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Imperio de mentiras

Los lujos, la opulencia y el despilfarro, eran comunes entre la socialité mexicana de los 80, sin importar que la debacle se veía venir, que el peso estaba cayendo frente al dólar y que la economía se haría pedazos. Lo que realmente importaba era vivir como reyes, soñando en castillos de falsedad, en un imperio […]

Los lujos, la opulencia y el despilfarro, eran comunes entre la socialité mexicana de los 80, sin importar que la debacle se veía venir, que el peso estaba cayendo frente al dólar y que la economía se haría pedazos.

Lo que realmente importaba era vivir como reyes, soñando en castillos de falsedad, en un imperio lleno de mentiras y promesas políticas realizadas por José López Portillo, quien decía defender “el peso como un perro”; se rumoraba que era recibido en restaurantes con ladridos, después de su presidencia.

Este retrato de la extravagancia mexicana que parece lejano, pero también resulta actual, es llevado al cine en Las niñas bien, película de Alejandra Márquez Abella que toma el texto homónimo de Guadalupe Loaeza para hacer este reflejo social de un país que vive de “el qué dirán”.

En la ficción que toma parte de la realidad nacional de hace 35 años, se ve a la actriz Ilse Salas como Sofía de Garay, una mujer que tiene todo a su alcance económico, madre despreocupada que incita a que sus hijos no hablen con niños mexicanos durante su campamento en el extranjero y esposa que acaba de recibir un Grand Marquis crema de cumpleaños.

El cotilleo es el deporte favorito entre las amigas que se reúnen en el club de tenis. Comprar en Palacio es sólo para los productos de belleza, pero impensable para un vestido de noche, ya que el guardarropa debe ser adquirido en los viajes fuera de México.

Aunque el largometraje está anclado a la década de 1980, resulta un vistazo creíble de la realidad actual, de un México dividido siempre por la brecha social, que se vuelve falso por un status, una apariencia que prevalece por sobre todas las cosas, haciendo latente la frase “antes muertas que sencillas”.

La publicidad que maneja actualmente la producción, pareciera engañosa para el público, ya que se antoja como una película boba de comedia estadounidense, cuando su contexto tiene una profundidad que debería ser de un interés serio para el cinéfilo común.

Hoy son Las niñas bien, ayer Las preciosas ridículas, de Moliere, el retrato se vuelve universal porque parece que el ser humano está regido en denostar siempre a los demás a sus espaldas, por lo que el ejercicio fílmico realizado por Alejandro Márquez Abella tiene un valor más allá de lo estético, se vuelve una película incómoda para toda esa élite social que es parte de una pose económica, que vive del tarjetazo, del tener el último iPhone, o mandar a los hijos a Europa, aunque no se tenga un quinto para subsistir.

¡Vaya sociedad absurda en la que vivimos!

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