La fascinación por “La forma del agua” (2017) parece llegar al público millennial sólo por la inercia de la moda o porque Guillermo del Toro ganó el Globo de Oro a Mejor Director.
Ahora nos comen las ansias ver si es que puede llegar a los máximos premios de Hollywood, los Oscares.
Pero, ¿acaso la cinta del tapatío merece tanto aplauso y revuelo? ¿A qué se debe el furor que arrastra desde hace tiempo? ¿Merece ganar un Oscar?
Definitivamente lo que le hizo colocarse fue que después de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Venecia ganó la mayor presea de la muestra fílmica, el León de Oro, curiosamente también compitió a la par de “Tres anuncios por un crimen” (2017), que le arrebató el Globo de Oro.
La historia del cineasta mexicano enternece, conmueve, enamora e inclusive romancea con la idea de romper las barreras de lo establecido en el amor, pero no pasa de ser un largometraje fantástico y no termina de explicar ideas de fondo.
Para la era actual es una adición importante en el cine, ya que Del Toro supo retratar la exclusión, la segregación, el maltrato a las minorías y tocar algo importante en la construcción de sus personajes: que el ser humano está solo por naturaleza y hay quienes permanecen inadaptados durante toda su vida, siendo a veces por decisión propia o de las circunstancias que les tocó vivir.
Sin duda “La forma del agua” tiene el sello Del Toro, es una producción que utiliza el horror como un recurso visual y de escarnio en el espectador, con la violencia necesaria sólo para aturdir pero no tomarle miedo, sin distraer de la historia principal de los enamorados.
Ciertamente el director tiene varios aciertos en su película, pero hay uno que es único y por el cual se aplaude por completo su realización, una escena en la que sin dar mucho avance aquí, cuando se vea, el cinéfilo entenderá de lo que hablo.
Nadie podrá saber lo que el otro (o la otra) piensa, lo que está dentro de su cabeza, como cuando alguien quiere expresar lo mucho que quiere o desea a otra persona, eso lo logra retratar Del Toro al máximo en una secuencia que no dura más de dos minutos y eso hace totalmente el cambio en “La forma del agua”.
El filme va y viene, como una danza, mantiene una sincronía y en pantalla se logra entender que es un vals de dos personajes que están enamorados y ajenos al mundo que los rodea, que son felices a pesar de sus diferencias y que los une su capacidad de amar sin fijarse en lo demás, sin un límite de lenguaje.