A poco más de un siglo de haber sido perfeccionado el cinematógrafo de los hermanos Lumière, fenómenos culturales que marcan un antes y un después en las audiencias son contados.
En específico el género de terror ha creado grandes íconos que son ahora por muchos recordados, estén al día o no de lo que ocurre en el mundo del cine: Jason, Freddy Krueger, Chucky, Michael Myers, por mencionar algunos.
Sin embargo estos personajes efigie se distinguen por utilizar los mismos recursos: la violencia gráfica, sangre y el susto fácil para causar pavor en las audiencias.
Cuando Ridley Scott filmó “Alien: El octavo pasajero” en 1978, quería mantener con recelo la identidad de la criatura, para crear una alta expectativa en el instante que fuera revelada. Al momento de producir la escena épica donde a Kane (John Hurt) le estalla el pecho y le sale el alienígena sin ojos de sus entrañas, ningún miembro del reparto sabía lo que iba a suceder realmente.
El resultado a cuadro, son las reacciones naturales de horror de los actores que en verdad estaban envueltos en pánico.
“El proyecto de la bruja de Blair” (1999) supo utilizar este recurso para mantenernos al filo del asiento durante 81 minutos, además de crear una campaña mediática viral, en donde se aseguraba que todo el material había sido encontrado de una expedición fallida en la que desaparecieron tres campistas.
Curiosamente, en “La bruja” hay un halo que causa aversión, que nos asusta por el simple hecho de que aguardamos el espanto, pero la sangre no llega de golpe, el cuchillo no ataca por sorpresa, la bruja no vuela en escoba ni tampoco tiene un caldero en el que hace sus pócimas secretas.
El llamado “Maestro del horror”, Stephen King, declaró en su cuenta de Twitter que el filme le asustó, considerándola como una película “real, tensa, que invita a la reflexión, además de ser visceral”.
Desde que se presentó hace más de un año en el festival de Sundance, no ha recibido más que elogios de la prensa, sin embargo el público más exigente del género, la ha tachado de aburrida.
El éxito en el cine de horror podría radicar en cómo el público que asiste a ver estas producciones, las ve con cierta predisposición al miedo, así como el estar reticente o escéptico a caer en la ficción.
Tal vez una buena metáfora sea el utilizar uno de los pasajes de “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, en donde Kurtz se encuentra agonizante y Charles Marlow narra el último suspiro del explotador de marfil.
“¿Estaba acaso viviendo de nuevo su vida en cada detalle de deseo, tentación y renuncia durante aquel momento supremo de total conocimiento? Gritó en susurros a alguna imagen, a alguna visión; gritó dos veces, un grito no más fuerte que una exhalación: ‘¡El horror! ¡El horror!’”.