australia, en el que retrataría parte de esta realidad violenta, Mad Max.
Sumando, además, la crisis petrolera por la que se atravesaba en 1973, fue como Miller escribió, junto con el guionista James McCausland y su amigo Byron Kennedy, la historia de un futuro cercano distópico, en el que reina el caos y el vandalismo, desestabilizando el orden público, todo por conseguir unos cuantos litros de gasolina.
En esa Australia ulterior, la seguridad pública escasea, sobretodo para aquellos que están ajenos a la corrupción, pero la delincuencia organizada cada vez impulsa más a los uniformados a cobrar la ley fuera de su turno, rompiendo su paciencia al borde de la venganza.
Esto sucede con Max Rockatansky, quien es perseguido por los maleantes en la carretera, hasta el punto de matar a su familia; ahí es cuando el policía se convierte en forajido, se vuelve un hombre a sangre fría, temerario y desganado con la vida.
Miller logró convertirse en un cineasta de culto con el lanzamiento de Mad Max (1979) hace 40 años en territorio estadounidense, ya que la cinta protagonizada por Mel Gibson rompió en su momento el Récord Guinness a la mejor relación entre taquilla y presupuesto de cualquier película, ya que el largometraje se hizo con 400 mil dólares australianos y amasó una fortuna de 100 millones de dólares estadounidenses. Esta marca la sostuvo durante 20 años, hasta que llegó El proyecto de la Bruja de Blair, en 1999.
Aunque ya existían precedentes de filmes que hicieran alarde de secuencias automovilísticas de riesgo o persecuciones como Bullitt (1968), Contacto en Francia (1971) y 60 segundos (1974), Miller logró sentar un nuevo parámetro con Mad Max. El director, al tener su experiencia médica, planeó las secuencias a la perfección para evitar daños a sus actores, pero maximizando las averías visuales de los autos a cuadro.
Todo magistralmente ensamblado con un score ganador de Brian May (ninguna relación con el guitarrista homónimo de Queen), quien le imprimió la sensación de filme persecutorio y estresante.
A cuatro décadas de distancia, esta cinta es la base y fuente de inspiración de decenas de nuevas películas de automovilismo, y volver ese futuro oscuro de Miller, es rendirle nuevamente tributo, que dicho sea de paso, hay dos largometrajes más cocinándose en esta franquicia que ya lleva tres continuaciones.