Cuando el doctor Tom Creo pierde a su esposa a causa del cáncer en la película “La fuente de la vida” (2006) , él se lamenta el que no haya podido encontrar un remedio a tiempo, maldice a la vida y espeta que “la muerte es una enfermedad, como cualquier otra y yo voy a encontrar la cura a ello”.
¿Cuánto tiempo nos pasamos quejándonos de nuestros achaques físicos? Mejor aún ¿porqué nos la pasamos lamentándonos de lo que hemos hecho mal en la vida o lo que ha sido una mala fortuna en nuestras decisiones?
A veces pareciera que somos el propio sabotaje del destino y dejamos de disfrutar el que estamos vivos, el que tenemos plenitud, el que podemos seguir aquí un día más.
Este tipo de reflexión es a la que invita “Aquí sigo”, documental de Lorenzo Hagerman que retrata la vida de 19 personas de la tercera edad que ya pasaron la barrera de las ocho décadas de vida, e inclusive hay testimonios de personas de 100 o más años.
Lo sorprendente es que sigan vivos evidentemente, pero lo que deja boquiabiertos a quienes acuden a ver el testimonial audiovisual es que son ancianos que lejos de sentir que la guadaña está cerca, se les ve pescando, caminando en el campo y hasta manejando en carretera.
Hagerman buscó en varias partes del mundo a estos adultos mayores, entrevistó tanto a mujeres y hombres, todos presentan pequeños rasgos en común: no son obesos, hacen ejercicio al despertar y se ríen de la cotidianeidad que les rodea.
Tal vez la idea de ver un documental de personas en la senectud resulte aburrido para la mayoría de los cinéfilos, pero esta película es una verdadera experiencia de vida y para quienes tengan parientes, conocidos o amigos que rondan la tercera edad, será ineludible el que recuerden con cariño a sus cercanos.
Un caso particular que llama la atención es el de Abigay Peraza, hombre centenario que vive en Mérida y todavía se anima a su edad para perfeccionar el seguir aprendiendo de música.
Él sólo le pide a Dios una cosa: el poder seguir vivo para cuidar de su esposa, quien yace en cama, paralizada, sin tener conciencia de su cuerpo.
Y el hombre todavía se sienta a su lado, le toma la mano y le canta “100 años” al oído con entereza.
Es aquí cuando es menester recordarle al Doctor CoNeJo, que no necesita un báculo de Asclepio para seguir adelante, decirle al abogado de Segovia que se levante y fortifique sus huesos, a aquella mujer de 103 años que todavía puede sonreír a pesar de que se le cayeron los dientes.
El empecinamiento de Tom Creo es absurdo, ya que todos moriremos eventualmente, pero mientras llega la hora marcada, será mejor dejar de pensar en qué malestar está erróneo en nosotros, cuando nosotros somos quienes nos creamos e infundimos nuestros propios demonios.