El automóvil se ha vuelto un símbolo para las últimas generaciones, desde la aparición de los primeros prototipos hace casi ciento cincuenta años, hasta este momento en que, digo yo, se ha convertido en un integrante más de la familia (y a veces el consentido).
Poseer un auto nos da estatus y una sensación de seguridad. Muchas personas, sin saberlo tal vez, actúan como si el propio vehículo le diera a su vida un valor que en realidad no existe.
Y bueno, como en casi todo lo relacionado con las finanzas de las personas, si le damos su justo valor a cada peso que gastamos (que mucho trabajo cuesta ganarlo, al menos a la mayoría), concluimos que un carro no es un artículo de consumo básico, sino de confort y a veces de lujo.
Me sorprende de sobremanera que haya gente capaz de privarse de muchas otras cosas con tal de tener el “auto de sus sueños”, cueste lo que cueste. Literalmente dejan de pagar la comida de contado por el endeudamiento brutal en que incurren para adquirir su capricho.
No quiero desanimar a persona alguna, lo que pretendo es que cobren consciencia de que un gasto de tal magnitud debe ser evaluado con lupa para ver si se podrá pagar la mensualidad y si hacerlo no empeorará la calidad de vida.
Por otro lado, es fundamental tomar en cuenta que existen un sinfín de gastos accesorios más allá del pago del auto, como son la mismísima gasolina, en algunos casos la tenencia o al menos los derechos, y, por supuesto, el bendito seguro.
En este último punto quiero detenerme un minuto para escribir la vergonzosa realidad de que solamente un tercio de la población, números más números menos, cuenta con la protección de una aseguradora, lo que implica que dos de cada tres vehículos que circulan en el país ¡no están protegidos!
¿Cómo es posible que puedas hacer el esfuerzo de comprar un auto y no el seguro? Si viviéramos en un mundo ideal en donde no ocurrieran ni accidentes ni robos, no sería necesario asegurar el carro, pero todos sabemos que estas eventualidades están a la orden del día. Además, no simplemente es lo que le pase a tu linda “carcachita”, sino el perjuicio que puedas ocasionar a terceros, ya sea en sus bienes o a su persona. Si algo le sucede a tu vehículo, lo más que puedes perder es su valor, pero en daños a terceros las pérdidas pueden ser casi infinitas.
Si tienes dinero para cargar combustible, también lo debes tener para pagar un seguro.
Los seguros no son un gasto, son una inversión.
Recuerda: “No es más rico el que gana más, sino el que sabe gastar”.