“Siempre es más difícil luchar contra la fe que contra el conocimiento”.
Adolf Hitler
Hay un antes y un después, con el magnicidio y la tortura, más la aberración e ignorancia sembradas en las filas del Tercer Reich que casi llega a conquistar el orbe hace siete décadas.
Los conflictos trascienden, en el fondo siguen siendo iguales a los de hace siglos y mientras esperamos en el silencio y la sombra de un totalitarismo digital, olvidamos que, tal vez, en este instante se esté fraguando un nuevo dictador o falso mesías que quiera venir a reclamar al mundo como suyo.
Cuando Ira Levin visionó, en 1976, que pudiera haber una ficción en la que cómplices de Adolf Hitler hubieran escapado a Sudamérica para perpetuar una misión secreta de los nazis, inmediatamente los estudios de cine vieron potencial en esta historia que se vuelve tétrica al adentrarse en ella.
El autor vendió los derechos y dos años después, Los niños de Brasil llegó a cines, con el reparto estelar de los consagrados Laurence Olivier y Gregory Peck, para contar este drama que reta, hasta la actualidad, por sus toques de ciencia, que se vuelven macabros.
Transcurre el inicio de los 70, Ezra Lieberman (Olivier) es un viejo detective que se dedica a la pesquisa de nazis retirados, es contactado en su oficina en Viena, donde recibe la información de que el doctor Josef Mengele (Peck), aquel que fuera responsable de las matanzas en Auschwitz, está viviendo en Paraguay con un selecto grupo de seguidores fieles al Führer y teniendo juntas secretas.
Es así como el agente se embarca en perseguir a Mengele, descubriendo un atroz plan con el que peligra toda la humanidad: el médico, una década atrás, utilizó a varias mujeres en una clínica de Brasil, a cada una les implantó células fecundadas con el ADN de Hitler, para entonces forjar la posibilidad de clonar al dictador teutón.
Cada niño fue enviado a distintas partes del globo para después ir revisando su avance y progreso de comportamiento, todo con la esperanza de que el político nazi surja en un futuro, nuevamente.
Nada se deja al azar, se contratan padres adoptivos que mentalicen la conducta de cada infante a como fue Hitler en su niñez, además de motivar su carácter totalitarista, por lo que Lieberman se encuentra horrorizado cuando se entera del proyecto.
A 40 años del filme, parecería que esta invención es todavía un tema de ciencia ficción, pero la manipulación genética cada vez está mucho más presente, dejando la reflexión: ¿Hasta que punto la tecnología puede definir lo que en teoría sólo se logra por divinidad?