Enfrentarse a la hoja en blanco, en momentos de crisis personal, cuando todo se derrumba y nada queda en la vida más que la existencia misma, es cuando germina el verdadero fruto de nuestro cuestionamiento personal, la filosofía en su más brutal forma y cruda manera.
Al menos esto le pasó a Paul Schrader, a mediados de los 70, cuando después de un colapso nervioso y varias experiencias negativas, regurgitó en menos de dos semanas un guión inmortal que hoy todos conocemos en filme gracias a Martin Scorsese: Taxi Driver (1976).
Situación similar ocurrió 35 años antes, cuando Orson Welles encomendó a Herman Jacob Mankiewicz –mejor conocido como Mank– el escribir un guión para su primer largometraje. El autor que era ampliamente conocido en Hollywood, a diferencia de la estrella de radio, se recluyó en una hacienda de Victorville, California, para redactar el primer borrador.
En el rancho North Verde se tenía la clara prohibición de alcohol, lo que abatió a Mank, quien era un compulsivo bebedor, pero bajo contrato se le obligó a hacer mancuerna laboral junto a una secretaria, una enfermera y la presión de John Houseman, quien fue contratado por Welles para poner lupa al trabajo del escritor.
Tras 12 semanas de reclusión, dictado nocturno a su asistente personal y llamadas telefónicas intensas con Welles, surgió a la luz el guión American; sin embargo, había una situación a tratar con el cineasta novel, Mank había firmado para ceder su crédito a cuadro, dando total cese de derechos al director y también actor.
Esta anécdota detrás de la creación de El ciudadano Kane (1941) tardó más de 20 años en realizarse de la mano de David Fincher y con un guión escrito por su padre antes de su defunción. Fue Netflix quien se aventuró a producir el largometraje en blanco y negro para aspirar a contender en los próximos premios Oscar.
Mank es protagonizada por Gary Oldman en el personaje homónimo y es una oda a la época de mayor esplendor en el cine hollywoodense. Se nota de Fincher que es un filme hecho con cariño a su profesión, pero la cinta tiene un pie del que cojea, ya que el director desde hace más de 10 años ha preferido grabar en formato digital, en lugar de filmar en película.
El resultado es que para un ojo entrenado, en menos de un minuto nos damos cuenta que Mank fue grabada, no filmada, y pierde cariz a la nostalgia que otorga el nitrato de plata al ser expuesto a la luz, aunque hacen un gran intento por meter filtros y grano artificial que simula una producción de época de los 40.
Sin duda, el más reciente largometraje de Fincher merece nuestra atención por el mensaje que entre líneas maneja para la Academia y el ferviente deseo por ya ganar una estatuilla a Mejor Película el siguiente año.