Ícaro es un niño que se conforma con placeres sencillos: volar una cometa con la imagen de su padre y una pila de latas de cervezas vacías con las que forma una pirámide en su cuarto, en el ático de la casa de su madre.
Sin embargo, estas actividades sólo son un escape para el pequeño que prefiere ser llamado Calabacín, ya que su mamá alcohólica le reprende en sus ataques causados por la bebida, hasta que un día, la señora deja huérfano al infante de 9 años.
Bajo esta premisa es que inicia “La vida de Calabacín” (2016), filme producido por Francia y Suiza que contendió por el Oscar a Mejor Película Animada este año y que llegó a México en la 62 Muestra Internacional de la Cineteca Nacional, siendo esta la única película animada en ser parte de la selección, pero ahora se estrena bajo el sello Cinépolis Distribución.
La ópera prima de Claude Barras fue echa con un presupuesto de ocho millones de dólares, y el cineasta se aventuró a tomar el libro “Autobiographie d’une courgette” de Gilles Paris publicado en 2001 para llevarlo al cine, luego de experimentar durante 18 años haciendo cortos animados.
La cinta, de apenas 66 minutos y que va dirigida a un público infantil, habla de manera frontal y sin censura de tópicos que a los niños les toca vivir actualmente como la drogadicción, la violencia de género y la inmigración, claro, todo con un toque moderado y adecuado para los jóvenes cinéfilos.
La magia de “La vida de Calabacín” reside en la inocencia de sus personajes, quienes a pesar de ser críos en una situación de riesgo, están conscientes de los problemas de los adultos y no son ajenos a ellos.
El protagonista va a dar a una casa hogar donde conoce a más pequeños que han sufrido distintos males, mismos que se reflejan con sus actitudes hacia los demás menores: trastornos de ansiedad, abuso físico, además de haber vivido homicidios por crímenes pasionales.
“Este es un homenaje a los niños maltratados y que caen en descuido, que hacen lo mejor posible para sobrevivir y seguir adelante con sus heridas”, pronuncia Barras en una entrevista con Hollywood Reporter.
El largometraje animado cuenta en su doblaje original con el talento de chiquillos que hablan francés, toque que sorprende y da un matiz mucho más realista a la cinta, ya que la mayoría de las veces se utilizan a personas especializadas en este rubro, descartando talentos nuevos.
Más allá de Disney y Pixar, existe un cine infantil que merece ser explorado, “La vida de Calabacín” es claro ejemplo de las ficciones que están dispuestas a retratar a la realidad de una manera didáctica y con mensaje necesario para las nuevas generaciones.