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El poder (y control) del silencio

“Cuidado con el hombre callado. Porque mientras otros hablan, él observa. Y mientras otros actúan, él planea. Y cuando finalmente ellos descansan, él embiste” Anónimo. Después de la fiesta, en la calma de la noche, cuando todos los invitados ya han partido, en el balcón de la villa de Amon Goeth, del campo de concentración […]

“Cuidado con el hombre callado.

Porque mientras otros hablan, él observa.

Y mientras otros actúan, él planea.

Y cuando finalmente ellos descansan, él embiste”

Anónimo.

Después de la fiesta, en la calma de la noche, cuando todos los invitados ya han partido, en el balcón de la villa de Amon Goeth, del campo de concentración Płaszów, Cracovia, el alférez de la SS se tambalea a causa de la jornada etílica. Oskar Schindler lo observa sentado en una silla todavía con copa y cigarrillo en mano.

Goeth le reclama al empresario que nunca lo ha visto ebrio y cómo es que ese es el verdadero control en una persona, y eso se convierte en poder. Ahí inicia una conversación que diserta en cómo es que los judíos que tiene a su disposición les temen y cuáles son las causas de su miedo.

Schindler asegura que el poder reside en el perdón, no en la justificación de matar arbitrariamente por antojo, como precisamente lo hace el agente de la SS cada que quiere, es con este pensamiento, que el dueño de la fábrica de utensilios metálicos, convence a Goeth de ser más compasivo, aunque sea por un sólo día.

 

A 25 años de su estreno en cines, La lista de Schindler llega nuevamente a salas para conmemorar su aniversario y recordar el legado que forjó este industrial que salvó la vida de miles de judíos, empleándolos en sus negocios durante la Segunda Guerra Mundial.

Ante el escrutinio público del Estado nazi, Schindler era parco con sus trabajadores, evitaba sus elogios, se mostraba sagaz y firme, sin dar aprecio hacia los judíos que atendían su establecimiento.

Pero en la cercanía, el hombre de origen austrohúngaro, era amable a su manera. No se terminó por decidir a qué secretaria contratar, por lo que empleó a todas, hacía favores a las personas del gueto con discreción, guardando un silencio y hermetismo en el que nadie podía adentrarse en sus pensamientos, sin lograr saber las razones por las que era contradictorio en su proceder.

Cuando al fin termina el conflicto bélico, Schindler rompe su voto secreto, quebrándose ante la factoría repleta, que le entregó un anillo hecho con la amalgama dental de uno de los trabajadores.

Al interior de la sortija fue grabada una frase en hebreo extraída del Talmud, “Quien salva una vida, salva al mundo entero”, lo que conmueve al ejecutivo.

“Podría haber sacado a más. Podría haber conseguido más. No lo sé. Si yo sólo…podría haber conseguido más, una persona más”, pronuncia Schindler, sin poder contenerse hasta el llanto.

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