La economía mexicana ingresó a terapia intensiva, así lo confirma la encuesta telefónica del INEGI. Apenas en abril, poco más del 12 por ciento de la población en edad de trabajar dejó de estar activa, lo que equivale a 12 millones de trabajadores.
Quiere decir que 12 millones de mujeres y hombres, dejaron sus ocupaciones y concluyeron sus contratos en la economía formal e informal, o en cualquier actividad, que hasta abril venían desempeñando.
Ahora hay 12 millones de familias con terribles pérdidas en apenas unos meses. La terapia intensiva en adversidades económicas está saturada y no hay respiradores por ningún lado, pese a que se han propuesto toda clase de respiradores y todos ellos han sido despreciados, porque se insiste en aquello de “¿por qué piden pan, si pueden comer pasteles?”
Para la pandemia del Covid-19 no se ha encontrado una vacuna que desesperadamente buscan los mejores laboratorios del mundo; pero para enfrentar la peor crisis en materia económica se han despreciado vacunas que otros países del mundo diseñaron y adoptaron para que su economía no colapse, y para que el sufrimiento de sus ciudadanos sea menor.
En México no existe un ingreso básico universal, propuesta que se ha puesto sobre la mesa desde diferentes frentes; tampoco paquetes de incentivos para enfrentar la crisis de liquidez; ni acuerdos, así fueran mínimos, para dar respiro en el pago de contribuciones a las micro, pequeñas y medianas empresas, ni esquemas más flexibles de pago de impuestos, sin que estos sean condonados.
Hasta este minuto, los respiradores siguen haciendo fila; y la voluntad negada por meses, viaja ahora por carretera para inaugurar obras con promesas de un país que solo existe en unas cuantas mentes.
El universo total de personas vulnerables económicamente por la pandemia ronda ya los 22.6 millones de personas, cifra que equivale al 50 por ciento de la población económicamente activa, y al 18 por ciento de la población total del país.
Además de afectar a aproximadamente 2.15 millones de micros, pequeñas y medianas empresas, casi la mitad de éstas ya están severamente afectadas.
Bajo estas realidades y haciendo de lado cualquier posibilidad de construir un acuerdo de orden nacional, es hora de privilegiar lo local, de reconstruir cadenas de valor y trabajar de la mano con gobiernos estatales, municipales; y con todos los actores posibles para enfrentar la más grande crisis de salud y económica que hayamos tenido a lo largo de nuestras vidas.
Estamos frente a todo un reto que exige un cambio profundo, no solo en la toma de decisiones, sino también en la manera de pensar y actuar. En consecuencia, es la hora de la empatía, es la hora de construir alianzas locales y seguir adelante.