El largometraje de David Pablos, que tiene un guión de Monika Revilla, muestra un hecho histórico dentro de la lucha por la defensa de los derechos de la comunidad LGBT+

Celuloide: ‘Lo confieso, ¡soy maricón!’

Es lo que dice en voz alta Evaristo Rivas, con ojos vendados y torso desnudo, cuando es puesto a prueba para entrar a la cofradía secreta, de la que sospecha, hay más hombres con un mismo interés: sentirse desinhibidos de su homosexualidad en el naciente siglo XX, ya que es un tabú el revelarse como […]

Es lo que dice en voz alta Evaristo Rivas, con ojos vendados y torso desnudo, cuando es puesto a prueba para entrar a la cofradía secreta, de la que sospecha, hay más hombres con un mismo interés: sentirse desinhibidos de su homosexualidad en el naciente siglo XX, ya que es un tabú el revelarse como tal en una sociedad tan moralista como la presidida en ese entonces por Porfirio Díaz.

Al expresar la frase “Lo confieso, ¡soy maricón!”, la concurrencia estalla en risas, y quien queda como único heredero fundador de esta hermandad —presuntamente delegado por el mismísimo emperador Maximiliano— le da la bienvenida al club, ahora de los 42.

Esta escena es parte del largometraje El baile de los 41, cinta basada en el suceso histórico del mismo nombre, ocurrido el 18 de noviembre de 1901, del que se sabe poco en concreto, pero se rumorea mucho. Lo que sí se conoce, es que estuvo implicado Ignacio de la Torre y Mier, quien era yerno de Porfirio Díaz.

El largometraje de David Pablos (conocido por dirigir Las elegidas, de 2015, y La vida después, de 2013), tiene un guión de Monika Revilla, quien ya se ha dedicado previamente a escribir otros dramas históricos y documentales de figuras reconocidas como Sor Juana Inés de la Cruz, La Malinche y claro, Porfirio Díaz.

El traer este suceso real a nuestro presente es subrayar el hecho de cómo la sociedad mexicana era retrógrada hace un siglo, y en cierta manera espejear cómo es que todavía vivimos ante una doble moral que se atreve a juzgar, insultar e incluso someter a la comunidad LGBT+, este es el mérito del filme de Pablos.

Sin embargo, la anécdota es vaga, el proceso de “iniciación” del personaje de Rivas (interpretado por Emiliano Zurita) es prácticamente inexistente, y la ficción va construyendo todo alrededor del momento cúspide, la fiesta homosexual que los puso al descubierto, por lo que hay un alargamiento del argumento que está acompañado de simbolismos y sobreactuaciones.

México tiene un séptimo arte que cojea de muchos flancos, pero uno definitivamente débil es el realizar cine de época, ya que a diferencia de otros espacios urbanos en el mundo, en el país se ha modernizado demasiado el entorno, y hacer exteriores es realmente complicado.

El uso de interiores bien puede justificarse por dos cosas, porque es lo que queda arquitectónicamente de nuestro pasado y porque emocionalmente De la Torre y Mier —rol encarnado por Alfonso Herrera— se le ve atrapado, literalmente, en un enorme closet llamado México.

¿Merece una vista El baile de los 41? Definitivamente, pero lo que más requiere nuestra atención es explorar el real acontecimiento y sus consecuencias, ya que estas sobrepasaron aberrantemente todo ultraje de los derechos humanos.

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