El otro, que se lleva a cabo en Ciudad del Vaticano y que está en plena ebullición dentro de la Capilla Sixtina, cambiará el rumbo de la Iglesia Católica.
Aquél discurso de toma de posesión de Enrique Peña Nieto pronunciado el 1 de diciembre pasado aún retumba en los oídos de quienes lo escuchamos.
Hubo quienes creímos que eran palabras de mercadotecnia esperanzadora, disertación para un pueblo necesitado de certidumbre, provenientes de un gobierno carente de credibilidad.
La operación política, llamada oficialmente Pacto por México, fue la primera muestra de la dirección que tomaría el inquilino de Los Pinos.
Luego vino el control fiscal para los gobiernos estatales, que se habían convertido en pequeños reinos -con todo y sus “reyes”- en las administraciones pasadas.
Apenas hace unos días recordamos el verdadero poder del Estado, cuando se consumó el “Elbazo”, espejo del “Quinazo” que hace 24 años legitimaba al naciente gobierno salinista.
En esta ocasión se puso tras las rejas a uno de los personajes más emblemáticos de la corrupción y el retraso en el sistema educativo mexicano.
Y para cerrar al estilo Ripley, el pasado lunes Enrique Peña Nieto ubicó en su verdadera dimensión a los concesionarios de televisión y telefonía de nuestro país con la promulgación de la reforma al sector de telecomunicaciones.
Esperemos que el humo blanco que surja de este cónclave que eligirá a los nuevos detentores de señales de televisión abierta resulte positivo no para el presidente, sino para los mexicanos.
Del otro lado del mundo, otro Estado, uno de los más pequeños en extensión territorial -apenas suma 44 hectáreas- pero quizá más influyente, El Vaticano, elige un nuevo Papa.
Más allá de las buenos deseos de los millones de fieles, se sabe que el nuevo monarca tendrá que tomar serias decisiones en temas de profundo sentido de supervivencia para la Iglesia Católica.
Pederastia, sacerdocio para mujeres, la creciente renuncia de seguidores al catolicismo para tocar puertas como la teología de la liberación y otras alternativas más “esperanzadoras”, serán temas fundamentales para el nuevo gobernante.
De acuerdo a expertos en temas relacionados con la curia vaticana, Benedicto XVI y Juan Pablo II –muerto en el 2005- se pelean el anillo del Pescador a través de la influencia que ambos ejercen sobre dos grupos de cardenales que eligirán al sucesor de San Pedro.
El grupo que persigue la idea y espíritu de Karol Wojtyla, es lidereado por el cardenal Angelo Sodano y se identifica por su favoritismo hacia grupos como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo. Se asume que optará por un Papa 100 por ciento conservador.
El otro grupo, el que se identifica con Joseph Ratzinger, se cree que votará por un Papa “joven”, con ideas progresistas, pero con tintes conservadores en temas escabrosos para el Vaticano.
De este cónclave sabremos el resultado que arrojará el humo blanco a más tardar pasado mañana. Sea cual sea la decisión del Colegio Cardenalicio, afectará de alguna forma a nuestro país, una de las naciones con más fieles católicos en el mundo.